1

73 9 14
                                    

Revisaba la cartera que recién había robado, podía observar cómo aquél hombre caminaba desorientado por la calle palpándose los bolsillos y mirando a todos lados, lo siento amigo tengo que comer y hace días que no lo hago.

—Hey Trish ¿Cuánto le sacaste al viejo? —me dice Jennifer mi amiga y cómplice desde hace años.

—Lo suficiente como para comer como reinas y embriagarnos unos días—dije—. Vámonos antes de que llame a la policía.

—Tarada. ¿Cuánto tiempo nos durará la suerte?

—No lo sé —respondí—. Puede que nunca la hayamos tenido.

Eso era lo único en lo que tenía certeza, apenas tengo 19 años, mi apariencia no es intimidante, mido 1.60, mi físico se hizo atlético gracias a todas esas veces en que he tenido que correr entre callejones para escapar de la policía, mi cabello castaño lo mantengo corto para que no me estorbe mientras el viento golpea mi cara en las persecuciones, no tengo una experiencia para presumir  pero en mi corta vida creo haber visto de todo ésta ciudad.

Kovareicht, alguna vez según cuentan los hombres de canas, era una ciudad ejemplo de desarrollo, o al menos lo fué hasta que se supo que el dueño de la empresa más exitosa era un loco racista que tenía comprado e intimidado a todo mundo para cumplir sus caprichos.

Dicen que hubo cierta paz y alegría cuando fue ultimado por la autoridad, pero eso solo hizo que gente peor que yo buscara quedarse con el poder de la ciudad, al final después de mucha sangre y muerte, muerte que incluso se llevó la vida de mi familia cuando apenas era una niña resultó en que el ganador del poder fue un italoamericano de nombre  Francesco Gattuso, un hombre alto y fornido de 2 metros aproximadamente siempre con un traje o una gabardina blanca y una fedora del mismo color que apenas deja ver su cabello negro con algunas apenas perceptibles canas, sus hombres dan la vida por el y dicen que eso lo ha hecho poderoso.

Tan poderoso que puede andar a plena luz del día sin que las autoridades la mayoría compradas por él puedan hacerle algo, hasta donde se no le han podido comprobar nada, maldita ciudad corrupta y sin valores.

Que puedo decir de mí, parece hipócrita que hable de pocos valores de la ciudad cuando yo también carezco de ellos, acabo de robarle a un anciano, una mierda no puede hablar mal del resto del  drenaje como si fuese una flor, pero eso sí, desde pequeña aprendí a que debo luchar con todas mis fuerzas para obtener lo que quiero.

Una casa abandonada era el refugio de Jennifer y yo, era como un pequeño hogar que ambas no tuvimos que nos mantenía a salvo de gente igual o peor que nosotros...o al menos eso pensábamos hasta esa madrugada del 5 de noviembre.

—Qué buena estuvo esa hamburguesa —dije.
—No tan buena como esa motocicleta que robamos —contestó ella—. Eso nos servirá para mejores atracos y huir más fácilmente y si no pues la vendemos, parece costosa.

Si, ella tenía razón, la motocicleta era una Harley Davidson de esas que parecen haber nacido para correr con solo un ligero movimiento en el acelerador podías ir como un demonio por las calles, era perfecta, sin embargo no me dejaba buena espina los disparos que escuché detrás de nosotras cuando escapábamos con ella.

Pero esa noche el alcohol y la buena comida que habíamos comprado con nuestro robo había hecho olvidar esos detalles, detalles que me golpearían en la cara al oír dos vehículos frenarse frente a nuestro refugio.

Al asomarme pude ver qué eran dos vehículos de la policía, ambos habían llegado sin las sirenas encendidas  y sin hacer advertencia de arresto, esto no era normal ni mucho menos auguraba algo bueno.

Las cosas se pusieron peor cuando de uno de esos vehículos salió de la puerta trasera un hombre de traje púrpura con un cigarrillo en los labios y una cicatriz de oreja a oreja, mi piel se erizó cuando el viento agitó su ropa y dejó ver qué bajo el saco llevaba un arma en cada costado de su cuerpo, el hombre sonrió al ver la motocicleta y la señaló con su mano cubierta por un guante negro.

—Es ésta —dijo con una sonrisa.
—Revisaremos la vivienda, los responsables deben estar dentro —contestó uno de los oficiales—. Llevaremos a los responsables a la justicia por el robo a su vehículo señor Cobra.

En ese momento tratando de hacer el menor ruido posible tomé un cuchillo y fuí con Jennifer casi a puntillas sin hacer ruido y tras indicarle con mis señas no hacer ruido me referí a ella.

—Toma lo que puedas y vámonos —dije con sudor en mi frente— el matón de Gattuso está afuera de la casa y creo que esa motocicleta era de su propiedad.

—No jodas ¿Estás hablando en serio?

Apenas había terminado de hablar cuando de una patada derribaron la puerta mientras gritaban el clásico discurso de la policía, detrás de ellos se asomaba aquel hombre sonriente esperando ver un espectáculo.

Ambas levantamos las manos, lo menos que debíamos hacer era oponer resistencia ante la fama de la policía de exceder con su fuerza en las detenciones y más con esa figura amenazante detrás de ellos.

Nos detendrán y ese tipo saldrá feliz con su motocicleta pensé, no hay necesidad de violencia  y tampoco será la primera y última vez que me detengan, si, pensaba de manera muy optimista, optimismo que ese bastardo romperia a pedazos abriéndose paso entre los oficiales y mirarnos con soberbia.

—Que mierda miras pendejo —dijo Jennifer hacia el gatillero.

No pensé que eso sería lo último que escucharía de ella, pues tras lo último el desgraciado saco una de sus armas y le voló los sesos al lado mío.

—¡Jennifer!

GattusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora