Resumen: Hubert siempre había odiado el calor por eso no se sorprendió cuando aquella endiablada temperatura le traicionó y desveló un secreto que debería haberse quedado entre él y Byleth.
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A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida en Enbarr y, por lo general, en territorio imperial Hubert no podía sino anhelar el clima frío de Faerghus cada vez que la época veraniega asomaba sus calurosas zarpas. Nunca había tenido especial problema con el frío contrariamente al resto de sus congéneres, sin embargo, el calor era un infierno para él. Una asfixiante y lenta agonía que reptaba hasta su sangre y le dejaba aletargado. Y pese a lo mucho que odiaba esa temperatura, por mucho que la aborreciera cada año había algo que odiaba todavía más porque todos los años se repetía y le perseguía allí donde fuera, sin excepción.
Los malditos comentarios.
—¿No tienes calor? —la pregunta hecha sin mala intención le hizo ponerse en guardia antes de darse cuenta de quién la había hecho. El hombre suspiró con pesadez antes de girar su cuerpo hacia el origen de la voz.
La persona que se encontraba tras él en los pasillos del amplio palacio imperial no era nadie más que Byleth. No había malicia en los ojos del antiguo profesor, tampoco en el tono de su voz y aun así Hubert no pudo evitar tensarse por aquellas simples palabras. Que desagradable.
—No —respondió lentamente y tras darle una rápida ojeada al negro y largo atuendo que el ahora consejero de la emperatriz vestía no pudo hacer otra cosa que no fuera arquear un centímetro su ceja izquierda—. Me sorprende que justamente tú me preguntes eso.
—Tampoco tengo calor —respondió el adulto—. Pero todo el mundo parece tenerlo llevando mucha menos ropa que nosotros. Así que sentí curiosidad.
—¿Oh? Ya veo —decidió cambiar de tema— ¿Dónde te has dejado a Linhardt? —preguntó pues era de sobra conocido que desde que acabó la guerra dos años atrás el mago no había abandonado el lado del antiguo profesor.
—Ya deberías saberlo. No tiene razones para ver a la emperatriz ahora mismo. Además, con esta temperatura se niega a salir de nuestra habitación. Enseguida se pone a sudar y parece ser que realmente odia estar pegajoso —respondió mientras avanzaba hasta llegar a la altura de Hubert. El mago oscuro decidió no hacer ningún comentario al respecto pese a todas las respuestas mordaces que se le pasaron por la cabeza. No era Byleth con quien estaba enfadado. No sería justo pagarlo con él.
No tardaron en llegar al destino de ambos. El despacho de la emperatriz. Hubert tocó con mano firme la puerta antes de entrar sin sorprenderse de que Edelgard ya estuviera allí, sin embargo, parpadeó confuso al ver que Ferdinand había llegado antes. El primer ministro era una persona madrugadora (lo había sido incluso en sus días en el monasterio) pero nunca se encerraba en el despacho tan temprano.
Entonces cayó en la cuenta. El estado en el que la emperatriz y el primer ministro se encontraban era totalmente contrario al suyo y al de Byleth. Ambos llevaban camisas livianas, el cabello recogido y colores claros, si se fijaba lo suficiente, además, podía ver claramente las gotas de sudor que se resbalaban por la frente de su señora y el primer ministro. Lo más probable era que Ferdinand hubiera buscado refugiarse en el despacho huyendo del calor mortal del patio.
Edelgard, de hecho, se estaba abanicando con la mano. Las ventanas de la habitación estaban abiertas y las cortinas apartadas lo máximo posible de la entrada del aire. Hubert no estaba del todo seguro de si la luz natural acrecentaría o no la sensación térmica de la habitación, pero decidió no decir nada al respecto. En su lugar preguntó.
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The Goodbye of the Goddess
FanfictionColección de One-Shots realizada durante el Fictober de este año. Dado que hice un fictober multifandom aquí solo estarán los nueve OS que hice para el fandom de Fire Emblem: Three Houses. El resumen de cada OS está al comienzo del mismo. Día #3. Pi...