Si he aprendido algo de las clases de termodinámica, es que todo sistema tiende al caos. La vida misma es entropía pura y dentro de ella nos encontramos nosotros: seres humanos que alimentan ese caos con sus acciones y reacciones.
No obstante, no todo en la vida es entrópico. También hay momentos de cadencia; esa paz que reina en el ojo del huracán antes del desmadre. Y ahí es precisamente donde me encuentro parada en este instante.
Por primera vez en meses, me siento tranquila y en paz conmigo misma. Supongo que gran parte se la debo a Luna, que fue a allanar mi departamento y me encontró tumbada y desecha cual viuda desamparada, y me obligó a salir con ella. No puedo asegurar que al fin haya superado a Jack (de hecho dudo que eso pase alguna vez), pero lo que sí afirmo con asombrosa seguridad es que esa herida poco a poco irá sanando hasta que algún día desaparecerá por completo.
En la medida que eso pase, decidí que lo mejor en este momento es enfocarme en mí misma. Enfocarme en mi carrera universitaria, en mis amigos, en mi trabajo y mi salud. En todas esas cosas que, al final de cuenta, siempre van a estar presentes en mi vida.
La mejor decisión que tomé fue inscribirme en un gimnasio. Estar pendiente del agotamiento físico y el dolor muscular me ayudaba a dejar de pensar en otras cosas, como la cantidad de pendientes acumulándose en mi escritorio o lo poco que falta para los exámenes de fin de semestre.
Con tantas actividades en mi agenda, la semana transcurrió con una rapidez increíble. Cuando quise darme cuenta, ya era viernes y me encontraba en la escalinata de la entrada a la universidad despidiéndome de mis compañeros.
A lo lejos, John me dedicaba una sonrisa traviesa que no me dejaba pensar con claridad. Después de lo ocurrido entre nosotros, me costaba demasiado verlo a la cara, así que elegí evitarlo. No estaba lista para tener esa charla con él, y parecía ser que él tampoco quería tenerla. Lo mejor era seguir siendo amigos como si nada hubiera pasado.
Esteban, por el contrario, me escribía todos los días. Nuestras charlas solían comenzar a primera hora de la mañana y terminar entrada la noche, cuando la luz del móvil me hacía daño a las maltrechas pupilas.
Hablar con él me levanta tanto el ánimo que no me imagino un sólo día sin mandarle un mensaje. Es como el anhelado café de las mañanas: un vicio que no puedo quitarme, por más que lo intente.
—Mañana paso por ti a las nueve y cuarto ¿está bien? —su voz sonaba tranquila y relajada mientras de fondo se oía la música de los ochenta que a él tanto le gustaba.
—Ok —hice una breve pausa en la que mi mente me hizo imaginarlo subiendo los escalones de la entrada del edificio, vestido con un traje negro y camisa blanca que le sentaba demasiado bien en mis fantasías. Entonces surgió la duda. —¿Qué debería ponerme?
Normalmente no le preguntaría eso a mi cita, sino que elegiría algo acorde al lugar a donde vaya. Pero esa era la cuestión, no íbamos a un lugar convencional y no tenía ni idea de cómo se vestía la gente en ese tipo de eventos.
—Mmm... —meditó del otro lado del teléfono. —No hay código de vestimenta, aunque los organizadores recomiendan que se mantenga algo de formalidad. Es una cuestión de imagen.
—Oh, lástima. Pensaba ir en pantuflas —bromeé, y él soltó una carcajada.
—Te sorprendería conocer los fetiches de algunas personas.
—Dudo que alguno tenga un fetiche con pantuflas de señora de geriátrico.
—Yo no estaría tan seguro —masculló, riendo entre dientes. —Nos vemos mañana. Que tengas dulces sueños.
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La Obsesión de Gabriella
RomanceUn relato erótico que explora las obsesiones más oscuras de Gabriella. ¿Quieres descubrirlas? (+18) https://sites.google.com/view/autora-jdailin/escritos/my-darkest-obsession Código de registro: 1803196275059