ESQUIRLAS

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Llevaba años visitando la casa de campo de los abuelos donde ellos y mis padres se conocieron. La tradición: ir y vivir el resto de tu vida allí, lo más importante con el amor de tu vida. O eso me dijeron y eso iba a hacer.

Decidida le propuse a mi marido ir juntos y crear nuestra familia en un ambiente de lo que yo consideraba paz y armonía, sí 'consideraba', pues cuando le conté a mis padres inmediatamente rechazaron mi declaración. Tan mal lo tomaron que me prohibieron volver junto a mi esposo por esos lares.

No me eché hacia atrás pues lograría mi cometido fuese como fuese posible. Y así fue como mi tortura inició. Yendo cada fin de semana durante un par de meses e incluso entre semana durante mis horas libres visitaba a mis padres rogando por las llaves y papeles de aquella casa.

Cedieron después de muchos intentos y yo sorprendida más allá de su aceptación fueron sus actitudes, pues se disculparon e informaron de una cena que tenían planeada entre ellos y nosotros. Me pareció bien y nada sospechoso hasta que esperando el dichoso postre de mamá, me sentí nauseabunda, salí al baño lo más pronto posible donde por accidente tropecé notando esquirlas a mi alrededor y divisé aún en el suelo, el espejo echo trizas y la pared donde antes colgaba echa pedazos como si fuese una puerta a una habitación nunca antes vista, pero lejos de ser eso luego de tirar para intentar abrir, descubrí un ataúd en su lugar, marcado con el nombre de... Mi esposo, me devolví corriendo, tropezando y gritando pero no los encontré.

Agotada y sintiéndome laxa me deje llevar por el sueño y pesadez. Desperté en mi cama, atada a cada esquina y mirando hacía arriba donde divisé un mensaje en lo que al terminar de leer decifré estaba escrito con sangre, la sangre de la persona que alguna vez tanto amé y estaba dispuesta a hacerlo el resto de mi vida. Mis padres entraron con Hugo, el que fue mi amigo de infancia era vecino en la casa de la abuela.

- Me alegra hayas despertado hija, ¿lo recuerdas?- pregunta mamá.

Me niego a responder y me levanto pues mi padre me había liberado y con gran sonrisa esperaron la respuesta que nunca llegó.

-Ya que no respondes y al fin ni nos importa te presentamos a tu nuevo marido- dice el que alguna vez llamé papá.

Mis lágrimas caían silenciosas, mi respiración entrecortada pero no tan cortada como los cuerpos de mis padres y el tal Hugo.

Quemé la casa no sin antes dejar sus restos en el ataúd que sería para mi esposo y terminando en el manicomio dí fin a las esperanzas de mi futuro feliz y perfecto, para junto con ellas a mi vida.

INSOMNIA COGITATIONES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora