8: Un Golpe Al Orgullo

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El primer beso de Mayden fue con Natalia, hacía mucho tiempo. Quizá ocho años. Ambos eran inexpertos y torpes pero ese beso tuvo menos impacto en él que el que tuvo con José.
No por la situación. No por los espectadores. No por las risas, burlas e insultos disfrazados que lanzaban a su alrededor. Sino por José.

En los labios de Natalia aquella vez había curiosidad, misterio, cariño y travesura. En los de José estaba el simple roce, el ardor del labio recientemente roto por uno de sus "amigos" y la risa que estalló en sus labios al instante.
Aturdido, José arrastró a Mayden lejos de los trogloditas para hablar con él a solas. Aún se reía.

—Para ya ¿quieres?— le gritó de pronto al estar lo suficientemente lejos —nada de esto es gracioso.

—Calmate, es solo joteo entre amigos.

—No somos amigos.

José pareció detenerse como si hubiera chocado contra una pared. —Solo fue una broma.

—Todo ha sido broma ¿no?— preguntó temblando de pronto de ira contenida. Sus puños y mandíbulas fuertemente apretados. —¡Esta no es la primera vez que me humillas frente a ellos! ¡Me rebajaste a menos que nada!

El gesto de restar importancia de José avivó más el fuego de su ira —Exageras, te repito que todo no ha sido más que juegos. ¡Para divertirnos, ostia!

—Si pusieras más atención... Sabrías que yo no me divierto.
Y le dio la espalda. Ya no había nada que decir ni hacer, era inútil. Igual, era el último día que estaría ahí. En unos días regresaría a casa con sus padres y les explicaría todo, con pelos y señales.

—Que tú no aguantes nada no es nuestro problema.
Se detuvo en seco. Ya era suficiente. Ya lo había lastimado suficiente. Lo poco que quedaba del amor que Mayden sentía hacia ese pedazo de inmundicia se desparramó por el suelo en esquirlas de vivo dolor. El simple hecho de que hablase en plurar, defendiendo aún a esos malditos infelices... No se dejaría humillar de nuevo, no soportaría más dolor.
Lo que ocurrió luego se sintió como en cámara lenta, como en una película. Al frívolo abrigo de las primeras gotas de lluvia de esa imprevista tormenta, Mayden golpeó en el rostro a José.

Fue como golpear un ladrillo, la mano de Mayden gritó de dolor, pero esto no evitó que siguiera golpeándolo una y otra vez con todo el odio reprimido que había sentido durante esas semanas. Si había un culpable, ese era José.

El mayor dio unos pasos hacia atrás, con el tabique de la nariz roto y un hilo de color escarlata se deslizó por su rostro hasta llegar a su barbilla. Le llevó un momento recuperarse, pero cuando lo hizo no perdió tiempo y, mirando con profundidad a su agresor, alzó las manos mientras se acercaba. Mayden, por un instante, creyó que lo abrazaría aunque no era algo que su amigo hiciera muy a menudo, todo lo contrario. Pero obviamente que al momento de recibir el golpe en el estómago su idea del fraternal abrazo se disipó en su cabeza como una voluta de humo.
—¿quieres pelear? Pelearemos.

José era un debilucho al lado de Mayden, siempre lo había sido, pero sus puñetazos dolían bastante, había que decirlo. Cada golpe era por una herida que él le había hecho. Cada moretón equivalía a uno de los golpes de los trogloditas y cada que José se los devolvía, un trozo más de su corazón que lo abandonaba.

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Sonia se encontraba hecha un torbellino de furia, ni siquiera se había maquillado esa tarde de lo cabreada que estaba. En cuanto llegara José se lo diría todo. Nunca se había tardado tanto en llegar a una cita.
La puerta del café se abre al final. Pero no es José el que entra sino Laura. —José me pidió que te dijera que estará en su cuarto ahora, no saldrá el resto de la tarde.

—¿Porque? ¿Qué le ocurre al grandisímo gilipollas ahora?

—Se peleó con Mayden.

—¿Con... Con Mayden?— la incredulidad reflejada en sus ojos verdes.

—Si— rió ella —y por raro que suene ganó Mayden. Y nosotros pensando que era un marica ¡Ja! Se defendió bastante bien, los chicos están pensando en meterlo al grupo oficialmente, ahora que nos probó de lo que está hecho y...

—Espera... ¿Mayden y José se pelearon?

—... Es lo que dije... Sí.

—y ¿ahora él está en su cuarto?

—... Sí. Hey que café más bueno, me invitas la siguiente ron... ¿Hey a donde vais? ¡Joder!

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Mientras se miraba al espejo, pudo sacar en limpio sus pensamientos que por momentos se volvían tan caóticos como mortales.
—Ya está hecho— suspiró fijando sus ojos en su reflejo, observando el casi imperceptible moretón y el labio recientemente roto. No tenía idea de cómo José no había podido tocar su rostro, no había significado nada para él, su odio pesó más que la supremacía del mayor en contra del menor.

Sus nudillos presentaban ardorosos cortes, que Mayden no se atrevía a ver por nada del mundo, evidenciaban la dureza de la pelea y la amistad que dejaba atrás. Fuera de eso, físicamente se encontraba bien, sus manos habían resultado muy útiles para descargar su odio y su resentimiento. Cosa que no podía decir de José.
El reflejo en el espejo le mostró el camino que tomaba una lágrima por su mejilla. Siguió su trayectoria con la mirada, que parecía ser eterna y coordinada con los sollozos que comenzaron a aflorar de sus labios, mezclado con el nombre de ese chico, su mejor amigo.

Antes de que su puño lacerado se estrellara contra la fría superficie del espejo, y que las esquirlas de cristal tintinearan en el suelo del baño, esa lágrima de tristeza ya había caído sobre sus muñecas mutiladas con profundas cortadas.

Dos almas al filo del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora