Toulouse

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Toulouse. Nadie se podía quejar. No, no era París, pero tenía el encanto de los francos, un aire fresco y una historia casi tan impactante como el resto de las ciudades célebres francesas. Y claro, tenía un Aeropuerto. Un Aeropuerto internacional, que, bueno, compartía con Blagnac. Dubois miraba el reloj, terminando de llorar. Era hora de abordar. ¿Su destino? La Ciudad de Nueva York, en Estados Unidos.

Dubois tomaba su pasaporte francés y caminaba, arrastrando su maleta negra hacia la puerta correspondiente. Dio sus papeles nervioso, y tras un par de segundos que asimilaron las horas, lo dejaron pasar. La tristeza había pasado. Sí, Chloe había muerto, y Dubois entraba al avión. Ni siquiera él se esperaba que eso pasara...

Dio un suspiro largo, antes de mirar sus manos, delgadas, con los dedos alargados y leves marcas de esmalte de uñas. Se alarmó, pero prefirió ignorarlo, eso no importaba ahora. Se puso los audífonos, escuchando música en inglés, ¡claro que hablaba inglés! Pero, bueno, sería mejor acostumbrar el oído, ¿no?

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La carta había llegado, generando que Marinette diera un grito de alegría y bajara corriendo a abrazar a sus padres.

—¡Lo logré!— decía feliz, apretando los ojos con tal fuerza que al abrirlos veía levemente borroso. Su aceptación era todo lo necesario para hacerla feliz, ¡estudiaría diseño de modas! Era oficial, el camino a hacerse una increíble diseñadora había empezado y no podía estar más feliz. Fue por eso que salió corriendo de su cara camino a la de Alya, con quien, casualmente se encontró en el camino. Alya tenía puesto un vestido que Marinette había diseñado. ¿Había mejor manera de celebrarlo?

—¡Marinette!— Alya corría a abrazarla, siendo recibida en los brazos de la mestiza con fuerza. Ambas rieron como era debido antes de que, de pronto, Alya sacara de su bolsillo un papel arrugado

—¿Alya?— Marinette lo tomó, desarrugándolo. No, por el contrario, Alya no había sido admitida en la universidad. Marinette alzó los ojos, descubriendo a su mejor amiga con la cabeza baja y los ojos cerrados. —Oh, Alya, tranquila, encontrarás tu momento. Mientras tanto, puedes trabajar, ¿no? Eres una excelente periodista, ¿por qué no mientras intentas hacer un reportaje en tu página? ¡Eres genial en eso!— la sonrisa que le daba a Alya era enorme, lo suficientemente contagiosa como para que la morena sonriera levemente

—Sí, lo intentaré. De hecho, tengo un trabajo que me encargaron... por ahí— Alya, de mejor ánimo, puso sus manos detrás de su espalda y sonrió para generar intriga, rodando la mirada

—¿De qué trata?

—Bueno...— la morena suspiro, desarmando el teatro de misterio. —Una sirvienta de la señora Audrey Bourgeois me ha pedido... buscar datos sobre... —

Alya no necesitó terminar la frase, Marinette ya estaba infartada y con las manos cubriéndole la boca.

—No, Alya, no hagas eso...

—Ya sé que no debería, sólo ha pasado medio año — continuó —Pero me han ofrecido una buena paga. Soy buena investigando y descubriendo cosas... además, necesitaré dinero para otra cuota de inscripción... de verdad quiero estudiar, Marinette.

—¡Dijimos en su funeral que no se hablaría más de ella!—

Algunos que iban pasando se alarmaron al escuchar a Marinette hablar con la voz tan alta. Pocos, por no decir nadie, comprendían de lo que hablaba la chica de cabello más oscuro, pero sonaba algo demasiado interesante. Percatándose de eso, Marinette tomó de la mano a Alya y comenzó a caminar con ella de camino a su hogar, donde nuevamente la guió, esta vez a su habitación. Frunció el ceño una vez las dos estaban a solas.

—Alya, en serio, fue una promesa. ¿Qué pensarán todos los de la clase al enterarse de ese trabajo? Será publicado, y tendrá tu nombre. ¿No piensas en las consecuencias?

—Marinette, para ti es fácil decirlo. Tú fuiste aceptada sin el más mínimo esfuerzo, tienes talento. Si la universidad se entera del trabajo que hice, quizás tengan más interés en mi

Marinette calló. La miró confundida, ¿estaba siendo muy brusca con ella acaso? Suspiró, negando con la cabeza —¿y como planeas que el exalcande no se enoje contigo? Te recuerdo que son la familia más poderosa de la ciudad, y si lo haces enojar, te puede incluso llevar a la cá-

—No— interrumpió su amiga, bajando la mirada, comenzando a jugar con sus pies —Tengo un plan. Si eso pasa, huiré a Marruecos... O quizás a Algeria. Depende si mi madre quiere ayudarme...

La franco-china estaba en shock. ¿Alya huyendo de Francia? Sabía el trabajo que le había costado a sus padres llegar a la capital francesa, y sabía lo mucho que Alya disfrutaba vivir en París. Era arriesgarse demasiado.

—¿Cuánto te van a pagar?

Alya no respondió a esa pregunta, pero sí alzó la vista.

—Puedo darte un tercio... si te quedas callada.—

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Cédric Dubois disfrutaba de la vista en su apartamento de Manhattan. Cerraba los ojos, dejándose llevar por el viento. Había tomado la decisión correcta.

—¿Cédric?— escuchaba la voz femenina de su mejor amiga, asustándose un momento, girándose con rapidez para descubrirla con una taza de té endulzado con miel. Cédric caminó lentamente hacia allá, tomándola y después despeinando el cabello anaranjado de su compañera de piso

—Gracias, encanto—

Sabrina se sonrojó con fuerza, sonriendo tímidamente. Dio una risa tonta, tomando su propia taza y dándole un sorbo para después hablar —Eres un loco, completamente— decía susurrando, mirándolo apenas —No puedo creer que quieras ir a Toulouse, sólo han pasado unos meses...—

—Quiero asegurarme de que todo esté bien— contestaba tranquilo. Cédric era una persona tranquila desde que nació, no era egocéntrico ni tampoco un loco como lo decía Sabrina.

—Lo está, ¿no crees que ya hubieras sabido algo de allá? El océano es corto en estos tiempos

—No, no lo es— respondía con la mirada fija en ella —Sólo quiero hacerme cargo de un favor que pedí

—Bueno, pero Cédric, mañana tienes cita con el endocrinólogo —tomaba más té— estás yendo muy rápido... Quizás te haga daño

—¿Más daño de lo que me hizo ella?—

El silencio reinó durante unos minutos, haciendo que Sabrina suspirara a falta de sonido. Después tosió fingidamente y por último, Cédric rió.

—Tú decidiste todo esto, Cédric.

—Sí. Ella me golpeó tan fuerte que me hizo darme cuenta de lo que necesitaba... Necesitaba romperme para verme a mi mismo. Ahora sé quien soy, los errores que cometí y lo que tengo que hacer.

Ambos tomaron de sus tazas de té.

El rey de París   ;   Male!Chloe {Chloenette}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora