D I E Z

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 Duérmete, propuesta, y desnudos.


—Oye, yo...

—No te preocupes. El dinero sobra.

Puse cara de culo.

—No, no me refiero a eso. Hablo de lo de Kevin y todo eso...

Quería pensar que Alexander, al menos, después de todo ese tiempo separados, lo haya hecho por preocupación. Aunque... Realmente dejé de conocerlo, y no sabía sus razones.

Alexander no dijo nada en respuesta.

—Pero bueno... Gracias.

Giré de nuevo a la ventana. No había nada que pudiera ver, solo negrura.

—Claro que, si te veo en una situación de agresión, saltaré a protegerte, si es que lo necesitas, y está vez me pareció que sí.—Me dijo aparentemente tranquilo.

—Yo... Te debo una, otra vez —sonreí al recordar algunas deudas morales que nos teníamos.

—Sí, creo que estás en deuda otra vez —me sonrió.

Al parecer había feria de sonrisas en el avión. Voltee mi cuerpo para ver nada en la ventanilla.

—Toma —dijo. Ofreciéndome un cojín de cuello, él ya tenía uno.

—¿Pueden dejar de hablar un...?  —Ximena había volteado hacia nosotros— Disculpe, jefe. —fue lo único que dijo al ver que Alexander estaba atrás de ella y girarse de nuevo a su asiento.
Sonreí, esta vez de ver como Ximena había casi metido la patota.

Alexander no dejaba de verme, sin decirme nada, me invitó a moverme al asiento del medio, y así lo hice. Acomodó la almohada en mi cuello y reposamos nuestras cabezas, una con la otra. 
Era muuy extraño, se sentía incómodo, pero nostálgico.
Unas lagrimitas de algún sentimiento quería salir de mis ojos.

—Te... aprecio.

Lo escuché decir antes de quedar dormida.

[...]

Mi brazo se movió y reposó en mi ancha pierna, o, mejor dicho, alguien lo movió. ¡¿Kevin?!

Me moví brusco, y abrí mis ojos. Solo era Alexander. ¿Alexander?

Mi giré bien para vernos cara a cara. Al parecer lo había despertado. No recuerdo en qué momento, pero ya estaba de regreso en el asiento a lado de la ventana.
Ahora él se puso en el asiento del centro. Apachurrándose a mí.

—¿Pero quéé haces?

—Me pongo cómodo.

—No, no, tú vas allá.

Comencé a pegarme lo más que podía hacia la ventana, pero obviamente no podía más. Alexander se terminó de acomodar a lado mío, sacó la manta que la aerolínea obsequia y nos cubrío a ambos.

—¡Ey! No, no, no. ¿Estás mal de esa cabezota que tienes?

Me remuevo brusco y él se levanta, con una cara de sueño y molestia me ve.

—Amelia —presionó el puente de su nariz—, más te vale que me dejes descansar el resto del viaje. Para tu mala suerte, o, para mi buena suerte nos quedamos solos aquí. Necesito —tocó mi hombro suavemente—, que cooperes para que nadie salga lastimado. Es más, sé que cuando despertemos, porque tú también dormirás, estaremos de buen humor y así podrás decir que sí a mi propuesta que te diré en unas horas cuando todo este puto avión aterrice. Ahora duérmete y déjame recargarme en ti. Así como en los buenos tiempos, solo que aquí no estamos desnudos.

Con todo su show y su bla, bla, bla, solo se me quedaron las palabras; duérmete, propuesta, y desnudos.

Alexander no era una persona fácil; era terca, absurda, celosa, posesiva, controladora, y todo lo que conlleva una persona tóxica.

Esa noche soñé con las tantas veces que Alexander y yo tuvimos intimidad. Él era delicado conmigo, y cuando se lo pedía se tornaba salvaje. Era un hombre encantador cuando él quisiese. Era todo menos mío.


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Después de bajar del dichoso avión, Alexander se comportó como si nada; fue de los primeros en bajar, y yo de las últimas –como siempre–. El resto del equipo de trabajo estaba esperándome en la fila para salir del aeropuerto.

Llegamos a Armenia, o mejor dicho, a su capital, un país y antigua república soviética, o al menos eso decía el folleto. Son diez horas de diferencia, y estaba segurísima de que nos iba a pegar a todos ese horario.

Otro autobús, pero de la empresa anfitriona, nos esperaba fuera. Amarré bien mi bufanda, agarré bien mi maleta y contuve mis ganas de ahorcar a Alexander. Y eso que no era viernes.

Armenia nos recibió con menos seis grados centígrados, con frío y una humedad muy notoria y sofocante. Nadie nos avisó del clima, por suerte y por consejos de mi abuela, llevaba poco, pero  para todo tipo de clima.

Veníamos de un horario donde nuestro vuelo aterrizó a las cinco de la tarde y pico, siendo las tres de la madruga nos recibieron en el hotel. 
No solo desbordaba lujo, sino una arquitectura aparentemente sencilla, pero sobresalían una especie de balcones o algo por el estilo. Siendo las tres de la mañana y con mala vista por las noches, no pude apreciar a detalle.

El salón nos recibió con un candelabro lo bastante grande y pesado que si se llegara a caer si le rompía algo a alguien.  

Por el cansado vuelo y el estrés, y más que nada por lo de Kevin, dormí bien a pesar de que eran las seis de la tarde en mi zona horaria. Dormí tan bien que no me di cuenta de que Alexander estaba tocando la puerta de mi habitación.  

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ฅ^•ﻌ•^ฅ

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