Mechones dorados asomaban por el casco sobre su cabeza. El jinete montana un caballo blanco impoluto. Lo cual, en contraste con el polvoriento y sucio paisaje le hacia una deidad del mismo Olimpo, del cual en realidad si tenía raices. (Ya que era nieto de Zeus)
Su agresor deliro algunas incomprensibles palabras antes de perder la consciencia. Euristeo observo a los jinetes acercarse y se levantó algo mareado por el forcejeo, mientras comprobaba el estado del pañuelo en su cabeza. Sentía el cuello dolorido, y su garganta parecía arder.
- Que...?- intentó decir.
El príncipe desenfundó su espada señalando a Euristeo.
Él, confuso, se apartó hasta chocar su espalda contra un muro de piedra. Sin saber que decir o hacer.
-Euristeo! No le hagais daño!- grito Denise, apareciendo en escena desde una de las casas, esquivando de un salto lo que quedaba de una puerta- que te ha pasado?!- señaló alarmada su cuello enrojecido. Miro al soldado y después al joven jinete, no tardo mucho en darse cuenta de frente a quien estaba. Sorprendida, se inclinó exageradamente en señal de respeto.
-Oh por Zeus...- dijo para si- Majestad.
-¿Sois campesinos? Disculpenme- respondió el príncipe. Éste enfundó la espada que había apuntado a Euristeo- ¿qué ha ocurrido aquí?
- Hemos sido atacados, por bandidos.- señalo Denise.
- Cómo es que han llegado bandidos estas zonas? Se supone que tenemos la protección del reinksidj....- fue interrumpido Euristeo, cuando Denise piso su pie para silenciarlo.
- Perdone su rudeza majestad. No nos gustaría ser descortéses pero... ¿por que nos honrais con vuestra presencia en este momento tan desafortunado? - pregunto Denise.
El tono relamido de sus palabras y su ligero sonrojo hizo evidente lo evidente y Euristeo no pudo evitar poner los ojos en blanco.
El príncipe se percató entonces del hombre que yacia inconsciente en el suelo. Y volvió a posar sus ojos en los dos campesinos.
- Nuestra llegada no se debe estos importunios, sino por orden de la patrona de la ciudad. Sus dilemas no son actualmente de nuestra incumbencia.
Euristeo indignado dio un paso hacia dispuesto a contestar, no muy educadamente.
Pero cuando Denise estaba por silenciar al impulsivo de Teo, un gran golpe sacudió la tierra. Los caballos tiraron a sus jinetes, Euristeo protegió a su Denise mientras el polvo envolvía el aire. Durante unos segundos el mundo se quedó inquietantemente en silencio, ni el viento se atrevía a romper la calma.
El aire comenzó a acariciar sus rostros apartando la nube de polvo. Permitiéndoles así ver un pequeño claro de luz frente a ellos. Allí se erguía una mujer. Era de una belleza extraterrenal, no existía la posibilidad de que ningún mortal fuese capaz de siquiera asemejarsele. Llevaba un vestido de seda con delicados trazados dorados. Cubria su cabeza con un reluciente casco de guerra del cual se asomaban sus himnotizantes ojos grises como la luna y por último, algo que hizo estremecer a Euristeo.
Mientras en una mano sujetaba una lanza. En la otra, portaba un escudo tallado con la forma de la cabeza de la madre del joven, Medusa.Ante ellos estaba Atenea, diosa de la sabiduría y la estrategia en combate. Quién maldijo a Medusa, y ayudó a Perseo en su ventura. También el motivo por el que el joven Euristeo debía esconderse. Pero aún con todo el odio rebosando en su interior, no pudo moverse.
Mudo como una piedra, por poco olvidó como respirar. Intentó retroceder, pero en el instante en el que aquel pensamiento cruzó su mente, la diosa lo miro fijamente.
"QUIETO"
La orden resonó en sus oídos, aun sin que la diosa separara los labios, calando en lo más profundo de sus huesos. Etonces Euristeo supo que daba igual lo que intentara, en ese momento su vida estaba a merced de ella. Siempre había sido así.
Su mirada paso a lo largo de los asombrados rostros de los presentes. Todos a ras de suelo. Nadie capaz de levantarse. Paseó a su alrededor y tras unos eternos segundos, con una tranquila pero resonante voz anuncio.-La desgracia ocurrida en este pueblo me ha conmovido- dijo sin un ápice de emoción, plano y seguido como un discurso- Yo conozco vuestra pérdida. Por ello me gustaría mostraros mi bondad os ofrezco asilo. Querido príncipe, Esténelo, escolta a mis invitados. Les deseo una travesía tranquila y libre de desgracias. "MUCHA SUERTE"
A Euristeo se le encogió la garganta al escuchar esta última frase, ya que Atenea le miró fijamente.
