6: Trazos De Dolor

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Cerró los ojos. Cayendo en el abismo de nuevo. Sus sollozos involuntarios se apretaban junto a él en esa oscuridad de cubículo en el que se encontraba.
Necesitaba ordenar sus ideas. Necesitaba apartarse de José y olvidar todo esto. Necesitaba cobijarse en brazos de Natalia, aunque esta le gritara antes o después. No estaba preparado siquiera para aceptar que estaba poniendo en juego su heterosexualidad por un maldito infeliz al que le importaba más quedar bien a sus amigos que...

El problema realmente no era ese, el verdadero dolor que agobiada a Mayden y lo hundía en la desesperación más absoluta era que se sentía responsable de todo lo ocurrido. Nada de esto estaría pasando si él nunca le hubiera confesado a José su soledad. Si él nunca se hubiera mostrado débil ante él, José nunca habría arriesgado su amistad con sus amigos por Mayden.

Indudablemente era culpa suya. Y ese hecho lo estaba lastimando más que todo lo ocurrido en días y días de sufrimiento. A su mente venían los momentos de las últimas semanas como un interminable torbellino. Y cada palabra era como una navaja incandescente en su corazón.
Y ahí, en ese inmundo baño fuera de servicio, abrió los ojos.

Decidió a acabar con esta situación, miro a su alrededor, sacudiéndose las lágrimas de una manotada sin importar que el pinchazo de dolor de su moretón le escosiera más que nunca.
Frente a él había había un retrete. Y cuatro paredes manchadas por garabatos oscuros que, en la oscuridad de la intermitencia de la luz, se retorcían, tomaban un color sanguinolento y cambiaban ante sus ojos en mórbidas sonrisas crueles que le escupían insultos y que, inusualmente, tenía la voz de los trogloditas.

—Te estás volviendo loco... — gimió y los rostros desaparecieron.
Su mirada descendió al suelo agrietado y mugroso, se desplazó hasta el móvil que al caer se había desarmado. La funda había caído a unos centímetros, revelando lo que había entre él y el móvil, ante el destello del metal más de un vestigio del pasado frívolo y depresivo de Mayden desfiló por su conciencia.

Su corazón sumido en la oscuridad del dolor enfocó el brillo del filo de uno de esas esquirlas de su pasado. De pronto se vió a sí mismo en una situación igual de amarga, envuelto en sombras, con cortadas leves en sus muslos: sus ojos se recreaban en el rojo que caía y manchaba su piel y... Su alma parecía drenarse de culpa ante tal castigo.

Parpadeó. Doce años dividían el presente de ese momento y sin embargo la sensación era la misma.

Alargó su mano y agarró con dedos temblorosos la navaja. ¿Porqué seguía guardándolas en la funda del móvil? Quizá algo de él ya sabía que todo este torrente de asuntos desembocaría en el mismo punto.

Es tu culpa...

Las lágrimas volvieron a bajar, esta vez con renovadas fuerzas. Tenía que encontrar la forma de alejarse de José, de irse. Algo le decía que harían lo mismo que hicieron con él. Y nunca se perdonaría ser el causante de más problemas para su mejor amigo. Para... El amor de su vida.
Era inútil resistirse, tenía que hacerlo o su propia consciencia lo cortaría en pedazos.

Cuando se dio cuenta, su mano ya estaba trazado sobre la delgada y suave piel blanca virginal de su brazo una línea superficial. Una. Dos. Tres... La sangre comenzó a salir igual que sus sollozos más ahogados.

Cinco. Seis. Siete. Es tu culpa, Mayden. Tu maldita culpa. Nunca debiste amar a José. Lo único que lograste es hacerle daño.

Nueve. Diez. Las primeras doce comenzaron a llenar su brazo lentamente. Hilos de sangre escapaban como si la sola idea de permanecer en su interior fuera una condena. Surcos se abrían paso uno a uno y ante el ardor y el acuciante dolor, asombrosamente, Mayden comenzó a sentirse mejor.
Con mano temblorosa siguió al siguiente brazo, está vez exteriorizando lo que realmente sentía.

«Una, por haberme acercado a José.
Otra, por Natalia qué no sabe nada y sufre también.
Una más, por la basura que soy.
La siguiente, por haberle contado todo y a la vez nada a José.
Otra, por haber aceptado ser parte de sus amigos.
Una profunda, por no haber hablado cuando pude sobre el bullying.
Otra, por este silencio que mantengo incluso a mis padres.
Una más, por haber robado el maquillaje.
Otra por la incertidumbre que José tiene, buscándome ahora.
Otra por haberme enamorado.
Una más, porque me hice esto»

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Ala salida, ya un tanto mejor, sus brazos cubiertos por las mangas de su sudadera, chocó con alguien. El móvil recibió la segunda caída del día y él volvió a soltar una maldición.
—¡Mayden! Por fin te encuentro, algo me decía que estarías en el baño pero no en este y...

Era Sonia la que ahora se detenía al hablar porque el golpe en el rostro de Mayden era ahora más visible que nunca. Él ignoró esto agachándose para tomar su móvil desarmado de nuevo, no estaba como para dar explicaciones. Sonia, apenada e incomoda, quizo disculparse ayudándole con las piezas.
Él no tenía nada en contra de Sonia, al contrario, le agradaba mucho. Era la que más hacía sonreír a José últimamente y se merecía toda la gratitud de la vida. Pero en este momento, con sus ojos aún enrojecidos por las lágrimas y la vaga sensación de que esto no terminaba aquí, Mayden no estaba para saludos amistosos.

Pero para su infortunio, Sonia tenía en mano la funda con las navajas en ella. Se quedaron ambos observando unos segundos como una gota, fresca y del carmesí más vivo, rodaba por el filo del metal. Y luego conectaron sus miradas.
Ella, asustada y a la vez consternada, le entregó la funda que Mayden aceptó en silencio. Nada que decir, nada que juzgar.

Este instante se tiñó de pronto de tristeza para ambos, pero Mayden ya no sé sentía débil. Estaba listo para contraatacar si ella preguntaba algo, evadiría el tema y se pondría en plan de no saber de qué estaba hablando y luego, se iría y la dejaría con la palabra en la boca. Ya había puesto en práctica ésta idea y siempre le había resultado provechosa.
Pero antes de hablar ella, la voz de José resonó en todo el establecimiento. En un segundo, Mayden decidió meterse de nuevo en el baño, lanzando una mirada suplicante a Sonia cerró suavemente la puerta.

El líder de los trogloditas atravesó la esquina y vio a Sonia —¿Lo encontraste? Natalia dice que no está con ella y nadie lo ha visto en un buen rato... ¿Sonia? ¿Lo has visto?

Mayden esperó en silencio unos tensos segundos hasta que Sonia le respondió —Sí.

—¿Dónde está? ¿A dónde fue? Tengo que explicarle que...

—Salió a... Estirar las piernas.

—¿Fuera del campus?

—Ajam.

Mayden escuchó lo que pareció el sonido de un corto beso de agradecimiento y la rápida huida de José al exterior. Suspiró y lentamente abrió la puerta. Sonia lo miraba inexpresiva.
—Gracias.

—¿Porqué no quieres que te vea?

—Es algo complicado— resopló con un hilo de voz.

—Te gusta ¿no?
Mayden se sintió de pronto con todas las barreras abajo. Natalia había dicho la verdad al aconsejarle nunca subestimar la intuición femenina.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora