Capítulo 20

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Era el último piso, buscó las llaves, pero con toda la porquería que tenía en el bolso, no las encontraba. Se le cayeron varios papeles, el brillo de labios y hasta el móvil.

—¡Mierda!

Por fin las encontró y logró abrir la puerta. Cuando iba a cerrar, Ian la frenó y entró detrás de ella. Él cerró la puerta tras de sí. Apoyó la cabeza en la puerta, intentando recuperar el aliento, había subido por las escaleras. Se notaba que estaba en forma, ya que la alcanzó en tiempo récord.

—¿Qué haces, Ian? Vete —le dijo molesta.

Hasta sudoroso y apenas sin aliento, estaba endemoniadamente atractivo. Él clavó los ojos en los suyos, se le notaba cabreado, su respiración comenzó a regularse. «Qué pronto se recupera», pensó Zoe.

—Soy bombero, ¿recuerdas?

Joder, ¿le había leído la mente? Él se acercó despacio, de forma calmada, avanzando como un depredador. Ella dio un paso atrás para zafarse e irse, pero la agarró.

—Suéltame.

Intentó liberarse, pero él la apoyó en la pared. Su cuerpo se presionaba contra el suyo.

—No quiero que te vayas sola cuando salgas de la academia —murmuró cerca de sus labios.

—¿Por qué?

—Tenías que haberme esperado y no salir corriendo, podía haberte pasado algo.

—No necesito que estés detrás de mí todo el tiempo. ¿Y qué demonios me iba a pasar?

Volvió a intentar zafarse. Notaba su erección, se estaba excitando con su roce y a ella le ocurría lo mismo. Este hombre iba a ser su perdición, pero no caería esta vez, no señor.

Ian no quería decirle lo mucho que le preocupaba que le pasara algo. Desde que vio a la muchacha muerta, con todos esos golpes en el cuerpo, sentía una enorme necesidad de protegerla; pero no quería asustarla. Estaba muerto de la preocupación, no quería que le ocurriera nada y ella no se lo estaba poniendo nada fácil.

—Has corrido como una loca en el coche —le dijo una medio verdad.

Zoe logró soltarse y se separó de él. Ian se empezó a aproximar, no quería mostrar debilidad, por lo que lo encaró en vez de huir y no se movió.

—Nadie va a decirme lo que tengo que hacer.

—Yo sí —contestó seguro de sí mismo.

Zoe vio como le latía la vena del cuello con furia, tenía los dientes apretados y la mandíbula tensa.

—No solo lo haces por eso. No te ha gustado que bailara con Adrián, y te advierto y te repito que no voy a dejar que me digas lo que puedo hacer y con quién debo estar.

Se cruzó de brazos intentando crear una barrera.

—Puedes hacer lo que quieras. Simplemente, por las noches estarás conmigo y no me pidas que soporte ver como otro te toca.

—¡No soy de tu propiedad, machista, mandón! —le gritó.

Fue a darle un empujón y se quedó en un leve intentó porque él ni se inmutó.

—¿Eso es lo máximo que puedes hacer? —Ian se rio burlón a la vez que se excitaba más por su proximidad.

—Vete.

Intentó volver a empujarle y él le agarró las manos, la apretó contra su cuerpo antes de que pudiera tocarlo de nuevo.

—Me encanta cuando te vuelves una pequeña gata y sacas las uñas, realmente me gustan todas tus facetas.

El baile del cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora