Capítulo 5.- El mayor imbécil del mundo (Parte 8)

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Ni siquiera había llegado a la esquina cuando escuché el escándalo al que un montón de borrachos llamaba fiesta. Me oculté detrás de un poste y eché un vistazo hacia la casa. Tan grande como la del propio Villanueva, pero con un jardín delantero en lugar de una amplia cochera. Y muy espacioso, cabe resaltar.

––Parece que no hay nadie afuera ––dije para mí mismo.

Saqué mi teléfono del bolsillo y le mandé un mensaje a Martín; ya iba de camino a encontrarse conmigo.

Muy bien. El momento había llegado, pero antes de continuar, encendí la grabadora de voz de mi celular.

Después de comprobar el tiempo que podía grabar, me cubrí la cabeza con la capucha de la sudadera y empecé a caminar hacia el desastre.

Por fortuna, nadie estaba cuidando el portón de la entrada. O al menos eso creí al distinguir el bulto que estaba recargado ahí, roncando a todo pulmón.

––Salud, mi hermano ––dije, abriendo el portón con el mayor cuidado posible.

La escena en el jardín era tal como me la esperaba: repleto de botellas de cerveza vacías y basura por doquier. Menos mal no había nadie más que el ebrio recargado en el portón.

La puerta de la casa estaba entreabierta y, pese a que se oía la música a todo volumen, no parecía que quedara alguien consciente en el interior.

Volví sobre mis pasos y tomé un par de botellas vacías olvidadas en el césped y las sopesé con ambas manos. Eran perfectas.

Sujeté una de las dos por el cuello y la arrojé fuerza hacia la primera ventana del segundo piso a la que pude apuntar. Luego del estallido de ambos cristales, grité:

––¡¡¡Villanueva, cabrón pocohuevos!!! ¡¡¡Asómate a la ventana, que tu príncipe llegó!!!

Extrañamente me sentí de lo mejor pese al leve ardor en mi garganta.

Entonces la música se apagó de golpe y hubo jaleo, más del que esperaba.

Los primeros invitados a la fiesta, o los valientes que quedaban dada la hora que era, se asomaron por las otras ventanas y un par de chicas salieron por la puerta. Su aspecto era más nauseabundo que el de Debani. ¿Quién encontraría la belleza en algo así?

––¡¿Qué chingados te pasa?! ––preguntó una de ellas, con voz nasal y un acceso de tos que le produjo arcadas.

No respondí a su pregunta. Esa noche no estaba de humor para las chicas.

––Oye pendejo, ¿no puedes dormirte o qué verga? ––balbuceó alguien desde una de las ventanas superiores––. Vas a pagar la ventana que rompiste.

Claro. Cómo no. Sin embargo, tenía otros asuntos que atender.

––¡¡¡Villanueva, que no te dé vergüenza!!! ––grité y arrojé la otra botella, esta vez contra una pared. Las chicas de aspecto horroroso soltaron chillidos por el susto y se ocultaron detrás de la puerta––. ¡¡¡Sal de una puta vez antes de que vaya a buscarte!!!

Cabía la posibilidad que aquel infeliz ya no se encontrara allí, pero, si era tal y como siempre me lo había imaginado, no tardaría en asomar la cara. Daba igual. Tenía combustible suficiente para gritar durante lo que quedaba de noche.

Entre abucheos, insultos y amenazas de ser golpeado hasta desmayarme, el hombre finalmente apareció, asomándose a una de las ventanas del piso superior.

Alejandro Villanueva no llevaba playera, y aparentemente una toalla era lo único que le cubría de la cintura para abajo. ¿Enserio? ¡¿Enserio?! ¡Tenía un torso endemoniadamente marcado y moldeado!

¿Por qué no soy yo el protagonista de este harem?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora