Me asomo por la ventana de mi habitación y en la distancia veo a toda esa gente andando, probablemente yendo a sus trabajos, clases o incluso a alguna cafetería donde han quedado con una persona importante.
Y así fue como un día te conocí. Cada día, al levantarme, a la misma hora, abría la ventana y me quedaba unos minutos mirando fuera. Y te vi, en la parada de autobús.
Cada día a la misma hora ahí estabas, esperando al mismo bus de todos los días.
Y un día yo me levanté antes. No estabas esperando a aquel autobús y sonreí.
Desayuné una hora antes de lo habitual. Me duché una hora antes de lo habitual. Me arreglé más temprano solo para bajar a aquella parada y verte de cerca.
Solo para recibir una sonrisa tras haberte sonreído yo primera.
Solo para subirme a aquel bus solo por verte más tiempo sin siquiera saber a dónde iba o quién eras exactamente.
Pero gracias a aquello te conocí.
Y gracias a conocerte me enamoré de ti.
Y gracias a ese amor un día tuve que decirte adiós.
Un adiós que ambos acordamos. Pero aún así, parecía dolerme solo a mí.
Y por eso, ahora, al observar desde mi ventana en una ciudad completamente distinta de la que te conocí me encuentro pensando en ti. Sin razón aparente y sin aviso alguno aquí estoy pensando en ti, en cómo te conocí.
Reconozco que ahora me siento sola. Pero también reconozco que dejarte ir fue más difícil que soportar esta soledad. Y es por ello que lo prefiero. Prefiero seguir observando desde mi ventana sola.
Y también reconozco que me da miedo volver atrás. Volver a tener miedo a no tenerte. Volver a quererte entre mis brazos. Me da miedo que cuando, como ahora, te pienso, coja mi móvil y presione tu contacto con la esperanza de que me contestes y que todo sea como antes.
Sí, todo parece estar estructurado en mi vida, a pesar del caos que tu despedida supuso en ella. Ya no me estreso por todo lo que me rodea. Ya no presto tanta atención a todo lo que antes le prestaba. Ya no corro cuando llego tarde. Ya no sufro innecesariamente.
Sin embargo, sí me debilito al recordarte. Fuiste ese momento inolvidable que todo el mundo tiene en su vida, o tendrá. Eres eso a lo que no puedo decir adiós.
Ya no me importa nada en la medida que antes lo hacía. Por eso empecé a inhalar el humo de aquellos cigarrillos que antes tanto asco parecían darme, ya no le prestó tanta atención a mi salud. También por eso empecé a beber cuando mis amigos me dicen de salir una noche. Ya no me preocupa el desubicarme, marearme o no poder nombrar mi nombre incluso.
Todo gracias a ti. A tu despedida. A tu recuerdo.
A eso me refiero cuando digo que deshacerme de ti fue más difícil que soportar la soledad que ahora me rodea.
Por eso ahora puedo gritar al mundo entero que ya no te echo de menos.
Ya no te echo de menos.
Ya no te necesito.
Solo necesito un poco más de tiempo y si algún día tú me echas de menos, entonces, ya no me importara.
Solo un poco más y estaré en perfectas condiciones para seguir con mi vida.
Solo un poco más y ya podré decirte que no te echo de menos.
Porque no lo hago.
No te echo de menos.
Solo tu recuerdo sigue en mí.
Pero no tus sentimientos, ni los míos.
Solo tu sonrisa sigue en mi mente.
Pero no tus besos, ni tus caricias.
Solo tu cuerpo sigue pareciéndome una obra de arte.
Pero tú ya no.
Porque ya no te echo de menos.
Porque ya sé vivir sin ti.
Y no me esperes. No me eches tú de menos.
Todo llega a su fin.
Nosotros llegamos a nuestro fin.
Una bonita historia no dura para siempre.
Yo quiero comenzar otra bonita historia.
Pero sin echarte de menos.
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