Y, a diferencia de su alterada aparición, la divinidad se disipo en el aire como si de polvo siempre hubiese sido.
Comenzaron a lebantarse. Aun incapaces de creerse lo que acababa de ocurrir. No todos los días aparecía un dios, y mucho menos para apoyar a un humano. Solían ser vengativos y ambiciosos, por lo que había que ser precavido para no ofenderlos.
Euristeo miro donde había estado anteriormente la persona que lo había atacado. Recordando qué este tenía como emblema el símbolo de la diosa, una lechuza. Pero este había desaparecido cuando el polvo se dispersó.
-Dónde podemos encontrar a los demás?-pregunto el príncipe.
-No se preocupe, en seguida traemos a todos.- dijo Denise, agarrando a Euristeo del hombro, levantandolo torpemente.
Cuando por fin llegaron al bosque, ella hablo.-Que los dioses nos protejan, esto me da muy mala espina, desde cuándo los dioses bajan dando regalos sin una mala intención detrás?
-Que digas eso así suena irónico... Mejor no digas más. Los dioses tienen oídos agudos.
-Tienes razón.- hubo una pausa- tu crees que el príncipe estará comprometido ya?
Euristeo puso los ojos en blanco.Tal y como la diosa ordeno todo el pueblo se reunió junto con las cosas que pudieron rescatar. Y emprendieron su viaje a la capital. A caballo, el viaje no te llevaba más de un día, pero a pie, este se extendía a tres. Los heridos iban en un par de carretas tirados por bueyes. El resto a pie. El príncipe y los soldados encabezaban la caminata.
Finalmente llegaron a Micenas.
Aunque estaban cansados y sudorosos. Todos sin excepción, fueron sorprendidos por la belleza que la ciudad desprendía. Los edificios blancos con tejados a dos aguas, con esplendorosas columnas y decoradas paredes con relieves en los que homenajeaban hazañas divinas y heroicas. La gente que concurria aquellas calles no se quedaba atrás. Vistiendo las mejores galas, con telas de seda y bordados refinados. También había sirvientes, incluso ellos vestían ropa digna aunque menos lujosa. Se acercaban al centro de la ciudad cuando avistaron de lejos una gran figura. Un gigante de piedra de figura heroica, con un escudo a sus pies qué relucía como un espejo, espada en mano y la otra alzándose para sostener la cabeza de un ser aterrador. La cabeza de Medusa, de expresión amenazante con colmillos que llenaban su boca y sus ojos abiertos enfurecidos, con escamas por sus mejillas y frente que se unían con las cientos de serpientes que se enredaban y eran sujetadas por el héroe. Bajo su barbilla un cuello sin cuerpo.
Era la estatua con la que se había honrado la hazaña del héroe que ahora era el rey aquella ciudad.Euristeo se estremeció al pensar que así lucía su madre.
A diferencia de la estatua él si tenía pelo, pelo negro de fuertes rizos que fácilmente se enredaban, entre los cuales convivian tan solo ocho serpientes. Estas era de escamas azuladas y verdes, con ojos negros. Por lo que tampoco necesitaba tapar completamente su pelo, tan solo la llevaba una gruesa cinta de tela, cómo hacían los agricultores mientras trabajaban. Entre el pelo y la tela, mientras la serpientes se mantuviesen quietas, era difícil percibirlas.Su madre le agarró del hombro y dijo -No se parece a ella-, eso de alguna forma lo tranquilizo. Recordando como su madre siempre se la había descrito. Le había hablado de una mujer de piel morena, oscuros y largos rizos que llegaban a sus hombros entrelazados delicadamente con pequeñas serpientes, un rostro amable de sonrisa difícil de quitar, con pecas por toda su cara y ojos verdes cómo el reflejo del rocío en la hierba. Euristeo se parecía mucho a ella. Eso le había dicho siempre. Sobre todo su sonrisa.
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Sombra de piedra
Storie d'amoreTras matar a Medusa, Perseo se casó con la princesa Andrómeda y fue coronado cómo rey. Juntos tuvieron hijos y crearon un reino próspero que se olvidó del terrible monstruo que había atemorizado al pueblo griego. Pero más allá de la capital, en un...