5: Un Corazón Miserable

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Se encontraba en pleno apogeo, una de esas luchas en las que el sudor cae a raudales y el cansancio, la adrenalina y la competitividad del enemigo crecen a cada segundo: Jugaba boleibol. Cuando lentamente vio entrar por una esquina a Mayden en el uniforme de educación física.

—¡Tío! Ya se te extrañaba ¿por que te fuiste dos semanas y...? ¿Qué traes en... Esto es maqui... ?

—Shhhh— le chitó —grítalo si quieres, hey. A mi no me molesta.

José, captando el sarcasmo, lo tomó del brazo para conducirlo a las bancas y hablar como siempre. Pero Mayden pareció sofocar un grito ahogado ante su toque y quitó rápidamente el brazo. José, aturdido iba a continuar preguntando, pero fue el menor el que lo arrastró hasta las bancas tomándolo de la mano.
—Hey hey hey— le empujó en broma —ya vas a empezar con tus homosexualidades.

Como hace un momento, esto lo dijo también demasiado alto para que un grupito de chicas comenzara a reír y cuchichear entre ellas. Mayden lo empujó, esta vez iracundo y con los labios apretados, hasta la banca más alejada y vacía.
—¿Ahora me explicarás porque traes maquillaje?

—Baja la maldita voz... — le gruñó entre dientes, fulminándolo con la mirada.

José accedió con renuencia —¿Qué pasó? ¿Porqué has estado desaparecido? No contestas a mis llamadas, ni tampoco respetas las salidas de los trogloditas. ¿Sabes que todos quieren sacarte del grupo?

Ya se lo suponía, la verdad, pero hizo un esfuerzo por obviar esto —¿de que hablas? Somos grandes amigos con esos infelices— mintió —lo que vengo a decir es que... Me voy también.

Las cejas de José subieron tanto que casi desaparecieron en la línea de su cabello —No.

—¿Cómo que no? Está es mi decisión y no está sujeta a objeciones.

Su mayor sonrió —No Mayden, sé lo que tu familia ha gastado para que estés aquí. Y si es ese el problema, el dinero, yo puedo prestarte. Pero no dejaré que eches todo por la borda.

Mayden, enternecido bufó —Pero es que...

—¡Nada, chaval! No vamos a poner ese tema en tela de juicio, niñato.— todo iba razonablemente bien hasta que José dijo eso, y es que era evidente que él era el líder de los otros trogloditas. Eso, francamente, aterrorizaba a Mayden —Este es tu último año para sacar la carrera y luego harás lo que quieras. Ven, vamos con los trogloditas que sé que te extrañaron.
La mirada de Mayden, en la que brillaba un atisbo de sentimientos cálidos, se tornó de pronto como la de una persona a punto de caer en el abismo más profundo.
—¡No! Tengo que ir con Natalia a... A por... Los trabajos...

—No seas idiota, vamos.

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Mayden salió de esa cafetería dispuesto a regresar a su departamento. Con los puños apretados y el corazón roto. En su rostro se atisbaba una gran mancha de un tono morado suave, una magulladura en vía de sanación y maquillaje corrido sobre su camiseta con el que había intentado cubrirlo infructuosamente.
José venía tras él como si hubiera un hilo que lo uniera y obligara a regresar contra el chico.
—¡Espera! ¿A donde vas?

—A cualquier otra parte.

—Puedo acompañarte, espera.

Mayden se volvió hacia él con una expresión de dolor, ira y tristeza mezclados a partes iguales. José casi choca con él al detenerse tan bruscamente. —¿Pará seguir humillándome? ¿No te parece suficiente lo que hiciste?

—¿Qué? ¿Lanzarte la cerveza o bromear sobre que eras mi... ?

El rubor de rabia y vergüenza en el rostro de Mayden lo hizo voltearse y continuar corriendo. José se había burlado de él tan pronto tuvo la oportunidad, no cabía la menor de las dudas: era uno de ellos y por lo mismo se comportaría como lo hizo en cualquier otra ocasión. Humillando a quien se pusiera enfrente, sin importar si era su mejor amigo.
Logró escapar, perder a José le fue difícil pero al final tuvo la ocasión de escabullirse tras un pilar del edificio. José debió pensar que lo encontraría en su cuarto y eso le daría tiempo suficiente a Mayden para esconderse.

Se metió al baño. Sus pasos habían perdido impulso y al momento de entrar en el cubículo y cerrar tras de sí la puerta, terminó por desplomarse en el insano suelo. Inconscientemente había escogido bien, el silencio de ese baño para hombres fuera de servicio sería suficiente para poder desahogarse a gusto.
Tan pronto ese pensamiento cruzó su mente ya no hubo nada que le impidiera dejar salir sus lágrimas que comenzaron a bajar furtivamente por su rostro. Se quedó sentado en el suelo mientras el vacío del lugar invadía su alma. Por fin su corazón explotó como un torrente, liberando su enojo contenido y permitiendo que se desbordara por los rocosos desfiladeros de sus emociones.

Maldito José.

Se sentía miserable. Atrapado en un limbo de dolor y soledad. Se sentía... La basura que tanto le había dicho que era. La luz parpadeaba con un tono tan mortecino y fúnebre como su corazón ahora.
De pronto, sintió su móvil vibrar en su bolsillo, no necesitaba ver para saber quién era el que lo llamaba.

Sin embargo sacó el móvil del bolsillo y miró la pantalla mientras limpiaba sus ojos húmedos. Pues no, era Natalia la que llamaba. Hasta a ella la había estado ignorando para evitar las preguntas que no estaba preparado para responder. Tres vibraciones más y la llamada se cortó. Segundos más tarde, la pantalla se bloqueó y el reflejo de su rostro surcado por la marca morada lo golpeó de nuevo.
Había hecho ahínco de todas sus fuerzas para no mirar el espejo más que esa misma mañana, cuando entró en el cuarto de Natalia y robó la base del maquillaje para cubrir algo el estropicio de rostro que ahora tenía. Porque necesitaba hablar con José, buscarlo en el lugar más inhóspito lejos incluso de la universidad.

Dicho maquillaje, la cerveza de José y mucho de lo que sentía por él, ahora yacían diluidos en su sudadera y corazón.
—José...
El móvil se escurrió de entre sus dedos al tiempo que su puño se estrellaba contra la pared y un grito de profundo dolor se extendía por la habitación vacía.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora