T R E S
La nieve densa propagaba su blancura en todos esos lugares inimaginables... Desde el suelo hasta la alta copa de aquellos pinos, sin embargo, no llegaba a propagarse en esas vestiduras oscuras. No llegaba a engañar a aquel azul como la noche, ya que sus copos parecían a esas estrellas tan brillantes y blancas a las cuales una vez apagaron, nunca se podría confundir aquel verde tan característico de las olivas, por sus dueños sin escrúpulos alguno, y sobre todo jamás llegaría a opacar a aquel guinda, ese color que impuso el imperio de la triada en aquel momento, el cual era una barbarie.
Reyes y dirigentes que cayeron a costo de su avaricia, de su soberbia, de su capricho.
Aquellos que proponían una falsa clase, una engañosa verdad, que sepultaban un cementerio de soles, que hacían creer en algo tan banal y absurdo: El poder, el verdadero sabor del poder.
Era irónico, nunca lo tendrían, porque con solo un poco, con esa pequeña cucharada de mandato, ellos enloquecían por completo y se mataban entre ellos. Reyes, simplemente reyes ahorcados con su ambición, egoísmo, y crueldad; Habitantes de su burbuja a costes de escases de su pueblo, de sus fanáticos obsesionados con el oro, la belleza superficial, la escoria de la sociedad, en fin, lo peor que puede existir.
Podrían tener esas riquezas arrebatadas de las tumbas áureas, la existencia de otros en sus manos llenas de líquido carmín, las risas de inocentes esencias, sus lágrimas por igual, las tierras infértiles ajenas... Pero jamás su libertad, no podían ser ellos, nunca se les dio la oportunidad de respirar, no pueden querer, solo destruir. El egoísmo era su "vida", y lo seguiría siendo, ellos habían sido condenados a permanecer en la oscuridad.
Las tres damas de prontos reyes salieron de aquel castillo de falsas apariencias, tomaron a sus hijos de las manos. Ellas los cuidaban a todos, pero había una pequeña excepción con uno, con aquel niño que se consideraba bastardo. Dos de ellas sabían la verdad, una no. Una ingenua dama viviendo en la ignorancia impuesta por su esposo, otra burbuja hecha por el gobernante que se creía niño.
Sus vestiduras oliva eran una traición a su propia sangre, porque ese niño no era yerro de las hierbas. Era el yerro de la noche.
El peor error jamás cometido, el solo de recordarlo era asqueroso. Cultivando furia a pesar de los años contra el menor, que fue la inocente respuesta, era inocente hasta en su propia corrupción.
Sin embargo, estar con ellos era tener la respuesta a todo y no tanto. Solo conocer lo necesario, solo regirse a sus tradiciones sumamente ignorantes a lo que pasaba realmente, porque todos alababan dioses paganos, y ellos igual lo hacían, se consideraban dioses y morirían como ellos, ser poco recordados.
No importaba que las guindas se mataran mutuamente, no importaba el lazo de sangre, y no existía el remordimiento en sus fuertes cabezas.
No importaba que la verdadera oliva se enamorara de una guinda más que podrida.
Y mucho menos importaba que dos noches fueran tan contrarias una con la otra, olvidando que una era verídica y la otra ficticia.
Cinco niños de los malditos entraron en ese escarchado bosque níveo con oscuras intenciones que no serían pintadas por blanco.
Únicamente cuatro retoños salieron, uno ya había perecido.
A A R O N
Tiempo, algo tan banal para nosotros los inmortales, y pensar que a los Romanov se les acababa. Pobres mundanos en desgracia, me daban lastima...
El olor a madera, los verdes árboles, y el cielo grisáceo se destacaban entre esas autopistas tan largas, mientras yo manejaba solo en ese auto rentado por uno de mis subordinados. Debía dejar pocas huellas de mi presencia aquí.

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LA CORONA ROJA
VampirEl Sabor Del Poder. Un mundo desconocido para el ojo humano, divido por castas y status. Una persona nacida de puros que establece la paz en una sociedad regida de sangre, clasismo y muerte. Irina Romanóv una chica que por apariencia es bella, pero...