No sé a cuánta gente vaya a interesarle esto pero en fin.
2019 ha sido un año movidito, diría que el más movidito de mi vida.
Pero empecemos desde un inicio.
2018 fue uno de los mejores años de mi vida, por no decir el mejor. Y solo por una cosa que tan pequeña parece pero que tan grande es a su vez: quererme a mí misma.
Empecé el 2019 con una sonrisa. Quería comerme este año. Aunque al final ha sido al revés y ha acabado comiéndome él a mí.
Este año significaba un cambio enorme para mí. Desde enero -aunque en realidad desde 2017- llevaba preparándome para fijar mi vida, para prepararme profesionalmente en una universidad en la carrera que se había convertido en mi motivación durante dos años de bachiller estudiando continuamente. Dos años horribles. Pero el final fue lo que acabó conmigo.
Puedo separar 2019 en dos fases perfectamente destacables: desde enero hasta junio y de junio hasta hoy. Empecemos con la primera fase.
Día tras día estudiando, intentando dar lo mejor de mí en cada examen con tal de poder aprobar el último examen y poder entrar en la universidad, en esa carrera que tanto me llamaba la atención y la cual acabó siendo la única que quería hacer.
Tenía claro que si no conseguía la nota suficiente para entrar jamás pisaría la universidad. Soy fiel a no estudiar lo que no te apasiona. Así que fui a por todas. Pero pareció no ser suficiente.
Mis padres estaban felices con mis notas. Yo no. No eran suficiente para entrar. Y no entré en un principio. Una lista de espera me dio la respuesta que tanto quise durante dos años luchando por aquello. Y en un día decidía si me matriculaba o no.
Tanto tiempo convencida en que quería entrar en la universidad me nubló de mi verdadera pasión. Y al final de la primera fase empecé a darme cuenta de ello. Empecé a desmotivarme por completo, empecé a destrozarme psicológicamente. Empezaron lloros continuos en los que no sabía si seguir o rendirme a tiempo. Empezaron noches en vela, y aquellas en las que conseguía dormir, me despertaban pesadillas que me comían desde dentro.
Pero, ¿sabes qué? Menos mal que no me rendí. Menos mal.
En cuestión de un plazo de 24 horas, justo en el momento en el que me notificaron que había conseguido entrar en la carrera, tuve que pensarme si de verdad entrar o seguir la pasión que había olvidado.
Y volví a olvidarla. Volví a dejar de lado mi verdadera pasión.
Y durante este tiempo empecé a perder, ya no solo a mí, sino a más gente a mi alrededor. Amigos y familiares se distanciaron de mí, o más correcto, yo me distancié de aquello. Me enjaulé yo sola y me dije a mí misma que debía salir yo sola, así que, lógicamente, nadie me ayudó a salir porque yo no dejaba a nadie entrar.
Durante tanto tiempo, mi mente me jugaba tantas malas pasadas que me olvidé de la realidad. Me olvidé de seguir siendo yo, me olvidé de seguir siendo la Nerea que todos conocían. Aunque creo que lo único que sucedió fue que la verdadera Nerea salió de la jaula en la que la habían metido.
En resumen, llegué a junio completamente vacía. Había conseguido estar matriculada en la universidad que quería, en la carrera que quería, a tiempo. Pero yo no estaba feliz. Aunque quería convencerme todo el rato que sí lo estaba, no lo estaba. Ni lo más mínimo. Ni siquiera quedaba un poquito de mí para alegrarme.
Llegó verano, tiempo para despejarme y olvidarme de lo que me estaba viniendo a la vuelta de la esquina.
Me volví a encerrar. Volví a crearme otra jaula y pasé casi todo el verano en mi habitación. Era una jaula que, al fin y al cabo, me daba libertad. Me daba la oportunidad de encontrarme a mí misma. Me daba la tranquilidad que durante tanto tiempo había echado de menos.
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