4: Los Trogloditas Dicen

35 3 5
                                    

Las salidas con los trogloditas se hicieron rutinarias, íban a todos los bares de la ciudad y regresaban a altas horas de la noche. José se divertía mucho con su nueva amiga, Sonia. Cualquiera que los viese diría que había una bonita química entre ellos pero aún así se mantenían a distancias prudentes. Hasta ahí todo bien para Mayden, le agradaba ver a su mejor amigo feliz. El problema viene cuando él pagaba dos rondas más y se iba antes de las nueve con ella.
En el momento en el que José sale, los trogloditas hacen fiesta. Y, por decirlo de una forma agradable, la piñata termino siendo Mayden.

Él era capaz de jurar que al principio no se molestó. Pero la insistencia iba en aumento y no hacía nada con huír, se los encontraba en cada esquina. Mayden era ahora su nueva diversión y ellos sacarían todo el partido que esto conlleva.
El recuerdo de que José estaba feliz, con su ahora nueva novia y la ilusión de que su amigo era parte vital del grupo, le hacían olvidar y hasta soportar mejor los abusos, las burlas y los navajazos de la creciente depresión que lo estaban lentamente consumiendo.

—Mayden— le habló seriamente un José que hasta ese momento había estado sonriente —dejaré la universidad— su interlocutor no dijo nada, pero sus ojos se ensancharon a niveles exorbitantes dejando claro que esto no era una buena noticia —no te preocupes. No te olvidaré, seguiremos saliendo con los trogloditas y...

—¿Cuándo te irás?

—Al final del semestre. Sonia tiene un departamento en Jaén y...

—Vete entonces.

José sonrió. Mayden hacia este tipo de cosas, hacerse el resentido. —Te repito que no será hasta terminado el semestre ¿crees que me iré sin despedirme de mi mejor amigo?
Su brazo pasó sobre su hombro y lo atrajo hasta él con una sonrisa fraternal mientras reía sin darse cuenta de que su menor se ruborizaba —También estaba pensando en proponerte que vinieras conmigo y con Sonia.

—No— negó saliendo de mala gana de sus brazos y empujándolo de paso. Odiaba de pronto depender de sus caricias —¿Te olvidas de Natalia?

José enarcó las cejas en una risa que le sonó muy parecida a una de esas con las que los trogloditas coronaban sus burlas hacia él.
—Chaval, siempre olvido que tú también tienes novia. ¡Y muy guapa por cierto! Aunque algo me dice que tú no la aprovechas.

Mayden le dio otro empujón, esta vez con un deje amistoso.
—¿Sabes que? Tengo una idea, vengan ambos por unos días. Me iré en las vacaciones que hay después del primer semestre y con los trogloditas iremos a celebrar allá ¿se apuntan tú y Natalia?

************************************

Caminaba rápido. Fluido. Mirada hacia adelante, manos en los bolsillos. Mayden parecía una exhalación atravesando la helada mañana, así como iba con el ceño levemente fruncido y una mueca que denotaba pensamientos turbios. Cualquiera pensaría que va retrasado por su taconeo incesante y apresurado, pero faltaban veinte minutos para que comenzara la clase.
A excepción de está ocasión, parece que su reloj interno le daba el tirón mañananero a la misma hora cada día.
Uno dos, uno dos. Un paso firme constatado por zancadas largas y constantes. No se detiene. Uno dos, uno dos. Salta un obstáculo y sigue, sin descanso.
Su paso apresurado está justificado, todos los días el grupo de trogloditas se reúne antes del aula en la que Mayden tiene su primera clase esa tarde. Cosas que odiaba de la universidad, número uno: los trogloditas.
Y por eso, en esta ocasión esperaba llegar antes de que el grupo lo secuestrara.

A lo lejos uno de esos chicos vislumbra un borrón oscuro que pasa a su derecha, con el rabillo del ojo lo descubre y señala. Mayden se da cuenta de esto y, como si fuese posible, acelera el paso.
Pero casi al instante uno de los más grandes estrella su mano enorme en la espalda de Mayden para después agarrar con firmeza su jersey y alzar del suelo al chico.

—¿Te querías escapar de nosotros, niñato?
Lo arrastraron entre risas y burlas hasta un módulo vacío para dejarlo en el suelo. Al liberarse Mayden cayó como un saco de patatas al suelo mientras los trogloditas seguían riendo.
Mayden se preparó, no era ningún maestro en el boxeo, ni tan siquiera, pero de igual forma no se dejaría humillar de nuevo por esta bola de... trogloditas malnacidos. Cuando intentó ponerse en pie para hacer algo, uno de estos chicos le asestó la patada de su vida en las costillas.
—¿Qué vas a hacer mariquita? ¿Eh? No eres capaz de devolver el golpe ¿verdad, idiota?

Una lluvia de patadas y puñetazos mantuvo a Mayden en el suelo mientras los demás seguían riéndose a mandíbula batiente. Les parecía muy divertido ver desplomarse al chico con cada golpe, que se esforzaba por cubrirse, que hacía todo por huir o resistir pero sin conseguir nada.
La rubia, segunda al mando, llamó al orden con un gesto mientras sonreía sardónicamente —¿Sigues vivo, idiota? No eres capaz de hacer nada por ti mismo ¡mírate! No eres más que una basura. No mereces estar ni cerca de José.

Consiguió arrastrarse hasta la puerta como un insecto cruelmente aplastado. Los trogloditas intercambiaron miradas y, antes de salir, todos asestaron un último golpe al hombre caído.
Mayden se llevó una mano a los ojos, era la primera vez que lo golpeaban entre todos. Normalmente solo era un puñetazo en el estómago o un moretón en el brazo, nunca se imaginó sentir tal dolor junto.
Uno de los trogloditas regresó y alzó el mentón del chico para que éste lo mirara a la cara —Mira chaval, somos más que tú ¿lo sabes, mierda? ¿Me oyes? Ni se te ocurra hablar de esto con José. Lo que harás es simple: largarte de aquí antes de que realmente decidamos darte una verdadera paliza. Si es que sigues vivo para ese momento.

Mayden bufó un insulto pero al instante cayó inconsciente, y era comprensible ya que una patada en plena cara deja en estado camatorio a cualquiera.
Tal vez si hubiese sabido que los trogloditas no juegan limpio, habría corrido antes.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora