Capítulo 2: ¡Jesús, qué caliente!

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02. ¡Jesús, qué caliente! 

—¿Qué hacemos aquí, exactamente? —preguntó Sunny, con los brazos cruzados y una cara de aburrimiento que no ayudaba en nada al ambiente tenso.

Ocupaban una mesa de un estridente local nocturno. Aunque nadie les prestaba mucha atención, siendo aun así que eran cuatro hermosas mujeres; los disfraces las hacían parecer hombres jóvenes recién llegados. Al lado de la alegre –nótese el sarcasmo– Sunny, estaban Blaze y Rose, ambas chicas gemelas y con una expresión contraria a la otra. Blaze quería solo lanzarse e incendiar este lugar, mientras que su hermana, Rose-la-Pacífica, quería solo regresar a la base, preferiblemente sin hacer daño a nadie.

—¿Cuántas veces tengo que repetir el plan? —preguntó Isabella, luego de darle una fuerte calada a su cigarrillo.

—Lo siento, usualmente no te escucho.

—Eso es o porque estás borracha o drogada o acostándote con un hombre en algún lado de la base y gritas tan fuerte que no dudamos que se abra un agujero en la luna —gruñó Blaze y golpeó la mesa, dejando su mano chamuscada en la madera—. ¿Cuándo atacamos, Bell? Si ésta burra no quiere trabajar, yo hago su parte.

—Deberías cuidar tu lenguaje, simio —gruñó Sunny—, estoy justo aquí.

—Si lo digo en voz alta, es para que me escuches, Barbie Barata.

—No es mi culpa que mis planes no sean de tu interés —interrumpió antes de que esas dos se saltaran encima de la otra—. Blaze dio un punto. Si tanto insistes en participar de algo, deberías hacer el intento de, al menos, escucharme.

Algo se removió bajo la piel de Sunny, una luz casi cegadora. Sunny podía absorber la luz del sol y acumularla en su interior, dejándola ir como simple luz o esferas tan potentes que incineraban a un mortal. Isabella hoy la tuvo todo el día bajo el brillante sol de Albuquerque para que estuviera lista y recargada. Sí, sí, como un teléfono.

—Mi vida, al menos, tiene algo de acción que no tenga que ver con misiones o crímenes o tus estúpidas evadidas a la realidad. Bebo, me drogo, hago lo que quiero... tengo con quién acostarme. ¿Tú qué tienes, Bell?

Isabella pensó en múltiples formas de responder; sarcástica, fría, iracunda, con un par de golpes que la dejaran peinada como el Chavo del Ocho, exactamente de la misma forma que le enseñaba su abuela Maricarmen... pero finalmente eligió una ganadora. La sinceridad.

—Las tengo a ustedes.

Sunny no esperó esa respuesta, porque abrió y cerró la boca. Bingo.

Awww, eso es tan... lindo. —comentó Rose, abrazándola de la nada.

—Así que espero que cooperes —agregó Isabella, mientras apagaba su cigarrillo en un cenicero. Miró a Sunny con una tranquilidad que sabía la desarmaría—, porque tú puedes beber, drogarte y conocer chicos, ser libre de hacer lo que quieras con tu cuerpo, pero, lamentablemente, otras como nosotras, están aquí afuera, apenas pudiendo ver la luz del día, siendo maltratadas.

—No uses...

—Ellas sufren lo mismo que nosotras —tragó saliva—. A todas nos secuestraron y mataron a todos nuestros conocidos. A nuestras familias. A mí me los mostraron, a mis hermanos, a mi abuela... esa imagen nadie me la va a sacar de la cabeza. ¿Tú los viste, Sunny? ¿Y recibiste consuelo? Por supuesto, nos tienes a nosotras. Las chicas que están aquí afuera... no tienen a nadie. Ten eso en cuenta.

Blaze rodó los ojos.

—¿Vamos a hacer esto o no? —se frotó las manos y chispas anaranjadas salpicaron—. Mientras más hablamos, esos hijos de puta siguen haciendo de las suyas.

WINTER RUSH • Pietro MaximoffDonde viven las historias. Descúbrelo ahora