Hans me ayudó a elegir el mejor traje para nuestra cita. Un conjunto azul marino, camisa blanca y corbata azul a juego. La verdad yo lo descarté porque me parecía más casual, pero eso fue justo por lo que Hans quería que lo usara. Dijo que algo demasiado formal podría cortar el ambiente entre nosotros, daría una sensación de incomodidad y distancia. Al final él tenía razón, fue la mejor opción.
Cuando me vi al espejo descubrí que veía bien, incluso parecía algunos años mayor, pero no estaba convencido de que fuese lo suficientemente bueno para ti. Temí que no te gustara. Supongo que mi inseguridad se notó en mi expresión facial a través del espejo, porque Hans, que estaba sentado sobre la cama, no se demoró en tratar de animarme.
—Cuando te vea se va a derretir —aseguró. Se levantó de la cama y caminó hacia mí. Me di la media vuelta para encararlo. Mi expresión de seriedad no cambió ante su comentario, podían más mis inseguridades que sus halagos—. ¿Qué ocurre?
—Tengo miedo. —Me sinceré con él—. Han pasado tantas cosas que en el fondo solo quiero que todo esto se termine. Quiero renunciar y largarme tan lejos que nadie más vuelva a saber de mí nunca. —Mi voz tembló al hablar, temí ponerme a llorar frente a él. Me avergonzaba que me viera así de nuevo y dimensionara el tamaño de mi debilidad—. No quiero ir a la cita. —Le confesé. Hans me miró con los ojos muy abiertos, como si no pudiera dar crédito a mis palabras—. Hans, será una cena de despedida, y aunque llevo tiempo preparándome para esto... ya no quiero sentir más dolor.
Hans negó con la cabeza y me envolvió en sus brazos. Sus manos se deslizaron por mi cabello en un gesto delicado, me hizo sentir cálido. De alguna manera él siempre conseguía tranquilizarme, me brindaba de mucha seguridad. Creo que para este punto es justo decir que Hans se había vuelto mi mejor amigo, y lo agradezco, porque él me mantuvo de pie.
—Quisiera asegurarte que todo estará bien —susurró en mi oído—, pero no lo sé. Lo único que puedo decirte es que no veas esta salida como una despedida, sino como la realización de un sueño. Regálense unas horas para estar juntos, y cuando se marche, recuerda esos sentimientos con cariño.
Hans me tomó las manos nuestras miradas se entrelazaban. Su expresión dulce me llenó de tanta ternura, que mis temores se esfumaron en un suspiro. Nos sonreímos uno al otro. Él fue mi verdadero ángel durante toda esta historia, desde el principio hasta ese inevitable final y yo ni siquiera lo había notado, no le di la importancia que se merecía en ese momento porque estaba cegado por mis sentimiento hacia ti.
Cuando llegó la hora de irme a cumplir la cita contigo, Hans se ofreció a llevarme, e incluso me comentó que si que no podías regresarme a mi casa, él me recogía en el restaurante. Acepté y nos subimos a su carro. Llegamos al restaurante faltando cinco minutos a las ocho, me bajé y, al ver que no habías llegado todavía, decidí esperarte.
El portero me contó que podía llevarme a nuestra mesa, en vista de que tú ya habías hecho una reservación para ambos, pero yo preferí esperar a que llegaras y entrar a tu lado. Estaba nervioso de la noche que nos esperaba, era la primera cita que teníamos y no sabía cómo actuar. ¿Sería apropiado ser dulce y afectuoso? ¿Debía ser como siempre y respetar la línea que habíamos mantenido hasta entonces?
A las ocho en punto los nervios se dispararon en mi interior. Te busqué alrededor, ansioso por verte. Te vi dar la vuelta en la esquina a mi derecha, te acercabas a paso lento y tortuoso. Vestías un traje negro que enmarcaba tu figura, una flor blanca en la solapa y una rosa en la mano que extendiste hacia mí apenas estuviste lo suficientemente cerca. Hans dijo que tú te derretirías al verme, pero en ese momento el que se derretía era yo.
Tu mirada hizo que mi corazón se acelerara sin control, mi mente se volvió un manojo de garabatos inentendibles. Te acercaste a mí y besaste mi mejilla, me contuve de emitir un suspiro por mero orgullo. Saludé con timidez al tiempo que bajaba la cabeza. Tú extendiste tu brazo hacia mí, el cual no demoré en sujetar. Sentir que existía la posibilidad de ser tu pareja, hizo que las miradas prejuiciosas de más de uno que se posaron en nosotros, dejaran de importarme en lo más mínimo. Nos sentamos a la mesa, nos tomaron la orden.
Supongo que estabas tan nervioso de estar a mi lado como yo, porque durante toda la cena, nuestro tema de conversación fue sobre mi salida de la escuela de música, la situación en tu casa y mi cambio de preparatoria. Te conté que ya no estaba interesado en estudiar en la preparatoria del centro, me sugeriste otra muy buena en la que podría inscribirme.
Cuando pagaste la cuenta, cerca de las nueve y media de la noche, me invitaste a dar un paseo por el parque al que habíamos ido la última vez. Acepté de inmediato y nos pusimos en camino. La noche estaba despejada, las estrellas relucían en el firmamento mientras abrazaban nuestro camino. Aunque estaba nervioso, cometí el atrevimiento de sujetar tu brazo al tiempo que te recargaba la cabeza en el hombro.
Me abrazaste y acariciaste con tal delicadeza, que sentí que me tratabas como si estuviera hecho de cristal. Mi corazón se aceleró ante tu tacto. Me había imaginado esa cita llena de conversaciones exquisitas, amplias y maravillosas; una conversación inolvidable que nos llevaría a descubrir lo fuerte que era la atracción entre ambos. Jamás pensé que una caminata en silencio a tu lado, abrazados mientras observábamos las estrellas que guiaban nuestro camino, podría ser más satisfactoria que lo anterior.
Sentí tu aroma inundar mis fosas nasales. Traías puesto un perfume delicioso que embelesaba mis sentidos de tal manera, que me incliné hacia ti para olfatearlo mejor. Me detuve en el acto y me recargué sobre tu cuerpo. Era un olor varonil y fresco, me removió el estómago desde lo más profundo.
—Stephen —pronunciaste mi nombre en un susurro.
Me separé de ti y alcé la vista para observarte. Tus ojos grises me cautivaron, se robaron por completo mi atención. La luz de la luna y las estrellas iluminaba tu rostro afilado de manera esplendorosa, tu cabello negro brillaba. Parecías un ángel. Sentí tus manos acariciar mi cintura, lo que desencadenó una opresión en mi pecho. En medio de todo ello, el instinto tomó el control de mis acciones.
Me acerqué a ti a despacio, guiado por los sentimientos y la ansiedad. Mis labios cosquilleaban. Moví los brazos y te tomé por el cuello. Al principio pensé que te apartarías como siempre lo hacías, pero te quedaste ahí, mirándome. Tus ojos, brillantes y hermosos me hipnotizaron como jamás pensé que podrían hacerlo, e impulsado por un anhelo más fuerte que yo, empecé a acercarme poco a poco.
—Stephen... no podemos. No está bien —susurraste con voz nerviosa y aun así, con duda en la mirada, pusiste tus manos sobre mis hombros y te inclinaste.
—Lo sé. Tocarnos sería pecado —respondí—, pero no hay alguien igual en mi mundo.
Bastó un segundo de sentir la suavidad de tus labios en los míos para erizarme. Despertó la sensación más bella que había experimentado hasta entonces, fue un roce momentáneo que se quedó grabado en mi interior para siempre. Cuando te separaste de mí y sonreíste, vi una mueca enternecida en tu rostro. Antes de que pudiera preguntarte al respecto, me ganaste la palabra.
—Feliz cumpleaños, Stephen. —Me abrazaste.
—Gracias... te quiero —dije escondiéndome en tus brazos.
Tenía miedo de soltarte porque sabía que en el momento de hacerlo, no volvería a verte y no tendría más alternativa que dejarme caer de la cuerda floja. Te pedí en silencio que no me dejaras caer, prefería seguir viviendo en una ilusión que enfrentarme a la realidad y volver a salir herido.
—Yo también te quiero —respondiste, fue una caricia a mi corazón.
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Como ave cantando [Magnet #1] (COMPLETA)
Novela JuvenilLa música era su mejor aliada, hasta que se convirtió en su peor enemiga. Desde que la madre de Stephen desapareció cuando era un niño, la música fue lo único que alejó su mente de ese suceso que casi le arrebata la vida. Sin embargo, tras conocer...