Qué suerte que la reunión de Margaret no tarda mucho.
Entonces tengo que correr directo a mi auto para no encontrarme con el tráfico pesado, o la policía, porque... a ver, yo no cargo identificación, ni licencia. Todo el camino hasta el hospital para el que trabaja Kate lo hago viendo para todos lados por si las moscas. No sé cómo le hago para llegar, pero ya estoy en el parqueo y le dejo un mensaje a la doctora quién me responde:
«Puedes pasar a mi oficina, solo di tu nombre en la recepción».
Hago lo que me dice. Me dan un número de puerta y paso directo, toco un par de veces antes, pero no tengo respuesta. Voy a dejarle un mensaje, pero una enfermera me dice que está en una junta, entonces abro y miro alrededor. Okey, un lugar elegante y con una pared llena de certificados y reconocimientos. Tiene su título también y me doy cuenta de que estudió en Harvard ¡Harvard! Kate me hace sentir como un tigre sin dientes.
Tengo un texto suyo:
«Estoy en una reunión, ya llego. Ponte cómodo, tengo una máquina de Espresso, puedes usarla si te gusta el café».
Sí me gusta el café, lo que no sé es cómo usar esa máquina de Espresso.
«Qué amable, pero ya a esta hora tengo más café que sangre en mis venas. Muchas gracias de todas formas».
Igual me voy a la máquina y comienzo a buscarle la manera de hacerla funcionar. Bueno, hay un manual de instrucciones a la par, pero en ese momento la puerta se abre y es ella, Kate, y a su lado está una mujer mayor, también vestida con una bata y al verme sonríe.
—Fernanda, él es Roger. Roger, ella es mi jefa.
Okey, esta jefa sí se ve amable y me extiende su mano para saludar. No, no tiene las mismas vibras que Margaret y tampoco el aire de superioridad. Yo no sé qué es llevarte bien con tu jefa, pero puedo ver que Kate sí, por la forma en que se ríe cuando ella le dice algo en el oído. Antes de salir la amable mujer me dice:
—Fue un gusto conocerte, Roger.
—También fue un gusto conocerla, Fernanda. —Se va con una sonrisa y entonces Kate me mira a mí, todavía estoy sosteniendo el manual de la máquina de Espresso y mejor lo dejo donde estaba. —Estaba revisándola en caso de que se me antojara café.
—¿Y quieres café? —A ver, que ya es tarde y ella va de salida. —Bueno, no exactamente de este, podemos ir a una cafetería. —Se mira el reloj en su muñeca, rodea su escritorio y de un compartimento saca mi billetera. —O tal vez podemos cambiar el café por una cerveza. Voy a salir con mis amigas. Puedes venir conmigo.
—Te lo agradezco, pero soy muy mal tomador. —Me acuerdo de que es muy probable que ya vio mi licencia de conducir y esa es la peor fotografía que me han tomado. Ese día había trasnochado por terminar una novela que nunca publiqué, mi desayuno fue solo un café y ni siquiera me había lavado la cara, es que... a ver, no pensé que me iban a tomar la maldita foto el mismo día. —¿Sabes por qué terminé con el pelo así? Por tomar alcohol, específicamente.
—Bueno, mala idea no fue, aunque también el look de antes me gustaba, honestamente. —Busca su bolso, lo toma y agrega: —Por cierto, lamento que hayas tenido que esperarme. No creí que la junta iba a tardar y tampoco pensé que tu jefa te iba a dejar ir así de fácil.
—Bueno, dice que no quiere contagiarse de mi «bronquitis», así que me pude escapar. —Kate tiene una sonrisa radiante, lo dientes impecables, los labios perfectos. Ahora mismo se está retocando el labial. —Puedo llevarte a donde tus amigas, o a tu apartamento si quieres. Pienso quedarme con Simon, así que es casi lo mismo.
ESTÁS LEYENDO
¿Cómo (no) conseguir un ligue de una noche?
Romance🏆 GANADORA DE LOS PREMIOS WATTYS 2020 Roger Santana es un poco conocido y ordinario escritor que trabaja creando artículos para adolescentes en la revista «Hombres al poder». Sin una carrera exitosa ni un salario extraordinario, su vida da un giro...