VI. Cama

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Resumen: Después de que la mitad de los dormitorios acabaran derrumbándose no quedó más remedio que reorganizar las habitaciones de los habitantes de Garreg Mach.

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Se podía decir que había sido una suerte que el derrumbe se hubiese producido cuando ninguno de ellos se encontraba en las instalaciones del monasterio. También habían sido afortunados de que nadie del monasterio hubiera estado cerca de la zona de los dormitorios cuando pasó. El suelo de los dormitorios de la primera planta del tercer edificio se había hundido sobre la planta baja. Con eso el dormitorio del profesor se había convertido en un desastre de roca y pizarra. Lo peor fue el efecto domino que además se llevó dos dormitorios del segundo edificio durante el derrumbamiento del puente de unión.

—Me inclino a pensar que quizá debimos ser algo más comedidos durante nuestro ataque al monasterio —susurró Hubert con el ceño fruncido al ver el panorama. Las escaleras habían sobrevivido y eso quería decir que no todo estaba perdido, todavía podían acceder al primer edificio y a la mitad del segundo, pero una buena parte de sus efectivos se acababa de quedar sin lugar de descanso.

Por supuesto, se habían apresurado a arreglar un poco la situación para que el resto de dormitorios no corriera la misma suerte e incluso habían construido unas cuentas vigas de soporte mientras reconstruían poco a poco el resto del edificio (y de paso el edificio contiguo, aunque esa fuera una tarea mucho más titánica).

No todo eran malas noticias. De las habitaciones destruidas al menos tres de ellas habían estado desocupadas ya que sus antiguos usuarios no formaban parte de las filas del Imperio y una de las supervivientes también estaba vacía así que sería fácil encontrarle un nuevo usuario dadas las circunstancias. El problema precisamente era que solo tenían esa habitación libre y había once personas que iban a pelearse por ella. Incluyendo al futuro primer ministro.

Cuando pensaba en ello una fuerte jaqueca sacudía la cabeza de Hubert. Incluso aunque Lady Edelgard dejará su dormitorio libre y se instalara en los antiguos aposentos de Rhea (no le había hecho gracia la idea pero al final había accedido) seguirían teniendo dos habitaciones para once malditas personas.

Al final se llegó a la conclusión de que no quedaría más remedio que compartir las habitaciones que quedaban vivas después del desastre hasta que las obras llegaran a su fin y los dormitorios fueran reconstruidos. Por desgracia, estaban en guerra. En los últimos estertores de la misma, pero eso no cambiaba el hecho. No podían desperdiciar demasiados recursos en reconstruir lo derrumbado todavía, es decir, tenían once habitaciones que repartir entre veintiuna personas.

No hubo discusión alguna cuando se decidió que Byleth ocuparía una habitación él solo debido al número impar de habitaciones y personas.

Lo cual les dejaba la tarea de repartir una habitación entre dos personas. Fue entonces cuando comenzaron los problemas. Aunque en general todos se llevaban bien a esas alturas había ciertos límites en los que ninguno quería ceder. Y aunque Byleth al principio lo intentó dejándolo a la suerte los problemas no tardaron en aparecer.

—¡Me niego a compartir habitación con él! —exclamó Lorenz mientras miraba con angustia el nombre escrito en el papel.

—¿¡Cual es el problema que tienes exactamente conmigo, estirado!? —Caspar saltó inmediatamente al darse cuenta de que era su nombre el que estaba escrito en el papel que Lorenz agarraba como si fuera un insecto.

—¿No es Linhardt tu amigo de la infancia? ¡Dormid juntos y sacaos de la lista!

—No, ni en broma —replicó el curandero desde su posición. Llevaban horas en el patio intentando adecuar un reparto que fuera del gusto de todos. No estaban teniendo mucho éxito—. Caspar ronca y yo necesito tener un descanso adecuado.

The Goodbye of the GoddessWhere stories live. Discover now