C U A T R O

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C U A T R O

El invierno comenzaba a llegar en esas montañas, apaciguando las cálidas hojas del otoño con sus aires helados. Los colores rojizos y naranjas se verían opacados por los blancos de aquella estación que sentenciaba la ida de Perséfone de la tierra a su reinado al inframundo junto a Hades. Así mismo condenaba a Deméter caer en una gran tristeza y descanso de su trabajo laborioso en estaciones fértiles.

Este lugar era tranquilo, era bello, aunque comenzaban las pequeñas ventiscas anunciando la caída de la nieve, anunciando una época que para su pequeña era importante, su hija amaba la nieve.

Leart vio a su pequeña hija en brazos de su madre con quien jugaba, su cabellera rojiza al igual que la de su madre se perdían en el atardecer de las hojas, el sol al igual de imponente como él se ocultaba en aquel paradisiaco lugar. Tomó la taza de café y bebió el tibio líquido mientras su Feggari y su hija paseaban con libre albedrío por ese enorme jardín.

- Alfa Rudi -. Dijo Filippo a Leart.

El alfa perdió sus tormentas en aquel hombre de confianza, ese hombre que prácticamente lo cuidó desde su cuna.

- ¿Qué sucede, Beta? – Cuestionó el alfa.

Ellos acababan de residir con efectividad en Italia, como nuevo en su diligencia después de haber sido uno de los cuantos hijos y hermanos de Alfas sin lugar, porque en las manadas no pueden mandar dos Alfas, su Megalos les había encomendado ir a países como Albania, Italia, Rumania, incluso Kazajistán, todos aquellos territorios que se encontraban en las faldas de Europa y aún no tan habitados por lobos.

- Tenemos problemas, Alfa...

- ¿A qué te refieres, Beta?- Inquirió con extrañeza, debido a que él no le había llegado notificación alguna de un inconveniente, por eso estaba tranquilo y solo disfrutaba de la paz y tranquilidad del lugar.

Hasta que las suposiciones del Beta se formaron como una cruda realidad.

Y entonces los gritos comenzaron a decaer el sol sobre las montañas. El Alfa recorrió con la mirada en cuestión de segundos aquel pasillo donde estaba su esposa. Alice detalló con terror la cara de su esposo en la lejanía por esa sensación que le recorría en las venas, esa desagradable sensación la impulsó a correr fugazmente con su pequeña sin entender muy bien la situación hacia su marido y al Beta.

- Señor, son vampiros, suponemos que cainitas.- Aclaró a velocidad a su superior.

- ¿Vampiros, Beta? ¿No es un saqueo? ¿Y los anillos de seguridad? ¿Estás seguro que son ellos?- El Alfa estaba sumamente desconcertado.

Estaba perdido, él estaba entrenado para situaciones asi, ya que en las anteriores décadas mucho antes de su nacimiento lo requería. Asi que por primera vez le pasaba esto, se sentía aterrado, impotente, e incluso incapaz por la incertidumbre que amenazaba en su burbuja.

- Los Betas en artillería se están encargando de eso mi señor, pero tengo que llevarlos al bunker a usted y la familia principal.- Comentó ante el protocolo a seguir, ese que toda manada debía seguir ante el ataque.

Leart divisó al Beta incrédulo, se suponía que esos eran sus territorios, no habían hecho nada malo, habían respetado los territorios de aquellos asquerosos chupa sangre. Simplemente estaban en los tratados.

- Sé que parece erróneo, señor, pero son ellos, Alfa. Tenemos que retirarnos ahora.- Insistente volvió a enfatizar el Beta, esperando una respuesta, porque cada segundo valía en ese momento.

LA CORONA ROJADonde viven las historias. Descúbrelo ahora