S E I S

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S E I S

Los jinetes vieron las consecuencias de sus actos. Observaron cómo cada centímetro era envuelto por la enorme combustión. Sus rostros reflejaban indiferencia, orgullo y deleite. Y donde pisó aquella lumbre jamás volvió a nacer algo.

Ellos habían arrebatado la luz de muchos soles, ese era el precio de su codicia, el precio de sus deseos que eran los de otros. Ellos los habían asesinado, ellos asesinaron a los verdaderos reyes de su tierra, a los enfermos de sangre.

El incendio rojizo invadió todos aquellos lugares que no podían ser encontrados, el fuego elevó sus brazas así como los gritos delirantes de los humanoides y los monstruos se juntaron. Ellos habían quemado la única cosa que los tenía seguros a esos soles. Entonces cenizas de oro se lograban visualizar en wonderworld, en su jodido mundo de Midas y sangre.

Esos soles sellados como recuerdos en tus joyas, en tu poder, en tu historia, esos soles con dobles caras y dobles emblemas fueron apagados por tu mano. Tu oscuridad ha arrebatado la existencia, la poca fe, incluso la luz de los ojos de tus víctimas, tus cobardes victorias.

Había hombres allí, había mujeres también, todos fueron apagados como la llama de la vela al rozar con el frio viento. Ese fuego, esos cimientos, esas exorbitantes cantidades de oro y arrogancia son las bases de su reinado, un reinado ajeno, un reinado no merecido.

Esos fueron las profundas marcas de su dictadura, la sombra que siempre les iba a perseguir con esos tres sobrevivientes.

Sin embargo, estos cayeron vilmente también.

El primero fue por el ataque de su propia raza, de un cainita con títulos, un criminal más con pedigrí, él fue responsable de su caída junto al fenecimiento de un ave rota, aquel pájaro corrupto por su poder.

El segundo fue por proteger a su pequeño tesoro, pereció como tal atardecer en el suelo por su melodía, por un golpe, su sangre manchó aquel suelo junto a esa melena de hilos de oro, y aquel suelo que fue considerado como maldito por su hermano, por el más pequeño antes de ella.

El último sol tuvo más suerte en su desgracia, a pesar de que a cada paso le persiguió su destino, la muerte definitiva. Todos sus allegados lo sabían, y murió de la forma más imperdonable y memorable, por su propia sangre.

Lo que nadie conoció fueron sus secretos, todos aquellos que eran obvios por su declive, y su sangre corrió como el agua que llevaba el río, probando que no eran perfectos, porque después de todo no eran dueños del mar, tampoco eran señores del cielo, ni amos de la tierra, solo eran soles que fueron callados por la prisión de la oscuridad, por su propia noche.

Y aquella última sombra recibió a un sol más junto a su luna, al igual que un león hambriento de sangre, y lo peor a un ave más fría que de aquella dueña del vientre del que nació. Un león lleno de fuego ardiendo en su interior, consumido de coraje, cólera y rabia... Tan carroñero como un ave de su calibre podía ser, porque a pesar de que la calidez era lo que aparentaba ese ser, no era su fuerte, y aquello ya lo tenía en la sangre.

Porque su dinastía eran ángeles con cuernos.

I R I N A

La música y sus ritmos alegres, la sensación de la funda de cuero del volante en mis manos desnudas de los guantes, el fresco aire chocando contra los poros de mi piel, y todo se movía muy rápido. Fue un pequeño tiempo antes de llegar y pude ver a lo lejos mi hogar.

Era tanto en lo que pensaba. Y por fin había llegado. Ya estaba en casa.

Necesitaba sacar las bolsas de papel que tenía con todas las cosas para la comida de hoy. Asi que después de terminar de aparcar, abrí la puerta, tomé mi bolso, cargándolo sobre mi hombro, y me dirigí a la parte trasera de mi auto. Al abrir el baúl, agarre con cuidado las bolsas de la parte de abajo, no quería que se rompieran debido al peso de las cosas que había comprado.

LA CORONA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora