Resumen: Hubert siempre supo que tarde o temprano tendría que pagar un precio por ser un usuario de magia negra sin emblema. Aunque el precio fuera injusto y desmedido.
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"¿Lo has oído? Dicen que el primogénito de los Vestra ha nacido sin emblema"
"Esa perra estirada se lo tiene bien merecido. Ojalá no pueda tener más niños"
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"¿Sabes? Han visto al heredero de los Vestra usando magia negra"
"¿Es eso posible? ¡Si no es usuario de ningún emblema! Ese mocoso está chiflado"
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El peligro de jugar con la magia negra fue algo que Hubert tuvo siempre muy presente. Lo supo cuando la sangre se deslizó sobre sus enclenques dedos tras realizar el primer hechizo. Su madre le había dado el libro. Le había dicho que tendría que esforzarse el doble, que dada su condición natural tendría que hacer incluso el triple de trabajo que cualquier mago para cumplir su deber ancestral y proteger a los descendientes de la casa Hresvelg, especialmente a su heredera. El joven Hubert había acogido su sino con una reverencia y una actitud sumisa.
Eso no había cambiado en absoluto.
Se deslizó en las sombras para aprender, fracturó sus huesos, explotó su piel y conjuró los más infames horrores, aquellos que solo se encontraban en las pesadillas de la gente. Si Rhea era bañada por el poder divino él haría tratos con aquellos que se ocultaban en la oscuridad. Vendería su cuerpo, sus huesos, su carne, su sangre, su alma por el poder que llevara a Edelgard a la cima. Daba igual cual fuera el coste, él lo pagaría gustoso. Y lo pagó, vamos que si lo pagó. Las espirales negras en sus brazos eran un recordatorio constante de todo lo que había dado para cumplir el deseo de su señora.
Había dado tanto por ese sueño... y lo habría tirado todo a la basura con tal de salvar la vida de Edelgard mas ya era tarde para eso.
Enbarr estaba sitiada. Las tropas de la alianza desperdigadas por todas las calles de la capital imperial y sus efectivos enfrentándose a duras penas a ellas. No podía más que desear que cuando llegaran a palacio Lady Edelgard les diera su merecido o al menos que se llevara a tantos como pudiera con ella. Quizá, al menos así, el alma de su emperatriz podría tener algo de paz si caía.
Porque quería tener fe en que no lo haría.
Aunque él no fuera un hombre de fe.
—Es casi sentimental verte recorrer la capital imperial una vez más —había tenido la vana esperanza de no encontrarse precisamente con él en el campo de batalla. Siempre tuvo la certeza de que los traicionaría. Siempre mantuvo el tibio deseo de que no lo hiciera. Lo había encontrado irritante en sus días de la academia.
Ruidoso, brillante, ingenuo, feliz.
Así había sido siempre Ferdinand von Aegir.
Ahora resplandecía el doble con la armadura de la alianza, el fuego brillando en sus ojos y su melena y determinación como máscara. Quizá en otra vida podría haber visto en él a un hombre con el que poder discutir de cualquier cosa y de nada al mismo tiempo.
Ahora solo veía un traidor.
Aunque era normal, ¿no? Lo llevaba en la sangre.
—Hubert, ella debe irse —su voz sonó ronca pero firme. Hubert podría haber reído en otras circunstancias. Él era apenas la última defensa que impedía que Claude y la profesora accedieran al palacio imperial. Su rostro se torció en una mueca de cansancio. Incluso si se girase, agarrase un caballo y galopase a toda velocidad de vuelta al palacio, incluso aunque se arrodillase y le suplicase que huyeran y salvase su vida ella no le haría caso. Tampoco estaba seguro de querer presenciar como la determinación de su señora se convertía en dolor otra vez. Ella no sería feliz si tomara ese camino.
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The Goodbye of the Goddess
FanfictionColección de One-Shots realizada durante el Fictober de este año. Dado que hice un fictober multifandom aquí solo estarán los nueve OS que hice para el fandom de Fire Emblem: Three Houses. El resumen de cada OS está al comienzo del mismo. Día #3. Pi...