Mi último año de secundaria pasó sin pena ni gloria. Tal como me imaginaba, no me fue posible deshacerme de todo del estigma de ser un chico que fue rechazado de una forma digna de película. Sin embargo, eso me brindó inspiración, con lo cual comencé a llevar una libreta en la que apuntaba todo mi aprendizaje acerca de cómo relacionarme con las chicas.
Desde luego hubo fallas, lo cual al final se convirtió en una entrada más en mi libreta. Había de todo, desde cómo saludar a una chica hasta cómo hacer que se divirtiera durante una cita. Sin embargo, había algo para lo que no existía una entrada en mi libreta: una cita navideña.
Eso, desde luego, fue un problema debido a que ni en el segundo ni en el tercer año de secundaria pude obtener información. Era como la recompensa a la misión más difícil de algún videojuego de aventuras.
Por ello, establecí como objetivo principal conseguir tener una cita durante el primer año de preparatoria, a reserva, claro, de todas las posibles citas que tenga antes de la fecha.
Y la candidata perfecta para ello era la chica que se sentaba en el asiento que se ubicaba delante del mío en clase, Debani Ramírez.
Ella era una chica seria. Al principio, siempre que trataba de hablarle, me respondía secamente y se alejaba de mí. Durante los recesos, ella se apartaba de mí cuando me sentaba a su lado para comer. En algunas ocasiones, incluso, me decía amablemente que quería estar sola y se retiraba.
En fin. Debani era una chica difícil.
Lo único en lo que convivíamos de verdad, y eso porque resultaba casi inevitable, era cuando los profesores nos entregaban las calificaciones, ya fuera de los exámenes o los períodos. Se interesaba mucho por mis notas, como si fuese su rival a vencer.
Previo a las vacaciones de navidad, justo noes estaban entregando las calificaciones de los últimos exámenes y no tardarían en entregarnos las del período que estaba por terminar.
La clase en la que estábamos era la de Cálculo Diferencial, una de las más difíciles del curso. El maestro a cargo me llamó al frente para recoger mi examen.
––Felicidades, Eduardo. El más alto de la clase ––dijo, siempre con aquel semblante imperturbable del que no era posible descifrar lo que realmente pensaba o sentía.
––Ya sabe, profe. Contrario a todo pronóstico ––respondí con mucha seguridad, cercano a la altanería.
Desde mi fracaso en aquel desastroso 14 de febrero, me obligué a mí mismo a cambiar mi manera de ser. Tuve que dejar atrás mi timidez y desconfianza para mejorar.
En primera instancia, intenté practicar frente a un espejo, pero no me funcionaba del modo en que quería. Luego practiqué respondiéndole a mi madre de una forma en que me escuchara genial, para después emplearlo en la escuela. Ya en la preparatoria, lejos de aquellos que me conocieron en la secundaria, esas prácticas comenzaban a arrojar resultados.
El maestro no soltó el papel, y luego me percaté de su mirada.
––Eres un chico inteligente, pero con tu actitud lo haces ver como un desperdicio ––sentenció lúgubremente.
Sonreí lo mejor que pude y tiré del examen hasta que finalmente lo soltó.
––Gracias, profesor ––dije, aun así.
Él emitió un resoplido en respuesta.
Regresé a mi asiento y, como no, Debani no me quitó la vista de encima hasta que pasé a su lado.
––¿Otra calificación perfecta? ––preguntó ella despreocupadamente, con un codo apoyado en el pupitre.
––Nada complicado ––respondí, inflando el pecho con orgullo.
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¿Por qué no soy yo el protagonista de este harem?
Teen FictionEduardo fue rechazado por la chica más bonita del salón cuando estaba en secundaria. Debido a eso, tomó la decisión de conquistar a tantas chicas como le fuera posible. Sin embargo, no ha conseguido ligar a ninguna. Pero esto no lo detiene, ni siq...