I

230 9 0
                                    

Golpeaban la puerta del pequeño compartimiento que era el baño del avión. Faltaba poco para aterrizar, apenas minutos; y lo sabía porque apenas subí al avión calculé el tiempo de viaje y en que momento sonaría la alarma que tenía planeada activar y programar exactamente para poder despertarme y arreglarme a tiempo antes de llegar a destino y evitar un aspecto totalmente malo. Si bien era una sola hora de viaje de Buenos Aires a Córdoba, no había retocado mi imagen en absoluto desde el día anterior a la mañana cuando nos embarcamos mi madre, mi padre y yo en Inglaterra para llegar hoy a Argentina. Todavía llevaba mis pantalones marrones de gabardina, mi camisa blanca, algo arrugada, y mi suéter de lana a cuadros color negro. Todo éste conjunto lo acompañé con mis Vans negras. La verdad fue algo incómodo usar éste atuendo debido a los cambios de temperatura: en pleno julio, Inglaterra se encuentra en verano mientras que Argentina todo lo contrario. Para mi suerte, el día de viaje, Londres estaba soleado pero bastante fresco. Puntos a favor.

Tomé mi pequeño bolso de mano con mis pertenencias más íntimas, abrí la puerta del baño y me encontré con un hombre bastante alto, a pesar de que yo también lo soy. Robusto, rasgos toscos, barba, cabello corto y un traje gris y corbata rosa impecables. En su rostro tenía una expresión amargada y desaprobadora; algo intimidante, por lo menos para mí. Enarcó una ceja. Totalmente inexpresivo. Le abrí el paso y se coló dentro, apenas empujándome. Supongo tenía prisa.

Hice unos cuantos pasos hasta mi asiento y me acomodé pacientemente esperando el aterrizaje. Estaba sentado con mi madre, Clarisse, a mi derecha y mi padre, Brandon, del lado de la ventanilla. Mamá me dio un codazo.

-¿Estás bien?- tomó mi mano para entrelazarla con la suya a modo de cariño y me sonrió.

-Si, ¡perfectamente!- respondí.

-Me alegro mucho- dijo, aún con esa sonrisa de realización y tranquilidad. La voz de mi madre es algo así como suave y profunda; se siente como si una fuerza abstracta que transmite paz, lo atravesara a uno.

Mientras estaba algo tenso por acomodar todas mis pertenencias como mi abrigo, mi pequeño bolso y la ropa, mi padre me llamó, tocándome el hombro. Me dí vuelta para saber que necesitaba o quería.

-¿Si?- le dije.

-Habrá muchas sorpresas al llegar...- Me contestó. Le respondí con una sonrisa y seguí en lo mío.







Christopher Brown y su corazón de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora