Las sillas chirrían al moverse, el aire es pesado y resulta asfixiante. La tela hace bien su trabajo y "purifica" el aire que pasa a través del barbijo negro de la chica de pelo negro que se sienta al final de la clase, con la mirada perdida, lejos de aquel lugar tan ruidoso.
Sus ojos se centran en la inexistencia, su respiración aunque calmada angustia y su mente viaja al único lugar donde le gusta estar, la música. Recuerda cada nota del violín, quiere viajar con él y perderse en sus cuerdas, pero no tocarlo. Más allá de una expresión indescifrable, estaba Melody, de quién nadie quería saber.
En un momento de lucidez acomodó un mechón de pelo negro detrás de su oreja, con cuidado de no quitar uno de sus airpods. Seguido de un suspiro y con la barbilla apoyada en la palma de su mano miró al frente.
El reloj marcaba las 8:07 a.m, casi diez minutos antes del comienzo de las clases. Los alumnos entraban charlando al aula sin prestarle atención a la joven pelinegra acomodada al final, un poco más separada del resto de las mesas y en un pupitre individual, todos en el centro la trataban como si de la reina se tratara, nadie sabía el motivo.
El salón se llenaba, el ruido aumentaba y la presión asfixiaba, Melody odiaba ir a la escuela pero su madre la obligaba. ¿Acaso no sabía lo agobiante que eran ese tipo de lugares? Desde luego que desde que falleció Raúl su madre no había sido la misma, quería mucho a su marido y a ella, pero desde su muerte dejó de prestarle atención a la joven y se centró en su propia salud mental.
La sirena del comienzo de mañana sonó y Melody advirtió al profesor de literatura entrando y guardó su teléfono y los auriculares con los que escuchaba música en su mochila negra con chapitas con frases y sacó de ella su cuaderno de tapa negra y su estuche negro. Para ella, lo natural era tener cosas del color oscuro como la noche.
El maestro de apellido Rousseau -sí, como el filósofo- abrió su libro y posicionándose a mitad de la clase empezó a explicar tópicos literarios sin ser posible de otra forma que se paró a nombrar sus favoritos. Ese hombre de apariencia descuidada adoraba su trabajo y aún más, la literatura.
-Perdón, señor Rousseau.- un alumno entró a la carrera en el aula, haciendo reverencias mientras pedía perdón más de mil veces.
El chico de pelo castaño claro y revuelto se sentó al lado de Melody que hacía click con su bolígrafo negro desde que el profesor había decidido dar su punto de vista de los tópicos que anteriormente había explicado y la joven tenía anotados con perfecta caligrafía en las hojas blancas lisas de su cuaderno.
Retomaron la clase y cuando la indiferente pelinegra notó que su profesor se enredaba más que una persiana empezó a jugar con sus dedos, eran dos salchichitas, el señor y la señora Miedo. La Miedosa pareja tenía un pequeño hijo muy obediente y una pequeña hija muy dulce; el mayor quería a su hermana y la cuidaba siempre; la madre adoraba a sus hijos y el padre no solía estar en casa.
Dos toques sonaron en la mesa de la chica y esta reaccionó echando su silla hacia atrás cosa que aparentemente no molestó a nadie. Melody miró el bolígrafo que estaba a unos solos milímetros de su mesa y se alejó. Observó al chico despeinado y la mirada que este le mantenía, ¿no tiene otra cosa mejor que hacer que mirarla? Bufó y le mandó el mensaje de la forma más clara posible, le ignoró.
-Oye.- susurró el joven intentando captar la atención de la chica. -¿Hola?- siguió insistiendo. -Chica, ¿me puedes dejar los apuntes de antes de que yo llegara?
Melody se mantuvo exteriormente de forma indiferente, pero interiormente no sabía que le molestaba más; que no se supiera su nombre -aunque ella tampoco sabe el suyo-, que le hable con tanta confianza o que ese crío piense que le iba a dejar sus preciados apuntes, seguro los mancharía.
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Break The Distance
Teen FictionElla quiso curarse cuando enfermedad alguna ocupaba su cuerpo, ahora nada puede estar en contacto físico con Melody. Nada debe estar cerca. ↻ 4-11-2019 ↺ En emisión