Arte

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Tus ojos,
brillantes al óleo.
Tus labios,
rosas cuyo aroma podía notarse
incluso a través de aquel retrato
que parecía estar delineado
por el más fino de los pinceles.

Tu piel,
blanca y pura
como el mármol de Carrara,
perfecto contraste
con los destellos de tu pelo.

Tu voz,
dulce Stradivarius
que jugaba con mi pulso
combinando pianos y fortes,
alternando ritardandos y accelerandos.

Tu risa,
delicado trémolo
que marcaba el éxtasis
de mi partitura de piano.

Tu caminar
esos movimientos delicados
a su misma vez que sensual es,
que te hacían parecer una bailarina escapada de la ópera de París.

Tú en sí,
intensa cuál actriz
de una tragedia de Shakespeare.
Pasional como un drama de cine de Hollywood,
estar contigo era como vivir
una auténtica película de misterio,
una auténtica película de aventuras,
una auténtica película de amor...

Pero es que además,
habías nacido con el don de la palabra,
porque con cuatro simples versos,
miles de corazones atravesabas.
¿Y el mío?
Valiente ladrona...
El mío, cada vez
más y más robabas.
Con tu arte cada vez
más y más me enamorabas.

No necesitabas pintor.
No necesitabas escultor.
Pero tampoco necesitabas
ni músico,
ni bailarín,
ni poeta,
ni actor.

Tú eras el más hermoso de los retratos.
Tú eras la más perfecta de las esculturas.
Tú eras la más bonita de las partituras.
Tú eras la más delicada de las bailarinas.
Tú eras la más sensible de las actrices.
Tú no sólo eras poeta,
tú en sí eras poesía entera.

El arte llevaba tu nombre y apellido.
Tú eras una obra de arte.
Tú eras, en sí, el arte.

ValkiriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora