3. Mudanza, secuestro y trabajo ¿que podría salir mal?

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-Vamos,- continuó su madre, quién cabezota de ella, había empezado a caminar, usaba el bastón que Euristeo había rescatado de su casa, uno de los pocos objetos de su madre. Aunque ahora mismo no podían decir nada. A lo largo del camino, ella le había insistido a su hijo que debían irse antes de llegar a la capital. No debían fiarse de los dioses. En cambio, él insistió que con su herida no llegarían muy lejos. Necesitaba tratamiento médico.
Euristeo echó un vistazo a sus amigos y vecinos, tampoco podía abandonarles allí. Al fijarse en el grupo, se percato de la ausencia de una figura. No había rastro del príncipe. Quién se había separado del grupo desde que habían llegado a la ciudad.
Rodearon a la gigante estatua, y caminaron por algunas calles hasta que al fin llegaron al templo de la diosa Atenea, patrona de la ciudad de Micenas. Pero poco antes de alcanzar las escaleras de la entrada, una mujer de huesos anchos que portaba varias cestas en sus brazos. Se acercó a los recién llegados acalorada. Dirigiéndose a uno de los soldados que nos acompañaban. Cuando la mujer se acercó pudieron apreciar mejor sus rasgos. Con una trenza de tono avellana enrollada en forma de moño sobre su cabeza, unos ojos claros de mirada firme que demostraban su carácter fuerte. Se vestía con ropa humilde pero de tela agraciada, y adornada con broches de bronce, una con forma de libélula posada en su hombro.
- Son estos los nuevos? Ya nos avisaron que llegarían. Necesito a tres.
- Señorita Cyrilla...
- Me dijeron que buscaban trabajo, pues necesito más sirvientes para la fiesta de mañana, estamos abarrotados!
-Ha sido un viaje de 3 días algunos están heridos y la mayoría cansados.
-Pues yo veo aquí algunos jóvenes enérgicos, como tú- dijo señalando a Euristeo, quien instinto de supervivencia le gritaba que huyera- ven para para acá, no buscas trabajo? tienen que ser agradecidos con las bendiciones de los dioses, no se ven todos los días. Tú y tu. Venir para acá también.
Un par de jóvenes de más o menos la misma edad qué Euristeo se acercaron confundidos. Denise miró a Euristeo, ella no era uno de esos dos, y le dijo sin hablar solo formando las palabras con los labios.
"Qué haces?"
"No lo sé, esta mujer me da miedo"
Euristeo miró a su madre en busca de ayuda. Esta, que seguía cerca suyo le dijo.
-Ten cuidado, nos vemos en la noche.
-que?- no tubo tiempo a reaccionar a la traición de si madre antes de que la mujer le pusiera una de sus cestas sobre los brazos, está pesaba bastante haciéndole tropezar y preguntarse cuánta fuerza tenía esa aterradora señora.
-Venga por aquí rápido, Vamos! Vamos!
Se alejaron del grupo, que había comenzado a entrar en el templo. El grupo cargado de cestas anduvieron por más callejuelas, incluso hicieron una parada en el mercadillo que se organizaba en una plaza. En la que la señora Cyrilla, compro algunas verduras y vinos que echó en las cestas ya bastante pesadas de los tres jóvenes. Con los brazos temblorosos y su vista tapada por el montón de cosas que había en la cesta. Finalmente llegaron a una puerta lateral que llevaba a un pequeño patio en el concurrían sirvientes de un lado para otro cargando y descargando cosas para la fiesta que al parecer se organizaba. Entrando por otra puerta llegaron a una gran cocina, Cyrilla les ordenó dejar las cestas. Así hicieron. Descansando sobre sus rodillas para coger aire, Euristeo escuchó una conversación de fondo.
-Cyrilla, quiénes son estos tres?- dijo un hombre como un armario que acaba de entrar.
-No me dijiste que necesitábamos gente? pues aquí traigo a tres jóvenes dispuestos a trabajar. Ahora no te quejes Demian- ese debía ser su nombre.
-Se que dije eso pero... no esperaba que una hora más tarde trajeras a estos tirillas.- su forma de hablar parecía la de un matrimonio con muchos años de casados.
-Eh!- se quejó Euristeo.
-Aún me quedan muchas cosas que hacer, déjales trabajar, después decidiremos si se quedan o no. Ahora no me molestes, tengo más cosas que hacer.
-Vale... déjame a uno al menos, qué tal este? Es el más delgaducho de seguro te será menos útil para cargar tus cestas.
-Mmm- refunfuñó Euristeo
- VAAALE! Pero tengo que irme ya,- rápidamente dió un beso a Demian, esto esplica lo de hablarse como un matrimonio pensó Euristeo- vamos! vamos!- espetó a los otros dos jóvenes, que tenían cara de querer tirarse al tártaro si tenían que cargar más cestas.
- Sígueme- ordenó Demian. Era un señor que aparentaba unos 40 años, tenía una barba gruesa que le ocultaba prácticamente media cara. Y al igual que Euristeo era de piel morena y cabello rizado.- cómo te llamas tirillas?
- Euristeo.- dijo con tono de reproche.
- Oye no te enfades, yo también era bastante tirillas a tu edad.
-Humm- bufó Euristeo- dónde estamos? llevan arrastrándome de un lado a otro toda la mañana y aún ni siquiera se ni dónde ni para quién estoy trabajando.
- ¿En serio? Bueno es cierto que Cyrilla es el tipo de persona que se olvida de explicar esas cosas. En cualquier caso pronto lo adivinarás.
Dicho esto, y antes de que Euristeo pudiese a reprochar nada. Giraron una esquina que daba al patio principal del castillo de Micenas.

Euristeo se quedó quieto durante apenas unos instantes antes de decir.
- Nop - girando su cuerpo 180 grados en dirección a la salida, pero antes de poder escapar, Demian lo arrastró tirando de su pañuelo. Lo que lo alteró aún más.-Eh!Eh!Eh!
-Wow, no esperaba se asustases tanto, no te preocupes. La familia real son como cualquier otra familia adinerada, no te van a morder.
-Para! Vale!? Te sigo! Te sigo! Suéltame!!!!- gritaba mientras conseguía hacer que lo soltara, impidiendo que le diese un ataque al corazón.
-Tan solo haz lo que te digamos yo o Cyrilla y podrás trabajar aquí.
"Quién a dicho que yo quiera trabajar aquí?" Pensó para sí. Pero en realidad no le quedaban muchas opciones, la orden que la diosa dio fue clara, todo el pueblo debía mudarse a la ciudad. Eso implicaba buscar un trabajo para pagar por medicinas para la herida de su madre y así salir lo antes posible de allí. Lo que no esperaba era acabar en la boca del lobo. El lugar más peligroso en el que se podía haber metido alguien como él, de toda la ciudad. Pero, ahora cómo se iba a negar, cualquiera sabría que esta es una buena oportunidad. Y le pagarían bien.
Aún así mientras pensaba en escusas y motivos que decir para argumentar su dimisión, fue arrastrado a la entrada lateral de una armería.
Entonces, sintió una mirada en su nuca. Esta le heló la sangre. Pero, tras girarse, no vio a nadie.
Caminaron hasta llegar a un almacén donde un par de carros los esperaban para ser cargados de objetos. Estos consistían en espadas, lanzas, arcos, escudos... Armas en su mayoría. Demian le contó que al día siguiente a la fiesta muchos invitados de la nobleza celebrarían una cacería. Y que mientras la mayoría de sirvientes se había quedado en palacio organizando la ceremonia algunos pocos esperaban en el retiro de montaña, preparando el evento.
Tras un par de horas cargando armas un descanso para comer y otra ronda de trabajo, finalmente Demian le dejó marcharse.
-Lo has hecho bien chico,-dijo dándole unas fuertes palmadas en el hombro- te esperamos aquí mañana a primera hora.
Agotado Euristeo no dijo nada más y se dirigió a las la salida de los terrenos del castillo. Cuando se dio cuenta de que no sabía cómo volver al templo, dio la vuelta para preguntar a Demian. Pero entonces vio una figura escabullirse velozmente, ocultada por columnas y altos cestos. Salió por una puerta lateral, vestía una capa que lo tapaba de pies a cabeza.
Sin pensárselo dos veces lo siguió.

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