Epílogo

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Sheila giró el volante hacia la izquierda y entró en la misma calle donde había ocurrido todo. Sintió cómo le sudaban las manos, las imágenes venían como flashes, pero intentó respirar despacio, recordándose a sí misma que estaba a salvo. Aparcó en el mismo solar donde lo hizo la otra vez, apagó el motor del coche y miró a su amiga. Se sonrieron la una a la otra y Zoe apoyó la mano en su brazo.

-¿Estás bien?

Sheila asintió. Tenía que hacer esto. Habían pasado más dos años desde que truncaron su vida, convirtiéndola en una persona completamente distinta. Había logrado volver a clases de baile, a salir sola a la calle sin que se marease, sin que el corazón le latiera a mil por hora creyendo que alguien se lanzaría sobre ella; aunque todavía tenía cosas pendientes y una de ellas era esta. Quería empezar de nuevo y no lo podría hacer si no se enfrentaba al momento en el que empezó todo. Hoy era su cumpleaños y pensó que era el día perfecto para hacerlo.

La terapia en grupo le ayudaba cada día más y fue un aliciente para presentarse voluntaria y ayudar a otras personas que habían pasado por momento traumáticos como ella, que habían tenido la impotencia de sentirse insignificantes, humilladas, que doblegaron su voluntad perdiendo toda su dignidad. Lograba que se encontrara menos sola, volvía a creer que era útil.

El apoyo de su familia y amigos seguía siendo fundamental para su recuperación, sin ellos habría sido más complicado, tenían una paciencia infinita. Había pedido a Zoe que le acompañara a hacer esto, ya que no se sentía con fuerzas para hacerlo sola. Ella se mostró encantada de ayudarla, como siempre. Podía contarle todos sus miedos, llamarla cuando perdía el control y la necesitaba. Nunca olvidaría que gracias a ella estaba viva. El día que la encontró en aquel sótano le dio fuerzas para no rendirse cuando las esperanzas se habían muerto en su interior.

-Eres muy valiente, Sheila.

-No te creas, estoy temblando como una hoja.

-Es normal, pero lo importante es que estás aquí. Recuerda que no estás sola.

-Nunca dejaré de darte las gracias por todo lo que haces por mí.

-¡Qué tonta eres!

Sheila se acercó a ella y la abrazó, Zoe la apretó más fuerte. Cuando se separaron, se miraron y las dos tenían los ojos vidriosos. Se empezaron a reír.

-Qué sensibleras nos hemos vuelto. No puedes llorar, Sheila, estás radiante y así es como tienes que entrar allí. Quizá te salga algún pretendiente.

Sheila sonrió.

-Bien sabes que por ahora no dejo que se me acerque ningún hombre.

-Bueno, excepto Adrián.

-Sí, pero como amigo y pareja de baile. No siento nada por él. Hace mucho que no me fijo en nadie, aunque... -Miró hacia otro lado como si le diera vergüenza confesarle algo.

-¿No me digas que ha pasado algo y no me lo has dicho?

-No ha pasado nada, es solo que el otro día fue un detective a la asociación donde hago la terapia y mientras hablaba con una de las encargadas, yo le miré y él también a mí. No me molestó ni sentí miedo; todo lo contrario, era muy atractivo y no he dejado de pensar en él.

-¡Eso es muy bueno!

-Es un comienzo. Anda, vámonos, se van a empezar a creer que no he podido hacerlo.

Se bajaron del coche y Zoe la agarró del brazo, fue hablándole de otras cosas para que se relajara y no se quedara pensando en lo ocurrido aquel día. Todos las estaban esperando en el Poseidón. Cuando abrieron la puerta, no tardaron en acercarse a Sheila para felicitarla, era su cumpleaños; aunque todos sabían que celebraban algo más.

El baile del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora