Capítulo 4

8.3K 518 35
                                    

Habían pasado dos semanas y Zoe no le había vuelto a ver. Dos semanas desde aquel intenso momento. Dos semanas desde que la besó, con un beso del que había sido imposible olvidarse.

Al día siguiente de todo aquello, no había logrado tranquilizarse, le inquietaba volver a verle, pero más le inquietaba no hacerlo, no sabía cómo iba a actuar cuando se encontraran de nuevo. Había imaginado todas las posibilidades: que él se acercaba a ella para disculparse, que ella lo ignoraba, que él la ignoraba fingiendo como si nada hubiera ocurrido… Sin embargo, iba pasando el tiempo y él no aparecía.

La primera semana se sintió tonta y vacía. Según pasaron los días y, después de pensarlo detenidamente, llegó a la conclusión de que no se arrepentía de haber disfrutado de ese momento. Después de todo, se sintió más viva, más atrevida, más sexy, más capaz de todo que nunca, aunque solo hubieran sido unos minutos. Había merecido la pena, tendría ese grato recuerdo siempre. Pero si lo volviera a ver, cosa poco probable, ya que parecía que se lo hubiera tragado la tierra o que la estuviera evitando, se mantendría firme y no volvería a hacerlo. Nunca, sí, eso es lo que había decidido. Nunca más.

El metro estaba algo más vacío, se notaba que la gente empezaba a irse de vacaciones, pronto los niños ya no irían a la escuela.

Zoe observaba a la gente que tenía sentada enfrente: una mujer leyendo, otra que se pintaba los labios y un chico totalmente dormido. Nunca había entendido cómo la gente se podía dormir en el transporte público, ella ni siquiera podía hacerlo en los aviones. Quizá era por la bochornosa experiencia que tuvo de pequeña yendo al pueblo con su abuela. Viajaban en el autocar apodado el Correo, que realizaba el trayecto desde Madrid a su pueblo. Se quedó dormida en el regazo de la abuela, pero a la media hora del recorrido, se despertó mareada y vomitó. En ese momento, pensó que toda la gente del autobús la odiaba. No había nada más asqueroso que alguien vomitara en el autocar y se quedara el olor todo el camino. Los pasajeros decían que olía a Cheetos caducados, y ella se sintió fatal. Desde entonces no había podido volver a dormir en ningún transporte público.

A lo lejos, la imagen de un hombre de espaldas, la trajo al metro otra vez. Notaba cómo el corazón le daba brincos palpitando fuertemente contra su pecho, preso de su excitación y ¿por qué no?, de un poco de miedo por volverle a ver. ¿Era él? Tenía la misma corpulencia, el mismo corte de pelo, no lograba verle el trasero: si lo viera, seguro que lo reconocería; conocía de memoria cada curva. «¡Dios!, mira que reconocer a alguien por el culo. Me lo voy a tener que mirar, tengo un problema grave con este hombre», se recriminó a sí misma.

       Le estaba tapando una niña y solo podía verle de cintura para arriba. A los pocos segundos se giró y, con decepción, vio que no era su hombre misterioso. Los latidos del corazón empezaron a regularse. «Joder, estás fatal».

Una señora se sentaba al lado del chico que estaba durmiendo. El muchacho empezó a mover los pies, parecía que estaba soñando y daba respingos. De repente levantó las manos bruscamente, se cubrió la cara y abrió los ojos. La mujer que estaba sentada a su al lado dio un grito y se levantó asustada con cara de pánico, hasta tiró el periódico al suelo. El chico se disculpó y se puso a dar explicaciones. Al parecer había soñado que estaba en un partido de fútbol, le habían tirado un balón a la cara y se despertó sobresaltado. Fue una escena cómica y rara, primero por la cara de vergüenza de él y segundo por la cara de susto de la mujer. Zoe tuvo que aguantarse la risa. En el metro de Madrid podían ocurrir millones de anécdotas, era imposible aburrirse si observabas bien a tu alrededor.

El día en la clínica discurrió tranquilo: un gato con piojos, unas vacunas a un perro, revisiones anuales…

Kayla y Zoe estaban muy animadas, iban a ir por primera vez a la academia de baile que les habían recomendado. No tenían muchas pretensiones, solo querían pasárselo bien. Su intención no era ser unas expertas, simplemente despejarse después de trabajar.

El baile del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora