Y la esperanza murió

27 3 0
                                    

Uno, dos, tres, cuatro.

Va dando vueltas alrededor de un árbol, esperando a alguien que jamás llegará.

Cinco, seis, siete, ocho.

Las hojas otoñales crujen detrás de ella, se detiene y mira en esa dirección, no hay ninguna señal de vida, sólo las ráfagas de viento que no alcanza a entender.

Nueve, diez, once, doce.

Esa es su edad, vuelve a parar y se acuesta sobre las hojas, ahora sólo quiere descansar, cierra sus grandes ojos marrones e intenta dormir, siente la brisa sobre su cara, escucha los cantos de las aves y por fin logra dormir.

Cuando despierta vuelve a dar vueltas, catorce alrededor del mismo árbol, el sol está en su punto más alto, no sabe hacia dónde ir, sigue su instinto y empieza a caminar con dirección a donde espera esté la carretera, tal vez ahí alguien la vea y le ayude a volver a casa, también podría encontrar el camino una vez que llegue a una zona que conozca. Camina por lo que parecen ser horas, no tiene manera de calcular el tiempo, cuando el sol se está ocultando busca un árbol que le agrade y, en un roble, da catorce vueltas para volver a acostarse a dormir.

Pasa así varios días, no encuentra nada para comer o beber y cada día avanza menos, hasta que encuentra un claro con tres tiendas de acampar, no logra ver a nadie alrededor, la sed y el hambre la obligan a buscar, dentro de una de las tiendas encuentra una canasta con sándwiches, con alivio come hasta satisfacerse y se sienta para descansar, después de esperar un rato y ver que no llega nadie decide seguir su camino, consciente de que es posible que encuentre a alguien cerca, camina alrededor del claro y encuentra un camino de tierra por el que no hay maleza, debe ser por dónde llegan las personas, así que va por ahí.

El sol cae y vuelve a adentrarse en el bosque, sólo un poco, elige su árbol y da catorce vueltas para dormir. En el silencio que cae logra escuchar agua corriendo, se levanta rápidamente para seguir el sonido, llega a un pequeño riachuelo de dónde bebe tanta agua que después le duele el estómago, regresa a su árbol y vuelve a dormir. Al levantarse volvió a tomar agua y cuando se disponía a retirarse y seguir su camino vio la silueta de un hombre, el pecho se le llenó de alivio y las fuerzas se le escaparon, colapsando hasta el suelo de la emoción. El hombre la miro, se quedó examinándola un rato y después se giró, al hacerlo su cuerpo desprendió un aroma extraño, antes de desaparecer de su vista volvió la mirada hacia ella y soltó una carcajada.

—Vaya, esta planta si está buena.

Su figura desapareció entre los árboles y sólo se escuchaba su risa maniática. Ella sólo se quedó allí, repasando esas palabras en su mente, no sabía lo que significaba. Recordó lo que le decían, "eres una planta", tal vez el hombre la había confundido con una, su nombre era Flor, para ella esa confusión tenía sentido. Esa noche la pasó a la orilla del río, no le quedaban ganas de moverse.

Siguió su camino al día siguiente, volvió al sendero y caminó, caminó mucho, tanto que ya no sentía sus pies, lo que sintió cuando por fin encontró la carretera no se puede explicar con palabras, el alivio y la felicidad eran abrumantes, en ese momento el cansancio desapareció, y volvió a caminar, ahora mucho más animada. Fue un milagro que encontrara la salida del bosque, aún más cuando encontró el estacionamiento con cientos de coches de familias que disfrutaban de su día.

—¿Qué haces aquí, pequeña?—la voz de una mujer venía de atrás de ella—Ven aquí, vamos a buscar a tu familia.

La mujer la tomó en brazos y la llevó a la caseta de los guardabosques dónde había varios anuncios buscando a personas y mascotas pérdidas, casi inmediatamente la reconocieron en uno de los carteles, llamaron al número de contacto que estaba en la parte inferior de la hoja, pusieron el teléfono en altavoz y lo escucharon timbrar.

—Diga.

—Señora, hemos encontrado a Flor.

—¿Flor? ¿Encontraron a mi niña?

—Si, en el bosque de Gabanet.

—¡Dios mio! ¡Muchas gracias, gracias, Dios, mi bebé, mi niñita preciosa, mi hijita! En nada llego, gracias.

—No se preocupe, aquí la cuidamos.

La llamada terminó y llevaron a Flor a sentarse a la barranca, con las demás familias, allí le dieron comida y agua.

—Así que te llamas Flor, ¿Cómo hiciste para sobrevivir tú sola todo este tiempo?

—No sé, sólo caminé, y comí cuando pude... Y tomé agua de un río... ¿Cuánto tiempo estuve perdida?

—Una semana, estuviste sola en el bosque toda una semana

—Una semana...

La mujer que la rescató se levantó de golpe e hizo señas a alguien que iba caminando hacia ellas, cuando Flor vio a su madre, corrió en su dirección con los brazos en alto, corrió tan rápido como pudo, y luego, brincó a los brazos de su madre.

Pasaron lo que quedaba de la tarde jugando, Flor corría y brincaba por toda la barranca, cuando se cansó dejo de correr se sentó en la orilla con los pies colgando, mirando el cielo, hasta que llegó la hora de irse.

—Flor, vámonos, se hace tarde.

Flor se levantó y volvió con su madre, subieron al coche y volvieron a casa; allí las esperaba el novio de su mamá. La mandaron a dormir e instantáneamente se quedó dormida en la comodidad de su cama que tanto había extrañado, despertó a media noche, un olor conocido que antes había resultado tan grato pero ahora le causaba escalofríos, olor a bosque, cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, localizó la fuente del olor, estaba de nuevo sola, en el bosque, aún perdida.

De cerdos que vuelan y elefantes que cantanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora