Capítulo 5

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Y fue ese el preciso momento en el que todo se fue a la mierda.

Bastó con una sola mirada de Jack para hacerme enterrar mi promesa en lo más profundo de mi alma, allí donde planeaba abandonarla por un buen rato.

¿Por qué no podía ser más fuerte y determinante?

Él no me quería; él sólo quería poseerme y dejarme a su antojo, como un niño que se aburre de jugar con el mismo juguete y lo deja ahí tirado para que otro lo levante. La sola idea de imaginarlo me enfurece.

Nuevamente me invadió la necesidad de detenerme ahí y pensar en frío. Quería pedirle que me dejara ir y no volviera a hablarme nunca más, aunque eso me hiciera derramar más lágrimas. Sabía que me bastaría con varios días de llorarlo en silencio y que luego esa sensación amarga iba a desvanecerse...pero él siempre regresaba, dispuesto a impregnarse en lo más profundo de mi piel.

Aparcó el auto justo en la esquina del edificio, aquella antigua construcción que había logrado adquirir luego de muchos año de esfuerzo y ahorro. Estábamos a poco más de treinta metros y la idea de salir corriendo se me hacía cada vez más tentadora.

— ¿Estás bien?

Me sobresalté al oír su voz y volteé lentamente a mirarlo. Mis mejillas, normalmente pálidas, adquirieron la misma tonalidad que mi vestido.

—Estoy bien —mentí. Para ser completamente sincera, en mi cuerpo se libraba una batalla sangrienta entre el deseo y el sentido común.

Jack esbozó una sonrisa, de esas malditas sonrisas que le hacían olvidar hasta mi nombre; luego tomó mi mano, la acercó a sus labios y besó el dorso con delicadeza, un gesto que destruyó por completo mis defensas, mis dudas y cualquier tipo de remordimiento.

Bajamos del auto, caminamos los treinta metros hasta el edificio, entramos y subimos a mi departamento. Todo sucedió de forma tan fugaz, que por un momento sentí que había perdido la noción de la realidad. Pero allí estaba yo, cerrando la puerta del departamento y dejando del otro lado a mi yo realista.

Me giré hacia Jack, casi en cámara lenta, y lo encontré de espaldas a mí, observando con curiosidad las fotografías que recientemente había colgado en la pared. Había una en la que estaba con mis padres y mi hermana menor en la playa; otra de mi perra, cuando era apenas una cachorra de tres meses y, por supuesto, una con Luna. De alguna forma había pensado que aquellas fotografías lograrían darle algo de vida, a pesar de mi mal gusto para la decoración de interiores.

— ¿Quieres algo de beber? —le ofrecí, mientras abandonaba el bolso (y todo lo que tenía encima) sobre una de las sillas de la cocina.

—Si, gracias.

Busqué dos vasos limpios en la alacena, una botella de limonada y algo de hielo. Al servir el jugo, mis manos temblaban tanto que tuve que aferrar con fuerza la botella y el plástico se deformó bajo mis dedos. No podía entender por qué estaba tan nerviosa; de hecho, no me reconocía a mí misma. Sin poder evitarlo, le atribuí toda la culpa a la tensión que emanaba entre nosotros.

Afortunadamente, Jack no pareció percatarse de mi batalla perdida en contra de los nervios y seguía examinando mi departamento como si fuera la primera vez que ponía un pie aquí dentro.

Luego de guardar la botella en la nevera, tomé los vasos y me acerqué a él.

— ¿Tiene algo de malo mi cocina? —lo abordé, entregándole uno de los vasos de limonada. Él rió por lo bajo y negó rápidamente.

— ¿Por qué tendría algo malo? —se burló, esbozando una sonrisa torcida. —Es solo que...hace mucho que no venía.

—Ajá.

La Obsesión de GabriellaWhere stories live. Discover now