•|Capítulo 4|•

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A ciencia cierta, no sabía qué hora era

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A ciencia cierta, no sabía qué hora era. Quizás las cinco de la tarde, pues, el calor era lo bastante fuerte para que su sudadera se pegara a la piel de sus brazos y espalda, hasta que en cierto punto, le molestaba. Sin embargo, el saber la hora no era de importancia, ya que estaba despierto desde la madrugada, justo cuando el frío era abrumador y la soledad parecía arrimarse más a su lado.

Era algo contradictorio.

Aún así, observó con recelo el plato a su lado. La comida por la mitad, seguramente ya estaba fría, pero entonces recordó, que cuando aquella joven le miró con unos ojos cargados de lástima, el pecho se le agitó con molestia y, quizá, algo de dolor. No obstante, el tan solo imaginar que lo miraran de aquella forma, sólo empeoraba su estado de ánimo.

Se levantó, sacudió sus ropajes y se encaminó a un destino indefinido.

Por ello evitaba cualquier contacto con las personas. Específicamente, detestaba que, a raíz de personalidades tan variadas, sentimientos tan variados y reacciones inciertas, algunos lo repudiaran y le observaran con lástima.

Sacudió su cabeza, como si aquello despejara todos aquellos pensamientos molestos que le fastidiaban como un mosquito volando a su alrededor, zumbando y haciendo imposible el poder concentrarse. Aún así, caminó pesadamente por el callejón, sintiendo el aire acariciar su rostro.

Entonces, se encontró con aquel cruce con paredes estrechas que le traían recuerdos escalofriantes y para nada agradables; aquel mismo cruce, donde seguramente, a esa hora, aquella chica esperaba por algo, o alguien.

Corrompido por la curiosidad, se encargó de ocultar sus peludas orejas y cola en su ancha sudadera, agradeciendo el encontrar aquel callejón siempre rodeado de silencio y sin demasiadas personas, excepto aquellas que de alguna manera lo utilizaban como atajo. Escurriéndose en las sombras de las paredes, agudizó su vista hacia el otro lado de la calle, siendo interrumpido por los veloces carros que se movían en la misma dirección.

Y, a pesar de ello, la vio nuevamente.

Sería imposible no verla al tener aquel esponjoso y rubio cabello que llamaba la atención con sus curiosas terminaciones onduladas y la luz de la tarde que lo realzaba aún más. Notó que miraba a la misma dirección, a la opuesta de los veloces autos, con una mirada cansada, pero que aún así tenía un brillo distintivo. En sus piernas llevaba un bolso café, visiblemente pesado, pero que apretaba contra ella como si de pronto el viento podría llevárselo como una liviana hoja de un árbol desprotegida en el suelo.

No obstante, cuando intentó ocultarse en la pared del callejón para observarla sólo un poco más y admirar su figura sentada en el pequeño banco, asegurándose de que su solitaria presencia siguiera ahí inmóvil como una estatua, ella volteó.

Y nuevamente sus miradas chocaron. Por un momento Tamaki intentó desviar la mirada, mas no pudo cuando inesperadamente, ella agrandó sus ojos con una leve sorpresa, para luego esbozar una pequeña sonrisa y saludar en su dirección. Él, inmóvil y parado allí, quedando posiblemente como un acosador, sólo alcanzó a levantar su mano y agitarla en su saludo de igual forma.

❛ Cambio ❜ [Tamaki Amajiki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora