IX. Fénix

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Resumen: No había un solo día en el que Hubert no se preguntase si sería el último que siguiera con vida. Pese a que era uno de los mejores en su campo el pensamiento se escurría dentro de su cerebro y no había quien lo sacara de allí cada mañana al despertar.

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No había un solo día en el que Hubert no se preguntase si sería el último que siguiera con vida. Pese a que era uno de los mejores en su campo el pensamiento se escurría dentro de su cerebro y no había quien lo sacara de allí cada mañana al despertar. Hubert von Vestra era un cazador de criaturas oscuras. Él último de su linaje (aunque eso no quería decir que no hubiera cazadores de otros linajes solo que su apellido moriría con él). No creía que fuera una gran pérdida, en realidad, los von Vestra siempre habían sido un clan tan siniestro que continuamente los habían confundido con los monstruos que cazaban.

Nunca olvidaría cuando uno de los tantos alcaldes a los que acudía para cobrar su pago después de derrotar a una criatura particularmente sangriente le preguntó si no lamentaba asesinar a los suyos. Hubert tardó al menos diez minutos en convencer al hombre de que él no era ningún maldito vampiro.

Era una historia que prefería enterrar en su memoria, aunque de vez en cuando era inevitable recordarla.

Así que sí, él era un cazador terrible pero humano, al fin y al cabo. Desde vampiros hasta hombres lobo, pasando por súcubos y fantasmas Hubert tenía una larga lista de cadáveres de monstruos a sus espaldas. No era tan despiadado como para matar a los pacíficos mas no tenía ningún reparo en encargarse de aquellos que habían probado la sangre humana. Era su trabajo, después de todo. Ir a investigar el lugar sobrenatural, averiguar si la criatura representaba un peligro para la población, eliminarla en caso afirmativo. El cazador había realizado ya tantas veces esa misma tarea que resultaba tediosa.

Y el tedio en un trabajo como el suyo solía desencadenar en un cazador muerto.

La pálida luz de la luna iluminó su contorno mientras atravesaba el bosque con pasos agiles y silenciosos. Ajustó sus gafas de visión nocturna pensando que hubiera preferido un día más nublado. Incluso los animales tenían dificultades para ver cuando las estrellas eran cubiertas por un manto de niebla. Aunque Hubert sabía que de no ser por su propia magia le sería imposible derrotar a las criaturas más mágicas en días como esos. Aspiró el olor a tierra mojada, el viento mecía con suavidad las ramas de los árboles.

En cualquier otra ocasión hubiera sido una noche fantástica.

Quizá, con un poco de suerte la criatura a la que se enfrentaba sería alguna especie de fantasma perdido o algo por el estilo con el que pudiera lidiar sin un excesivo derramamiento de sangre (o mejor aún, sin ninguno). Entonces podría disfrutar de la quietud del bosque de vuelta a su campamento.

Sin embargo, cuando escuchó el murmullo de las hojas y el quejido frente a él inmediatamente cargó su ballesta. Se refugió en la espesura del bosque y se movió entre las sombras buscando el origen del ruido preparado para actuar si los quejidos de lo que sonaba como un humano se volvían desgarradores.

Lo que encontró no fue un humano siendo devorado por otro ser.

Se quedó sin palabras cuando, desde su posición, alcanzó a ver el reflejo de un brillante tono escarlata y después unas alas de pájaro de ese mismo color, que alternaba entre rojizo y naranja, enclaustradas en una red de oro. No había que ser un genio para reconocer la criatura que habían atrapado. Hubert suspiró y miró a su alrededor para asegurarse de que el dueño de aquella red no estaba cerca antes de dejarse caer frente a la criatura. Las alas del fénix se replegaron y cubrieron su cuerpo a modo de defensa y él se subió las gafas para poder ver mejor a lo que se enfrentaba.

The Goodbye of the GoddessWhere stories live. Discover now