Capítulo séptimo: La audiencia de Mithantro

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Ambos demonios se encontraban absortos entre sus pensamientos y reflexiones, apenas prestando atención a sus víctimas; aquellas torturas perpetuas habían sido reducidas a extraños y arítmicos masajes. Los apacibles brazos de Tempala recorrían el cuerpo de Kaylen de manera errática procurando tan sólo una ligera presión sobre su cuerpo; mientras que las patas de Calebia reproducían movimientos miméticos a los de su símil en la cámara de enfrente a la vez que aquella especie de trompa, siempre húmeda, reposaba sobre la espalda de la mujer quien se encontraba postrada boca abajo sobre la fría cama de roca.
Aprovechando la inusual situación en que ambos se encontraban libres de tortura por algunos minutos, un intento de entablar conversación entre los seres malditos se produjo.

―¡Gr-gracias por defenderme! ―gritó Sáreth desde su celda para que Kaylen pudiera escucharla claramente ―, mi nombre... mi nombre es Sáreth, o... o por lo menos, eso es l-l-l-lo que creo.

―Y-y-yo soy Kaylen y no... no tienes que agradecerme, s-s-s-soy yo el que está profun... da profundamente agradecido p-por el detalle que tuviste conmigo, además, gracias a... a-a eso hemos podido d-d-descansar de la tortura por un momento. ―La mirada de los demonios, inyectada de sangre se posó sobre sus respectivas víctimas al percatarse que se estaban comunicando.

Los pensamientos de los demonios son abstractos ya que no conocen los lenguajes, pero en ese momento fue que Tempala, aprovechando la gran inteligencia de la cual fue dotado; dedujo lo que ocurría y pensó en cómo usarlo a su favor. Si los humanos se pueden comunicar entre ellos por medio de esos sonidos que emiten, tal vez él pueda comunicarse con ellos si aprende a imitarlos. Por su parte Calebia aún trataba de analizar lo ocurrido, pues aunque todo se desarrolló frente a sus ojos, su atención nunca estuvo puesta en los acontecimientos que ocurrían más allá del cuerpo de Sáreth.

Las temibles criaturas desde sus respectivos lugares, y ya con sus respectivos inquilinos poco a poco retomaban la rutina habitual; aunque se podía percibir en el entorno un ambiente distinto, las dudas de los cuatro sujetos se hacían presentes y, por primera vez, gracias a aquella mujer desdichada, los caminos de cuatro entidades individuales, exiliadas de la unicidad del todo, desembocaban en un mismo paraje, les era imposible a partir de ese momento el no prestar atención a las acciones que se llevaban a cabo a su alrededor; Tempala, por ejemplo, pareciera estar más al pendiente de cualquier frase dicha por un humano que se encontrara en las cercanías que de propiciar el debido castigo a Kaylen, mientras que por su parte, aquellos que antes fueron humanos, buscaban acercarse de alguna manera el uno al otro.

―¡Ayuda! ―gritaba desde otra de las cámaras un pobre hombre de edad avanzada ―. !Ya no... ya no aguanto más!, ¡P-por favor! ―A lo que Tempala ponía gran atención, intentando replicar el lenguaje.

―¡AYUAAA! ―gritaba Tempala intentando imitar al viejo.

―¡Oh!, Kaylen ―susurraba Sáreth que observaba con temor aquella escena y quien notaba alguna extraña intención en el demonio, la cual no le daba buena espina ―. ¡Resiste Kaylen! ―Decía en voz alta tras reunir suficiente fuerza para ello.

Al escuchar Tempala aquellas palabras, antiguos recuerdo llegaron a su mente, recuerdos de los días en que él fue creado.

El impetuoso Mithantro se encontraba gimiendo por la sensación que le provocaba aquellos orgasmos imparables, mientras que, a través de la alfombra púrpura que cubre el suelo de mármol de los inmensos aposentos de la terrible deidad; se encontraban aquellas criaturas que fungían de guardias y cuyo propósito era simplemente el guiar a los seres recién llegados hasta el lugar que se les había sido asignado y, supervisar las actividades del subcírculo, facilitando así el trabajo de su amo y señor. Estos seres que se cuentan en centenas de millares, se encuentran cubiertos con una extensa capa de color oscuro que impide ver sus rasgos, y se encuentran dispuestos a ambos lados de la alfombra, formados desde la entrada de la gran habitación, hasta las cercanías del imponente trono de Mithantro. La primera de sus funciones, es la de servir de parteros para aquellos nuevos seres, tomando en brazos al pequeño ser maldito a quien, con un sólo toque en su diminuta y apenas formada frente es capaz de grabarle en la memoria aquel nombre que es pronunciado una sola vez y que sirve para identificar a las criaturas y llevar un registro y, acto seguido, mirando de frente al demonio encargado de aquel pequeño ser, le menciona a éste, el nombre que a él le habrá de corresponder. Una vez nombrados ambos seres, el guía camina con el ser maldito aún en brazos y con el demonio siguiendo de cerca sus pasos hasta aquella celda o aquel rincón o zona que ha sido designada para ser habitada por los nuevos huéspedes del subcírculo.

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