El rey de París II.

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Los meses habían pasado tan rápido que cuando Marinette pisó tierra firme, sintió que estaba pisando un  mundo completamente nuevo.

La pareja bajó de prisa, con toda la cautela posible. Chloé, ya con el cabello pasando de sus hombros y sin vello alguno en la cara o cuerpo, reía sin hacer el más mínimo ruido, apretando los dientes con tanta furia que una carcajada que logró ahogar por milagro la hizo sentir que sus dientes se iban a romper por completo.

Marinette vestía un hermosísimo vestido rojo con motas negras y, Chloé, un vestido liso amarillo. Ambas iban descalzas, caminando por la arena, escondiéndose entre las cajas de carga y demás. Marinette, pese a tener los pies extremadamente hinchados por el embarazo, corría con una agilidad impresionante, mucho mejor que Chloé.

Ambas, cuando vieron que no había peligro alguno, dejaron de correr. La primera reacción de la rubia fue besar a su amada, acariciándole la barriga. Marinette respondió al beso con extrema dulzura, y, después, le tomó la mano a su prometida para caminar hasta la zona residencial, caminando lento, pues la mestiza había luchado bastante por no cansarse en su travesía de la salida del barco de carga.

Finalmente, llegaron. Una casa de mediano tamaño, sin balcones ni muchos lujos. No había estatuas de mármol ni tampoco demasiado estuco, pero era el lugar perfecto para que Chloé y Marinette formaran su familia.

Entraron. Como les habían prometido, la puerta estaba abierta.

Sabrina, junto con Alya, Nino y Adrien, habían logrado encontrar la manera perfecta de garantizarles a ambas una vida peligrosamente estable. Para empezar, Sabrina había tenido que contactar con el alcalde de Réunion, pagándole una cantidad exorbitante de dinero para que se quedara callado. ¿El dinero? Claro, había salido de lo último que le quedaba en la cuenta de ahorro de Chloé. Sabrina conocía tan bien a su mejor amiga que no tuvo problemas en adivinar la contraseña y deshacerse del último centavo.

Alya ideó el plan, sabiendo perfectamente que traería consecuencias y, por esa misma razón, ella había decidido huir a Marruecos, país donde tenía sus raíces lejanas.

Nino, quien siempre intentó mantenerse al margen respecto al tema, tuvo que deshacerse de su vida -como todos, en realidad- en Francia y les dejó la casa de sus abuelos. Una casa modesta en Réunion.

Adrien... él, quien tampoco estuvo muy involucrado hasta el final, había hablado con Marinette seriamente. Ella quería una familia, resguardar vida en su vientre, criar una persona con el amor de su vida el cual sabía bien que era Chloé, y por eso había accedido a darle un hijo a su amiga; por eso y porque Marinette quería que su cría fuera de cabellera rubia y de ojos azules, como Chloé lo era.

Que todo haya salido a la perfección fue un verdadero milagro.

Entraron, y lo primero que hizo Marinette fue quitarse los zapatos y cerrar la puerta con seguro, pues las llaves estaban escondidas en un lugar que no recordaba, pero no le preocupaba, la casa no estaba tan llena de cosas después de todo.

Chloé corrió al baño a abrir la llave de la ducha, y completamente en éxtasis, se metió a bañar, usando un jabón común para pasarlo por todo su cuerpo. Marinette, curiosa, fue al baño a admirarla. Chloé ni siquiera había cerrado la puerta.

Sin más, ella se desvistió de igual manera, y tras abrazar a su enamorada por la espalda, se dieron su primer baño juntas, que claramente terminó con un quejido de dolor por parte de la pelinegra cuando empezaron a tocarse. Había llegado la hora.

Chloé se vistió con ropa cualquiera, vistió a su amadísima Marinette y la llevó a la casa de la enfermera que por suerte vivía a unas pocas casas.

Marinette dio a luz a una niña, con el cabello rubio y enormes ojos azules, tal y como debía de ser.

Los días pasaron, los meses, los años.

Cuando la pequeña hija de Marinette tenía apenas tres años, Chloé y Marinette decidieron casarse en una iglesia en la región de Cilaos, más adentro de la isla. Unieron sus votos y sus vidas de manera oficial en una ceremonia donde las únicas presentes eran ellas dos.

Marinette y Chloé no se preocupaban por aclarar las cosas, pues ya habían comenzado y algo era cierto: tenían todo el resto de sus vidas para hablar respecto a todo el drama que escandalizó a la capital francesa, haciéndole creer incluso que sin Cédric, su vida se acababa. Marinette se enamoró de aquella expresión de amor en la que Chloé incluso se había transformado con tal de acercarse a ella, y aunque no fue la manera ni tampoco fue en lo más mínimo honesta, había funcionado.

Los años pasarían, pero Cédric siempre sería el rey de París.

El rey de París   ;   Male!Chloe {Chloenette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora