Capítulo 3

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Zoe le miraba ahora a los ojos, impúdicos y eróticos. Bajó hasta su boca, tan sensual. Pero no soportó seguir observándole, le ponía demasiado nerviosa. Así que desvió la mirada. «¿Cómo es posible que me haya dado la vuelta? Estás loca. ¿Y ahora qué?». De una forma rápida y precisa, él la giró sin dejar de agarrarla y la colocó contra la puerta del metro, ahora ella apenas veía a la gente. Sintió la presión de todo su cuerpo contra el suyo. Escuchó la voz de la megafonía del metro anunciando la próxima parada.

Él vio su vulnerabilidad y empezó a bajar la mano izquierda muy lentamente, llegando al inicio del curvilíneo trasero. El calor de sus fuertes dedos le traspasaba la falda, llegando a su piel. Se quedó sin aliento. Estaba a pocos centímetros de sus nalgas. Bajó un poco más. «Zoe, apártate, ¿qué haces? No le dejes tocarte». Sin embargo, no podía ni quería detenerle. Le dio un suave apretón en el culo e hizo que notara más cerca el endurecimiento que tenía entre las piernas. Un gemido salió de la boca de Zoe, lo que hizo que él la apretara con más fuerza. «¿Y si alguien los veía?». Miró a su alrededor, pero todo el mundo estaba más concentrado en ver cuál era la siguiente estación que en lo que sucedía en el vagón. Tampoco se podía ver dónde estaban sus manos. Eso la excitó aún más.

Levantó un trozo de la camiseta de Zoe y llegó hasta su piel. Comenzó a acariciarla, moviéndose hacia su ombligo; mientras que, con el pulgar, le iba haciendo suaves círculos Sentía cada caricia, cada roce, pulgada a pulgada. No se atrevía a mirarle, tenía la cara demasiado cerca del fuerte tórax. Percibía el calor que emanaba su cuerpo, su perfume. Olía a una fresca colonia de hombre, mezclado con su olor corporal, descarado y sexy.

No lograba mover las manos, las tenía apoyadas en su pecho duro y fibroso, estaba paralizada. Se sentía cada vez más húmeda, la tensión y la palpitación entre sus muslos iba en aumento. No podía parar, quería más. «Zoe, ¿qué estás haciendo? Definitivamente estás loca».

—Para... por favor —un ronco susurro salió de los labios de Zoe.

 «¿Esa ha sido mi voz?», se sorprendió.

—¿Estás segura? —murmuró.

Pero no paraba, tocaba su trasero de forma más íntima y la apretaba contra él. La pasión enajenaba sus cuerpos. Ni siquiera ella misma se creyó esa súplica. Había sonado más a: «No pares, por favor, de ninguna de las maneras».

Él acercó los labios a su cuello, notó el aliento caliente y húmedo cerca de su piel y la besó con lentitud, la lamió suavemente subiendo hacia la oreja. «Dios mío, el cuello no, el cuello no», pensó Zoe.

 El ambiente estaba cada vez más cargado, le costaba respirar. La seguridad que él proyectaba, hacía que se sintiera más pequeña. Un soplo de aire salió de la boca de Zoe,  juraría que las piernas le iban a fallar y se caería de bruces. La otra mano seguía acariciando su espalda, investigaba cada palmo de su piel. «Mierda». Casi creyó que podría tener un orgasmo solo tocándola como lo estaba haciendo.

De pronto, él apartó la mano derecha de su trasero. «No, va a dejar de tocarme». Una sensación de vacío la rodeó, pero delicadamente la agarró por la barbilla, despacio, elevándola hasta que su boca estuvo muy próxima a sus labios. Zoe empezó a entrar en razón, tenía que irse de allí ahora o no sabría hasta donde llegaría todo aquello y tampoco estaba segura de si quería averiguarlo. Aunque no podía mentirse, sí sabía lo que quería; no deseaba ir a trabajar, deseaba suplicarle que la llevara a su casa y le hiciera olvidarse de todo: de su trabajo como veterinaria, de todos los animales del mundo, de la crisis, de la gente del metro. Anhelaba que aliviase ese calor que estaba sintiendo, que convertía sus piernas en gelatina... «Basta, Zoe». En ese momento, ella intentó separarse; se iba a ir, pero él la paró.

El baile del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora