3: Por Un Segundo

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—Hey— le digo al oído en una oportunidad intentando que este me prestara la atención que ese tiro maestro estaba recibiendo. —chica linda a las tres.

Eramos once en total, los que rodeábamos la mesa en la que José debutaba con los tiros más acertados. De esos once, nueve éramos trogloditas. Dos chicas en la esquina hablaban entre cuchicheos mientras sus otras amigas habían ido por más bebidas. De esas dos, una no paraba de ver a José con ojos de interés.
Llevábamos gran parte de la noche entre tragos y turnos con el billar, pero aún no me sentía a gusto en ese grupo de desequilibrados. Me forcaba a sonreír y jugar lo mejor posible mis cartas con ellos, tratando de que mis comentarios sean acordes a sus burlas. Pero ellos mismos no me aceptaban aún, lo notaba en sus miradas: yo era un extraño entre ellos.

En el trago número equis, y lo digo así porque no recuerdo cual exactamente fue, José por fin tomó el valor suficiente para ir hacia esa chica de flamantes ojos verdes y sonrisa despreocupada. Sonreí yo también, realmente no me agradaba que José se aventara a tales circunstancias, menos medio borracho, pero era algo que lo hacía feliz y yo no me opondría a ello.
Lo vi caminar más o menos en línea recta directo hacia la chica de ojos bonitos que ahora estaba sospechosamente sola.

No evité sonreír de nuevo. Sus gafas estaban en mi bolsillo, si algo le daba valor a ese troglodita más que el alcohol, era sin duda el despojarse de lo único que lo conectaba con su imperfección más humana. «Lo que no sabe es que tiene muchos defectos» pienso con cariño viéndolo saludar con su galante sonrisa de chico lindo a esa bonita oji-esmeraldas que, coqueta, le responde al oído. Aquí, en la oscuridad de mi interior, pienso en lo que siento en estos segundos en los que el silencio de mi concentración en él se vuelve más tangible lentamente. Pienso en qué se sentirá ser esa chica que ahora, suave pero conscientemente, juega con su cabello en un bonito gesto de coquetería que es obvio que hipnotiza a su interlocutor. ¿Qué se sentirá ser observado de esa forma por José?
Entonces ocurre de nuevo. Mi imaginación me juega una mala pasada y de pronto casi soy capaz de oír los piropos pasados de moda de José y soy yo el que reacciona sarcástico pero a la vez seductor a sus inclinaciones. Admiro sus labios y su sonrisa de medio lado mientras habla entre murmullos seductores y me detalla la manera en que mis ojos, verdes en este momento, lo han electrizado y arrastrado en inminente colision conmigo.

Es que casi puedo escucharlo decirlo y me hace reír. Porque en un segundo soy capaz de sentirme ahí junto a él. Y sé que yo, como esa dulce chica, sucumbiría de igual forma a sus encantos.
Y ¡demonios! Vuelvo a la realidad de la forma más estúpida. De un momento a otro una cerveza gélida fue vaciada en el cuello de mi camiseta, todo mi cuerpo se electrificó en un respingo acorde al susto.
—¡Me cago en..!

—Para que se te baje la calentura, eh gatito.

Los trogloditas medio borrachos empezaron a reír descontroladamente y sin consideración alguna. Miré con odio al grupo en busca del responsable, no me sorprendió ver a la segunda al mando de los trogloditas: Laura. La rubia sostenía triunfante la lata vacía.
Me sacudo, la tela se pega penosamente a mi piel y el aire me da de lleno en la espalda humeda produciéndome escalofríos. Okay... En estos momentos francamente hubiera deseado ser cualquier otra persona menos yo.
—¿A qué te refieres?— le gruño mostrándole todo mi desagrado en una mirada.

—A que todos sabemos que no eres más que la perra de José. Si no ¿Porqué estaría protegiendo tu trasero todo el tiempo?
El coro de risas se vuelve más estruendoso detrás de ella que da un paso más hacia mí. Sé a ciencia cierta que no puedo contra ella y retrocedo a su paso, la he visto poner en su lugar a más de alguno de los grandulones del grupo, si se lo propone es capaz de derribarme de un golpe. Volteo hacia el lugar en el que mi mejor amigo estaba hacía un momento en la mesa de la esquina y veo un triste vaso como único vestigio de la última conquista de José.
La rubia, a pesar de todo, ha tomado menos que yo y aún así su comportamiento es peor al de todos los trogloditas juntos, quizá por eso es casi la jefa de estos.

—No tengo porque explicarte nada— bufé dispuesto a irme.

—No importa, no hace falta que desmientas nada. ¿A qué si muchachos? Con el show que diste el pasado partido...
Estaba poniendo el dedo en la llaga y lo sabía, pero no me molestó tanto como lo anterior que había dicho.

Decidí irme, no importaba lo que dijesen, no era tan estúpido para escucharlos y creer sus burlas.
Palpé en mi bolsillo las gafas de José mientras regresaba al estadio a terminar su parte de la limpieza, luego me ocuparía de buscarlo por la mañana. Tampoco tenía pensado decirle que a Laura y a los trogloditas les gustaba llamarme marica y otras cosas desagradables.
Ya podía verlo plantando cara frente a ellos y quedándose sin amigos y con más de una magulladura de por medio por ayudarme más de lo que ya lo estaba haciendo solo por mí.

No. Resolveré mis problemas solo y no iré a ponerle queja a José por algo que esos inmaduros puedan decirme. Ni que fueran tan influyentes en mi vida.
Vuelvo a sonreír, sin pensar en el viento que me cala hasta los huesos por la camiseta aún empapada en el frío gélido de la madrugada, pienso en José y su forma de empujarme para salir de mi zona de confort, por hacerme uno más de ellos arriesgando su puesto de jefe del grupo. Quizá me hago demasiadas ilusiones, pero creo que eso significa que le importo.

De alguna forma u otra, yo le importaba.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora