7: Bajo Esas Mangas

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A su derecha se encontraban sus amigos enfrascados en la planificación de la siguiente salida al edificio abandonado de la esquina, la conversación se animaba enormemente al tocar el tema de la bebida que se llevaría. A su izquierda, Sonia comentaba sobre el trabajo final de la clase de ciencia y tecnología, que por cierto era para el lunes y él había decidido no entregar. Pero su atención volvía a desviarse, como ultimadamente le ocurría, hacia la ventana.
Mayden se había encargado de escapar de él y eso le sorprendía porque ese chico no era de los que perseveraban con nada y ahora hacía acopio de todas sus fuerzas para evitar el contacto. Se encontraba ahí afuera ahora, realmente no le era difícil apartarse de él, sus carreras eran diferentes y sus clases eran diferentes.

El chico del flequillo estaba sentado en una banca, aislado, merendando. José suspiró. Le molestaba que fuera tan fácil de ofender, lo de la otra vez no había sido enteramente una razón para que se molestara tanto. El cabreo que se cargó ese día lo demostraban sus grandes ojos achocolatados con un fulgor apagado.
Nada, este asunto, como muchos otros, se resolvía hablando. Solo debía ir y decir: ¡deja ya de ser tan dramático, ostia!
Pero...

El timbre y la sacudida del aula completa lo levantaron inmediatamente. —El trabajo es para el lunes, bola de fracasados. Va para nota de examen, ni se les ocurra no hacerlo.

Pasó delante del profesor sin gran emoción, se sentía suspendido por encima del griterío por hilos de pensamientos que lo guiaban hacia el chico de la banca de allá afuera. Pero estos hilos fueron bruscamente cortados por la tajante voz de su profesor.
—José, necesito que hables con Mayden.

—No soy su niñero.

El profesor, que no le caía ni pizca de bien a José, tenía un favoritismo por el chico del flequillo. Era el mejor de la carrera en su clase.
—Eso es notorio— gruñó en respuesta —solo habla con él, se que se llevan (o llevaban bien) y esta mañana me dijo que se iría y...

—¿Quiere que lo haga cambiar de opinión? Porque no soy el indicado para eso, "señor"

—Anda, habla con él. Te vi viéndolo en clase.
Francamente había esperado que se ofendiera con su forma de llamarlo *señor*. Tampoco era como si esperara mucho de ese mediocre catedrático que lo único que tenía presente era que su móvil no se descargara. Al entrar en clase este año esperaba clases normales, no un profesor que en vez de pedir tareas exigiera un cargador de iPhone cada dos por tres.
Osea... Nada diría si utilizase el móvil para investigar, con el privilegiado Internet que se les conceden a los maestros, pero los sonidos de monedas y notificaciones de WhatsApp que salen de ese aparato móvil le aseguran que la padagogia y la profesionalidad no entraban en sus conceptos.

—Sé que pasó algo entre ustedes dos— siguió hablando, lo estaba haciendo retrasarse y eso lo estaba irritando —porque él también te mira cuando pasas por la puerta.

Los ojos de José centellaron un segundo. Miró al profesor y sólo terminó por asentir y salir pitando de ahí. Como se lo suponía, Mayden iría a su siguiente clase al momento que si mal no recordaba era educación física.
Corrió, o más bien voló, hasta la cancha en la que suponía debería estar el chico del flequillo, pero solo encontró a dos de sus compañeros. Un pelirrojo y un chavalillo. Al verlo, lo saludaron sin muchas ganas, José no tenía buena fama entre los compañeros de su mejor amigo.
—Ya se fue, si es lo que quieres saber.

—¿Y que no tienen clase ahora?

—Esperamos a los demás que traen los balones. Mayden no está, vete de una vez.

José entrecerró los ojos, evadiendo los comentarios idiotas de ambos —¿por qué se fue, Mayden?

—Jugaremos boleibol de nuevo y el tiene una nota de permiso.

—... Pero es su juego favorito, nunca antes había tenido problema con...

—Yo imagino que debe ser un problema con sus manos. La última vez que jugamos, las mangas de su suéter (que por cierto, insistió en dejarse puesto) terminaron manchadas de sangre.
Esa última palabra se repitió en un eco intermitente en su cabeza. ¿Mayden sangrando?

—A lo mejor debe cortarse.

—No— descartó la idea rotundamente —Mayden es un chico duro.

—Si, lo que digas. Has el favor de desaparecer antes de que nos vean contigo ¿es mucha molestia?

—Ninguna, de hecho. Pero tienen razón, quizá dejen de aceptarme los trogloditas si me ven con semejante par de gilipollas.
Antes de que respondieran, José ya cerraba la puerta tras de sí, envuelto en un frenético torbellino de pensamientos.

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Nunca se imaginó que su mejor amigo estaba en el lugar más insospechado: Con los trogloditas.
—Hey chicos ¿que hacen?— Vio la cara de asombro de Mayden que estaba como jugando a las luchas con uno de los más grandes de los trogloditas. Al verlo el chico se alejó de él, todos se alejaron la verdad. —Hey Mayden, necesito hablar contigo.

Laura regresó adelante y le dedicó una mirada aguda —Estábamos jugando con Mayden a las luchitas, ¿no te animas?

—No hace falta— se sacudió el agarre que el troglodita tenía aún en su eterna sudadera —yo ya me iba.

Nadie pareció escucharlo, pero eso en definitiva no fue tomado en cuenta por José, no se dio cuenta que el chico tenía el labio con un reciente ematoma que crecía y se hinchaba ante los ojos de los espectadores —Nos hemos dado cuenta, y de eso hablábamos con Mayden, que tú y él pasan mucho tiempo juntos.

—Ostras, ustedes si que son listos— rió sarcástico José tratando de acercarse a su mejor amigo.

—Y dijimos— recitó otro como si contara un chiste de esos en los que te partes de risa antes de que te lo terminen de contar —A lo mejor a Mayden le gusta José.

Todos estallaron en ruidosas risas, incluso José. Le pareció una broma muy buena para romper el hielo, el problema que había entre él y su amigo y decidió, erróneamente, seguir la corriente.
—Tío, si es que somos pareja ¿no sabían?

Si él hubiese presentado más atención al chico atrás suyo, lo habría visto ruborizarse.
—¿Y quien es el activo en la relación?

—Nos turnamos.

Las risas se oían en todo el campus. Eran un estallido de burlas. En las que el que menos se divertía era el chico del flequillo.
—A ver, todos estamos esperando el beso. ¡Beso! ¡Beso! ¡Beso!

Mayden, con el brillante escarlata coloreando su rostro y lágrimas pinchando detrás de sus ojos, se dispuso a escapar. No estaba listo para tal humillación y quizá tampoco para besar a José.
Pero antes de que pasara cualquier cosa, José ya lo había tomado de los lados del rostro. Hubo un tensó momento de forcejeo, Mayden empujándolo lejos, José acercando su rostro al suyo y los trogloditas muertos de risa como espectadores.

El problema es que, Mayden si quería besarlo. Pero no ahora, no así. No con estos infelices haciendo coro al rededor. Esta era, por mucho, la situación mas incomoda en la que se hubiera visto.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora