Capítulo 4.- Y la ganadora es... (Parte 4)

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Cuando Susana logró calmarse, el crepúsculo ya había dado paso a la noche. Las farolas de aquella plaza ya estaban encendidas y el flujo de personas se incrementó considerablemente. En su mayoría, jóvenes parejas.

Durante todo ese tiempo, Susana no habló para nada. Incluso después de llorar se mantuvo callada, con la vista perdida en la nada. Si bien las lágrimas se habían terminado, no era lo mismo con la tristeza.

Entonces, ella se levantó de la banca.

--Quiero irme a casa --dijo, sin ninguna emoción aparente.

--Espera un poco --Me levanté también de la banca--. No creo que sea buena idea dejar que te marches con esos ánimos.

--No me siento muy bien que digamos, por eso quiero irme a casa.

Con tan solo escucharla así, a mí también me daban ganas de regresar a mi hogar. Supuse que esa clase de sentimiento era altamente contagiosa.

--Aún es temprano. Quizás podríamos hacer algo tú yo --sugerí de pronto.

Susana sonrió, aunque no existía ni un ápice de emoción en aquella expresión.

--El mujeriego sinvergüenza aprovechando el momento, ¿eh? --comentó sombríamente--. No pierdes ni una oportunidad.

--¿Puedes culparme? Me interesa que una lindura como tú regrese a casa después de pasarlo bien.

--No tienes remedio.

Ella echó a andar. No rechazó ni aceptó mi propuesta, pero por esa ocasión me olvidaría de comportarme como un caballero y pondría algo más de empeño para tratar de animarla. En el proceso, tal vez hasta podía coincidir con mi objetivo.

--Ven, vamos --dije a Susana y la sujeté del brazo.

--¿Qué haces...?

--Sólo déjate llevar.

Comencé a correr, arrastrando conmigo a Susana; ella no tardó en protestar.

Desanduvimos todo el camino que recorrimos horas antes, cruzando el jardín del kiosco, en aquellos momentos adornado con juegos de luces que trazaban siluetas de animales.

Llegamos al otro extremo, internándonos en una calle que conducía a la plaza principal de la ciudad, y me detuve para recuperar el aliento. Susana jadeaba, con una mano en el pecho.

--¡¿Qué rayos te pasa?! --exclamó ella, tan pronto se recuperó.

--Sólo tomé la iniciativa --respondí--. No lucías muy segura.

--Porque no quería. Además, ¿por qué debería aceptar salir contigo precisamente hoy? Al menos respeta el cómo me siento justo ahora.

Me llevé el meñique al oído derecho.

--¿Algo más que decir? --pregunté, hurgándome la oreja.

--¡Sí! Eres un idiota y un oportunista.

--Bien. Gracias por el cumplido. Ahora, andando.

Susana soltó un bufido, a lo que volvía tomarla del brazo para que no intentara escaparse. Después, juntos nos alejamos del jardín y nos dirigimos hacia la plaza, a unos cinco o diez minutos a pie.

Por el camino, algunas personas voltearon a vernos. Seguramente se debía a la forma en que sujetaba a Susana. Viéndolo bien, parecía como si la estuviera obligando.

--Nos ven raro --comentó Susana, algo avergonzada a juzgar por su tono de voz.

--Mucha gente nos ve de esa forma desde que intentabas arruinar la cita de Debani --contesté--. Deberías haberte dado cuenta.

¿Por qué no soy yo el protagonista de este harem?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora