III. Sangre

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Resumen: Lidiar con un vampiro borracho no es fácil. Aun así Hubert lo intenta.

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No había nada más estresante que tratar con una borrachera vampírica. Hubert lo sabía. Llevaba ocupándose de las borracheras de Ferdinand desde que tenía memoria. Era una tarea que detestaba, en especial últimamente ya que el vampiro parecía haber empezado a hacerlo como un hábito dirigido únicamente a molestarle. Aunque ese era su tácito acuerdo, ¿no? Ferdinand le salvaba la vida y él se aseguraba de que el pelirrojo no destrozase media ciudad cuando bebía de la persona equivocada. En realidad, su relación era mucho más complicada. Solo la estaba simplificando en su cabeza porque estaba enfadado con el hombre.

Él había sido uno de los pocos supervivientes al atentado contra su majestad y su prole ocho años atrás y la razón por la que había sobrevivido se encontraba en esos momentos abrazada a él y entonando una de las últimas estúpidas obras operísticas que había visto en su oreja. Si Ferdinand no fuera la única razón que le mantenía con vida a esas alturas ya le habría asesinado con sus propias manos. Era bastante irónico si lo pensaba. De niño había sido aterrorizado por su madre con historias de vampiros y ahora lo único que le mantenía lo suficientemente cuerdo para no cruzar el imperio y suicidarse llevándose de esas cucarachas asesinas consigo era Ferdinand.

—Lo haces aposta, ¿verdad? —terminó por preguntar mientras arrastraba al vampiro por la lujosa mansión hasta el cuarto de baño. Todo el pasillo estaba a oscuras debido a que no había tenido tiempo de encender las luces y era noche cerrada—. ¿Cuántos años tienes, Ferdinand? ¿Doscientos? ¿Trescientos? No me creo que no sepas distinguir a estas alturas cuando la persona a la que vas a morder está en estado de embriaguez o no.

—Sabía bien —arrastró la última palabra exageradamente y apretó más fuerte el abrazo que ejercía sobre el mago.

Hubert resopló y presionó sus dedos contra la parte baja de los muslos del vampiro. Ferdinand le estaba obligando a llevarle como si fuera su amante, aferrado a su cadera con sus dos piernas y a su cuello con los brazos. Si no estuviera borracho le habría pateado hasta que le doliera el pie.

—Necesito que me sueltes, Ferdinand. No puedo llenar la bañera en esta postura —él no era un vampiro. A sus veinte años seguía siendo humano. Uno que además no tenía uno de esos puñeteros emblemas que facilitaban la vida a sus portadores. Contuvo la respiración por un segundo cuando la boca del vampiro se presionó contra su cuello.

¿Qué?

—No quiero bañarme.

—Ferdinand —repitió con la paciencia fuera de órbita—. No pienso meterte en la cama cubierto de sangre. Tendré a todos tus sirvientes pegados a mi llorándome porque esa cosa no sale de tu ropa ni de las sabanas durante un mes.

El vampiro refunfuñó algo que no llegó a escuchar y, ¡por fin!, le soltó. Le vio sentarse en el borde de su lujoso inodoro y cruzar las piernas antes de que él mismo tuviera que girarse para cerrar la puerta del baño. No necesitaba que ningún sirviente se acercase curioso por el ruido y los encontrase en aquella tesitura. Parecían recién salidos de una carnicería los dos. Después, abrió el grifo para llenar la bañera de agua caliente (aunque no le duraría mucho al vampiro dada su condición).

—No tardará mucho en llenarse —informó. Pensó en aprovechar para lavar su camisa en el lavadero mientras Ferdinand se estuviera limpiando (era un vampiro, no corría riesgo de ahogarse) mas esa idea no pudo ser llevada a cabo.

Parecía que la errática mente de Ferdinand tenía otros planes.

No le vio venir (nunca le veía venir). Solo sintió sus brazos alrededor de su cuerpo, de nuevo, y el agua chocar contra su espalda antes de hundirse completamente en la misma. Sacó la cabeza enseguida buscando aire y Ferdinand movió sus manos para mantenerle a flote. Instintivamente se agarró al fuerte brazo del vampiro buscando que sus pulmones recuperaran el aire que habían perdido por unos segundos. La bañera era lo suficientemente grande como para que ambos cuerpos cupiesen, sin embargo, Hubert no estaba seguro de sí la postura en la que ambos se encontraban fuera la más idónea para nada.

The Goodbye of the GoddessWhere stories live. Discover now