Capítulo 19

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Escuchó una puerta abrirse detrás de ella, instantes después él le colocó la capucha. Esta vez no bajó por las escaleras, posiblemente había salido de una de las puertas que estaban en la parte de atrás, las vio al poco de llegar a ese sótano. Muchas veces se quedaba inconsciente, por lo que ya no sabía cuándo él entraba o salía de allí. Juraría que oía un sollozo, ¿sería la chica que había oído gritar? Estaba arrastrando algo por el suelo. Sheila se inquietó, no veía nada y quería saber qué ocurría.

—Por favor, para.

Sheila escuchó la voz de la muchacha, transmitía su miedo, su temor, el dolor que estaba sintiendo. Intuyó que ambos pasaban por su lado y él la tumbada no muy lejos de donde ella se encontraba, seguramente en la fría camilla de metal que estaba a su lado.

—Se lo suplico, por favor, déjeme ir —rogó la chica con total angustia en su voz.

Se escuchó un fuerte golpe, lo que seguro había sido un tortazo en la cara, y de repente se hizo el silencio. Ya no estaba sollozando, a lo mejor se había desmayado, o estaba tan asustada que simplemente se calló.

En el tiempo que llevaba allí, había mantenido la esperanza de que la soltaría. Siempre le ponía una tela oscura en la cabeza o, a veces, él estaba encapuchado. A lo mejor era una ilusión, pero todavía creía que, quizá y solo quizá, la dejaría marchar. Nunca le había visto la cara, por lo que no podría identificarle y no tenía ni idea de dónde estaba.

¿Cómo podría vivir con todo lo que le había ocurrido allí dentro? Eso, pensando que la dejara marchar, algo que cada vez le parecía más improbable. Lo único que tenía claro era que quería vivir, salir de allí y volver a ver a su familia y amigos.

Un toque en su pierna la sobresaltó. Era él, la estaba rozando y había comenzado a subir lentamente la mano, acariciando sus rodillas. El tacto era extremadamente calloso. Ella se quedó paralizada, ya no se escuchaba a la chica, a lo mejor ahora iría a torturarla como tantas veces hacía.

Estaba tan cansada…Y rezó, aunque no era exactamente un rezo, ya que no se consideraba creyente. Pero un día estando allí atrapada, comenzó a hablar con alguien o «algo», no sabía el qué, pero la mantenía con fuerzas. En su mente le suplicaba a ese «algo» que, por favor, pudiera ver a su familia de nuevo, que no la dejara morir así. Suponía que todo el mundo en estas circunstancias necesitaría hablar con alguien, tener esa esperanza. De todas formas, no perdía nada y le hacía sentirse un poco mejor.

«Por favor, que se vaya; por favor, que se vaya», no paraba de repetir una y otra vez, como si el pensarlo hiciera que se convirtiera en realidad. Él continuó subiendo la mano cada vez más arriba, la sentía rugosa y algo húmeda. Estaba totalmente tensa y paralizada, no quería ni pensar que pudiera tocarla más íntimamente, que la violara. Le había hecho cosas horribles, pero aquello…

El corazón le latía enloquecido. Quería gritarle que dejara de manosearla, que apartara sus asquerosas manos de su cuerpo, sin embargo, sabía que era mejor que se controlara. Cuando él sentía que ella se quebraba, tiraba más y más, viendo hasta dónde podía llegar, pero cuando parecía no responder a sus provocaciones, llegaba un momento en que se cansaba y la dejaba en paz. Aunque no siempre era así.

El nudo de miedo que obstruía su garganta la estaba asfixiando. ¡Santo Dios! Quería gritar, la impotencia le corroía las entrañas. Nadie la podía ayudar, estaba sola, indefensa, atada y el muy capullo la tenía a su merced. Lo que daría por poder soltarse… Ya había estado pensando en qué haría si lograra hacerlo. Había visualizado las mil formas de hacerle sufrir y tenía muy claro que jamás le dejaría hacerle a nadie lo que le había hecho a ella y quizás a algunas más. Nunca lo liberaría, ella sería la única que saldría viva de allí. Aquello también la mantenía con fuerzas, pensar en todas las formas en las que podría hacerle daño. Siempre se había considerado una chica pacífica y tranquila, pero ahora se daba cuenta de lo que podía cambiar una persona al llevarla al extremo. No tendría sentimiento de culpa, solo un inmenso placer por cortarle las pelotas.

El baile del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora