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—Habrá que cambiar de pueblo nuevamente, se a hecho un revuelto con la desaparición del niño ese y nos toman a nosotros como los culpables —decía un joven pelirrojo que poseía bastantes tatuajes en su cuerpo —.

Su jefe, un hombre de cabellos azabaches y ojos carmesí, se quedó pensativo mirando de forma fría al suelo mientras una de sus manos se posaba en su mentón.

—No podemos dejar ir al niño así porque sí —dijo finalmente clavando su despiadada mirada en su empleado, haciendo que este sintiera un escalofrío —.

—Pero ya lo hemos buscado... —comenzó a hablar con un tanto de miedo siendo interrumpido por el hombre en frente de él.

—¡¿Lo habéis buscado?! ¡Pues dime, ¿dónde está?! —gritó estresado exaltando al joven de tatuajes.

—No lo hemos encontrado... —contestó de forma suave subiendo sus hombros mirando al suelo, esperando otro grito.

—Traerlo aquí, buscarlo hasta que tengáis que amputaros los pies —dijo con ira saliendo de aquella habitación dejando al joven atemorizado —.

Los chicos enjaulados en la habitación de al lado pudieron escuchar toda la conversación. No sabían si preocuparse porque nadie lo había encontrado aún, o porque lo iban a buscar seriamente.

—Todo esto es culpa tuya, chico jabalí —dijo sin expresar ningún tipo de emoción el rubio sentado en el suelo de su celda apoyando su espalda en los barrotes —, si lo hubieras mandado a la mierda el primer día nada de esto estaría pasando —terminó de decir mirando como el chico al que se dirigía llenaba su cuerpo de ira —.

—Tú, maldito hijo de puta —habló lleno de cólera el de ojos verdes —.

El de ojos dorados se limitó a reír como solía hacer siempre.

—Te estás riendo pero en verdad sientes tristeza —habló el joven de ojos vendados mientras un pequeño hilo de sangre caía por la comisura de sus labios, esas palabras hicieron que todos giraran su vista hacia él —.

—¿A qué te refieres, fenómeno? —cuestionó de forma burlona.

—Yo fui el primero en venir aquí, obviamente  había más gente aquí antes, ¿tengo que recordarte lo que pasó para que dejes de ser tan molesto? —dijo girando su cabeza a donde estaba la celda del rubio.

La chica con alas coloridas y el chico lleno de flores no tenían ni idea a lo que se refería el caníbal de la sala.

—Oye, chico, ¿estás bien? —dijo una voz que se sentía muy lejana para Tanjiro.

El joven de ojos carmesí abrió lentamente sus ojos dándose cuenta de que estaba tumbado en una especie de sofá.

El chico trató de levantarse pero un dolor alrededor de todo su cuerpo se lo impidió.

—No te esfuerces demasiado, aunque haberte golpeado con algunas ramas al caer te ha amortiguado la caída, sigue siendo una altura considerable —dijo el hombre acomodando delicadamente a Tanjiro nuevamente en el lugar —.

La vista del de cicatriz en la frente se terminó de acostumbrar a la luz y pudo examinar lo que había a su alrededor, y con ello al hombre a su lado.

Su cabello era de un tono anaranjado pálido y sus ojos eran violáceos, poseía una cicatriz en la mejilla. El joven estaba sentado en un taburete al lado del lugar donde descansaba el menor.

La casa parecía ser una pequeña cabaña de madera, con una humilde mesita y un pequeño televisor. Separada con una pequeña barra, había una pequeña cocina.

Tanjiro se puso a hacer memoria de lo que pasó: estaba huyendo de aquellos guardias del circo y se perdió en el bosque, se subió a un árbol para poder ver algo, al bajar se resbaló, se golpeó con una rama en la cabeza y desde ahí todo es confuso.

—Te encontré extendido en el suelo, varias ramas del árbol se rompieron durante tu caída y caíste sobre ellas, así tu caída se amortiguó un poco —dijo el joven dándose la vuelta para coger una pequeña taza de té y  comenzar a beber de esta —.

—¿Dónde estoy? —cuestionó el de menor edad mirando al contrario confundido.

—Estás en mi casa, traté tus heridas y te dejé aquí para descansar —contestó  el de cabellos anaranjados —. Ahora pregunto yo —prosiguió —, ¿se puede saber que hacías escalando un árbol tan alto? Podrías haber acabado peor —comentó preocupado el desconocido —.

—Me perdí y así intenté ver si el pueblo estaba cerca —contestó el de cabellos carmesí —.

—El pueblo está bastante lejos de aquí —informó el mayor —, ¿por qué te has alejado tanto de donde vives? —continuó preguntando.

—Estaba huyendo de los guardias del circo —dijo en un hilo de voz sin pensar mucho en como reaccionaría el contrario —.

El propietario de la cabaña solo suspiró y se levantó de su sitio para así coger otra taza de té. La dejó en la mesa y ayudó al menor a incorporarse. Le acercó la taza para que bebiera de esta y se sentó nuevamente mirándole a los ojos para así continuar hablando.

—¿Qué es lo que sabes de ese circo? —cuestionó serio el joven.

—Lo de mutaciones genéticas en niños, ¿usted qué sabe, señor...? —cuestionó Tanjiro sin terminar su oración ya que desconocía el nombre del hombre frente a él.

—Sabito, mi nombre es Sabito —le dijo al menor —. Cuando era un niño trataron de mutarme para ser parte de ese circo, afortunadamente me escapé de allí, pero no puedo decir lo mismo de mis amigos y compañeros. Lo único que tengo de aquella experiencia es esta cicatriz y mis recuerdos —dijo de forma melancólica —.

—Lo lamento mucho —susurró levemente el chico —.

El mayor solo negó con la cabeza y continuaron hablando.

Tanjiro le contó quienes eran los niños encargados del espectáculo en ese momento en el circo, lo que le pasó y el cómo llegó a esa situación.

—No se a qué te refieres, maldita aberración come personas —insultó nuevamente el de ojos dorados —.

—¿Eso significa que no te acuerdas el cómo llegastes aquí? —preguntó totalmente calmado el que poseía una camisa de fuerza.

La expresión burlona y sarcástica del rubio cambió radicalmente a una de desesperación y terror.

The Circus Of Pain [Inotan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora