1. Todo está bien... creo

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Euristeo recogía la ropa tendida, que junto a su madre habían puesto el día anterior a secar.
Ella acababa de salir a intercambiar algo de trigo en el mercado.
Cuando terminaba de destender, un cosquilleo se asomó por su oreja. Una pequeña serpiente se encogió junto a su mejilla.
Un crujido a sus espaldas lo sorprendió. Sobresaltado, se apresuró a esconder a la pequeña.
- Shhh!- susurró a la serpiente, que se encogió hacia el interior de la tela que cubría su cabeza.
Al voltearse no vio a nadie, solo percibió el zarandeo de una rama.

Desde que era pequeño, siempre había llevado tapado el cabello, su madre le había advertido del peligro que correría si la gente descubre las siete serpientes que se escondían ahí.  Creerían que su mirada los convertiría en piedra y el miedo que le tendrían acabaría matándolo.
Por lo que siempre fue un niño tranquilo y bondadoso. Los ojos de las muchachas caían sobre él, muchos pensarían que lo jóvenes guerreros de la aldea serían el principal objetivo de sus miradas, pero la mayoría había partido a la capital para compartirse en guerreros, las mujeres no suelen gustar de hombres ausentes.
En conclusión, todos habían cogido cariño al joven. Parecía increíble que nadie hubiese descubierto su secreto aún. Y esperaba que así siguiera siendo.
Ha excepción de aquella vez...
Hizo una mueca. Pensar en lo ocurrido no le traía buenos recuerdos.

Estaba terminando de guardar toda la colada, cuando trono el sonido del galope.
-Teo!!!
Irinea, su madre, detuvo a su viejo caballo acalorada, estaba alterada y sucia. Como si la hubiesen revolcado. Euristeo la ayudó a desmontar.
- Madre? Qué ocurre?
- Menos mal...-dijo alcanzando y manteniendo a Euristeo durante unos instantes entre sus brazos, después lo sujeto por los hombros

Y lo vio. A lo lejos, de la aldea había comenzado a salir una nube de humo. La gente gritaba y huía en todas direcciones intentando salvar sus vidas.

- Atacan el pueblo...- ella tosió - debemos... Debemos huir al bosque.
- Pero qué...? Madre... Qué quieren? Si no tenemos nada -dijo Euristeo atónito.
- Cariño... no lo sé...por favor debemos irnos...- tosió- ya!
Él la ayudo a subirse al caballo de nuevo, con un quejido de ella se percato de la sangre que manchaba la parte baja de su falda. Alzo la mirada preocupado.
- Estoy bien...-dijo ella- sube rápido.
- Espera.
El joven entró corriendo a la casa. Pocos segundos más tarde volvió a salir con una bolsa y un bastón en la mano. Su madre lo reprocho con la mirada.
-No podía dejarlo- respondió alzando el bastón.
Cabalgaron hacía el bosque hasta que llegaron a una cueva donde se encontraron con otros campesinos. Aquel era su refugio para fuertes vientos y tormentas, o para cuando la ira de los dioses agitaba la tierra. Nunca antes había ocurrido un ataque y no había bandidos tan adentrados en el reino, y la guerra se hallaba lejos. Todos estaban asustados.

Euristeo y su madre miraron la cueva un segundo, imnotizados por el lugar. Allí había batallado y muerto Medusa, aun se podían encontrar restos de estatuas. Irinea se mantubo en silencio hasta que con una mueca, gruño a causa del dolor de su pierna. Su hijo la ayudó a sentarse sobre una piedra, le levantó ligeramente la falda a la altura de la rodilla. La por la pierna corría un hilo de sangre mezclado con la mugre, la herida se extendía desde la rodilla hasta la pantorrilla, dejando a la vista los músculos y un punto blanco. Euristeo se le encogió el corazón al ver a su madre en ese estado e impulsivamente aparto la mirada, no era la primera vez que había visto heridas que uno se podía hacer al trabajar en el campo. Pero esta vez era su madre la herida. De la bolsa sacó un par de telas con las que limpio e hizo un vendaje improvisado por encima de la herida.
- Hay que coserlo.- dijo su madre mientras apretaba su propio vendaje para hacer de tornillete, era un animal, pensó Euristeo- tráeme algo de agua antes de que te desmayes, te has puesto pálido jaja...- intentaba molestarlo para tranquilizarlo, es posible que también lo hiciera para distraerse a sí misma. Euristeo le siguió la corriente.
- Mi piel es tan oscura como la hoja de otoño. Si yo estoy pálido, es que te has dado también un golpe en la cabeza. Quizá no tenga remedio.
- ja ja- rió irónicamente.
-Teo! Irinea! Menos mal que estáis bien.- dijo alguien a sus espaldas.
Denise, una joven del pueblo que llevaba algunos meses tras Euristeo, apareció junto su familia. Le explicó que uno de sus hermanos no aparecía, y su padre había regresado a buscarlo. Después de enterarse de la herida de Irinea les prestó aguja e hilo.
Pasaron las horas y llegó la noche. Pero nadie durmió, observando en la lejanía el incendio que consumía sus hogares.
A Irinea le subió la fiebre, y Euristeo se quedó junto a ella limpiando y cambiando los vendajes. Ella acariciaba la mejilla y jugaba los rizos de su hijo que sobresalían de la tela de su cabeza. Las serpientes al igual que Euristeo estaban intranquilas.
A la mañana siguiente, cuando creían que el peligro había pasado. Un pequeño grupo de campesinos, en el cual Euristeo y Denise se encontraban, decidieron volver al pueblo.
Cuando llegaron, no quedaba rastro de los bandidos. El equipo se dispersó en busca de gente, posesiones, comida o lo que sea que pudieran salvar.
Las puertas y ventanas habían quedado destrozadas. De muchos edificios solo habían quedado escombros y ceniza. Los mueves se repartían por las calles como si el viento los hubiese sacado volando por las ventanas. Lo más extraño es que no parecía qué se hubiesen llevado nada, solo habían destruido todo a su paso. Para suerte suya, no encontró a ninguna persona muerta o herida de gravedad.
Seguramente, la gente del pueblo que no había llegado a la cueva habrían logrado escapar.
Mientras Euristeo iba en dirección a su hogar, observo una pintada en el muro de una de las casas. Aunque su conocimiento en letras era reducido, su madre le había enseñado el significado de algunos símbolos. Por lo que creyó poder leer la palabra "Ofensa". Escrito en rojo escarlata. Se acerco para averiguar si era en verdad sangre.

Repentinamente alguien le golpeó por la espalda, haciendole caer al suelo de forma brusca.
Le sugetaron contra el suelo haciendo presión el cuello. En el forcejeo, Euristeo avistó el sello de una lechuza en el broche que sujetaba su oscura capa.
Euristeo intentó apartar a su agresor o gritar por ayuda. Su oponente no era mucho más grande que él, y por un segundo casi logró zafarse de su agarre. Pero un nuevo golpe contra el suelo lo dejó aturdido, sus oídos pitaban.
Alguien grito a lo lejos.
La presión sobre el desapareció y Euristeo consiguió apartarse a un lado. Mientras tosía, recuperando el aliento. Dirigió su mirada hacia el hombre que lo había atacado. Éste se sujetaba la mano y se revolcaba en el suelo mientras aullaba de dolor. El grito procedía de él. En su mano había una herida que derramaba un hilo de sangre por su brazo, parecía... un mordedura de serpiente.
Un escalofrío recorrió a Euristeo.
Notó que una parte de su pañuelo se había desenvuelto y caía sobre su hombro. En su lugar una pequeña serpiente se encontraba con los dientes fuera siseando agresivamente. Él observó completamente inmovil, bloqueado por la situación.
Cuando escucho los cascos de caballos, volvió en sí, rápidamente envolvió su cabello, escondiendo al animal de forma revoltosa.
- Ella tenía razón!!!! Aaaaahhh!!!! Él está aquí!!!!-gritaba pidiendo ayuda a sus compañeros.
Pero a diferencia de la llegada de de sus aliados, la cual Euristeo esperaba aterrado.
Por la calle aparecieron unos soldados con el estandarte del reino, el escudo de Atenea junto a las sandalias aladas de Hermes. El reino de Tirinto.
Y encabezando la marcha estaba un joven vestido con ropas nobles, un casco y escudo en mano mostrando el estandarte de la familia real.
- Esténelo! Lo llamo un soldado a su espalda.
Euristeo abrió los ojos como platos.
Esténelo.
El tercer príncipe, hijo de la reina Andrómeda y del rey; legendario heroe de Grecia
y asesino de su madre,
Perseo.

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