🄿🄰🅁🅃🄴 4

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Abrió los ojos sintiendo frío. Tenía las manos atadas con esposas de acero y estaba sostenida de un gancho embutido en el hormigón del techo. Sus pies tocaban el piso, lo cual era un alivio. El golpe que le habían propinado en la cabeza comenzó a latir incomodándola aún más.

Reconoció la forma de la habitación. Una mesa y dos sillas metálicas estaban unos metros más, alejadas hacia una de las paredes. Volteó la cabeza para ver un gran espejo a un costado. Debían estar observándola desde el otro lado. No era la primera vez que estaba en una situación como esa. Los criminales tendían a soltar más información cuando la creían vulnerable, así que acostumbraba fingir que la había capturado.

Al bajar la cabeza entendió el porqué del frío que sentía. Le habían quitado la ropa para dejarla en sujetador y bragas. Había sido mal momento para utilizar ropa interior con encaje. Forcejeó unos minutos para no parecer tan tranquila, luego se concentró en los sonidos. Debía esperar a que alguien llegara para quitarle información.

En la sala de entrenamiento, Steven y James estaban enfocados en hacer ejercicios de lagartijas con varias repeticiones

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En la sala de entrenamiento, Steven y James estaban enfocados en hacer ejercicios de lagartijas con varias repeticiones. Se habían acostumbrado a competir entre ellos de buena forma. Como Zola había predicho, la amistad de esos hombres había ayudado a reforzar el lazo de compañerismo. Ellos no sabían el motivo, solo confiaban el uno en el otro.

Steve había tenido extraños sueños donde se veía a sí mismo siendo un hombre muy diferente, el tamaño de su cuerpo y su estatura eran las de un pequeño muchacho debilucho. Alguien a quien nadie se paraba a mirar dos veces a menos que fuera para hacerlo con lástima. Alguien que luchaba por un sueño que no podía alcanzar. En esos sueños, Barnes aparecía con el pelo corto, una sonrisa amable y frases que le brindaban ánimo.

El humo del cigarrillo y el olor a cerveza invadían todo el ambiente. Aquel recinto era exclusivo para hombres. Las mujeres de esa época no acostumbraban acudir a ese tipo de lugares. Steve observó su reflejo en un cuadro, apenas podía ver su frente. Deseaba ser más alto. Movió la cabeza a los lados y decidió hacer otra cosa.

Se acercó a la mesa de billar.

-¿Puedo unirme? -preguntó después de saludar con amabilidad a los dos hombres con uniforme que se divertían allí.

Los desconocidos observaron al pequeño hombre de pies a cabeza. Tomaron la pregunta como un chiste. La apariencia del muchacho no les causó más que gracia.

-No creo que tengas la fuerza para hacer que una bola se mueva -bromeó el hombre con bigote-. Mejor ve a lanzar dados -completó con desdén antes de inclinarse para seguir jugando.

-O ve a casa a leer historietas -añadió el otro hombre entre risas.

Rogers decidió regresar hasta la barra. No podía beber alcohol porque le sentaba muy mal. Con unos sorbos ya podía sentirse saturado. La idea de no estar en sus cinco sentidos no era muy atractiva para él. Así que pidió una soda. El cantinero le sirvió sin decir nada. La primera vez que Steve había ido a ese bar, el hombre robusto había molestado al rubio, diciéndole que allí no servían leche y que regresara a su casa. Barnes había llegado a tiempo para intervenir y defender al chico. Haciéndolo sentir incómodo al decirle que la madre de Steve había muerto.

El arma de HYDRA |Romanogers Donde viven las historias. Descúbrelo ahora