O N C E

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Te felicito.


Rogué al destino de que fuera una noticia de vida o muerte.

Me levanté adormilada, el frío recorrió mi piel. Sin prender la luz de la habitación abrí la puerta. Me cegué al hacerlo, y no era porque Alexander irradiara luz, pero sí el pasillo de fuera. Tallé mis ojos y hablé;

—Espero que sea algo de vida o...

—No es de las mejores situaciones, pero no diría que de muerte.

Cuando mis ojos se adaptaron a la luz pude ver a un hombre, de veintiséis años, rico, tal vez millonario, pero con algún desorden en su mente. Vestía con jeans ajustados, botas cafe de agujetas sin completar el amarre, camisa de vestir con botones mal alineados y con las mangas dobladas a los codos, barba cortada, cabello desordenado... Si no tuviera mucha fuerza de voluntad y mucha decencia, ya me hubiera comido a ese hombre.
Tenía una pose de derrota. Olía a alcohol, pero por conocerlo, o por lo que creía, sabía que no estaba ebrio. 

—¿Entonces de qué se trata tu visita? —mi sueño se había esfumado por completo al verlo de una manera de perdida.

—Querí... necesitaba verte —talló su cara con sus manos, tomó un suspiro y siguió helándome el cuerpo con sus palabras—. Necesito que subas conmigo al... al último piso.

—Creo que —me vio con mirada desaprobatoria—... está bien, dame un momento y...

—No hay tiempo. En unas horas tendrás que estar lista para la junta en el... Arréglate en lo que te comento —hizo ademán con su mano zurda. Vi su anillo de matrimonio y por un instante recordé todo aquello del pasado.

Lo hice pasar a la habitación, éramos adultos... Adultos fogosos.

Se sentó en uno de los sillones del cuarto en lo que yo lo veía de reojo intentando parecer segura.

—Entonces, dime.

Rebuscando en la poca y más importante ropa que había colgado para que no se arrugara, hacía chirriar los ganchos de metal en el tubo.

—Los inversionistas me han contactado personalmente, hemos ido al bar de abajo, y me han dicho cosas, así de diminutas. Veme, Amelia, —volteé a verlo y me le quedé viendo con ojos entrecerrados. Juntó casi el índice y pulgar, casi tocándose— así de pequeñas y aparentemente insignificantes cosas para poder llegar al éxito.

—¿Y cómo por qué te dirían lo que nos hace falta?

Ya con la ropa en mano me dirigí al baño.

—¿A dónde?

—¿A dónde qué?

—Aún no termino de conversar contigo. Así que, ¿a dónde vas?

Me le quedé viendo con cara de estúpida de no entender.

—Al baño. No me voy a cambiar aquí frente a ti.

—Ya veo...

Entrando al baño y comenzándome a cambiar, él siguió hablando.

—Ellos mismos me dijeron lo poco que nos hace falta... porque... ellos realmente nos quieren como sus hacedores, distribuidores, nos quieren como todos. Es una lástima que personas no se puedan casar... con sus empresas. Pero para eso están los contratos con el diablo.

Éste loco, no es un púberto, no es un adolescente como para sus comentarios absurdos. Sonreí de burla por ello.

Bufé en respuesta automática a una gran estupidez.

—¿Qué fue eso?

Mis nervios se pusieron de punta.

—Un bufido. Me iba a caer.

Terminé de ponerme la falda del trabajo, solo faltaban las medias que... que... que había dejado fuera. Excelente.

Después de doblar la ropa que recién me había quitado, me volteé para abrir la puerta. En ella vi su silueta, estaba recargando su frente, mechones sueltos se veían a través del vidrio borroso y...
Me maldije por ser realmente estúpida, estúpida y mil veces estúpida.
Alexander me vio, me vio cambiándome, me vio quitarme, ponerme...
Me vio desnuda después de tanto tiempo...

—Amelia, necesito que salgas.

—Dame un maldito momento.

Tardé en lo que mi consciencia se ponía en orden.
Salí abriendo la puerta lentamente, y la maldita rechinó.

Alexander ahora estaba sentado en el sofá de la recámara, con las piernas abiertas, los brazos a cada lado, posados, cansados, pero extasiados.

¿Realmente lo había visto viéndome a través del borroso vidrio?

—Eones esperándote. Hasta se me bajó el malestar que tenía.

—Casi te pregunto —Lo vi con la cara que suelo tener casi siempre. Él alzó una ceja, tomó sus propias manos y tronó sus dedos—. ¿En dónde será la reunión?

—Ya no irás —se puso de pie, pasó sus manos hacia su espalda y las dejó ahí—. Te cubrirá Ximena. Que, al fin y al cabo, ella viene para remplazarte.

—Ah, no. Ya me cambié, tarde mucho ahí dentro —señalé hacia el baño—, no es para esto que me contrataste. Ni para quedarme aquí, ni para no hacer nad...

A paso veloz se colocó muy cerca de mí. Puso su mano apoyada en la puerta del baño, arrinconándome entre la pared, puerta y su enorme brazo cubierto por la camisa. Invadiendo mi espacio, invadiendo mi cuerpo y mi ser. Sin tocarme diría que se acercó a mi alma.

—¿Entonces para qué te contraté?

Su aliento se coló en mi respiración. Olía levemente a alcohol, con frutas. Me fascinó.

Estábamos muy cerca, quería que pasara, pero me daba miedo caer, además, estaba casado, y yo no iba a ser el cuerno de nadie. Me colé por debajo de su brazo. El solo giró la cabeza. Me puse las medias, amarré mi cabello y ahora era yo, la que estaba sentada en al sillón.

Alexander tomó la perilla de la puerta, y antes de cerrarla con él fuera me dijo:

—De hecho, los inversionistas quedaron encantados con los retoques que le hiciste al diseño. Te felicito.


Bueno, tenía dos noticias, una buena, y una mala.
La mala era que si seguía así, podría perder el trabajo, lo cual eso desencadena otras dos noticias; no vería a Alexander, ni a Leslie, la otra era que sería desempleada, con muchos gastos.
La otra buena noticia es que podría decir que tenía el día libre, podría descansar del viaje y quedarme en el hotel, pedir servicio  al cuarto, comer y disgustar la diferente comida del país. Sí, opté por lo último.


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ฅ^•ﻌ•^ฅ

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