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Néstor se incorporó despacio. No tenía encima la manta con que recordaba haberse cubierto la madrugada anterior, pero no sentía frío a pesar de encontrarse ya a finales de diciembre. Se desperezó. Esperaba notar los molestos síntomas de la resaca, pero lo cierto era que se encontraba bien.

—Joder, qué bien he dormido —murmuró.

Solía hablar solo cuando estaba en casa. Comenzó a hacerlo porque le ayudaba a concentrarse en momentos de trabajo y, al final, se le quedó como costumbre. Consultó el reloj y, al ver la hora, lanzó una exclamación al aire:

—¿Qué coño...?

Marcaba las cinco y veinte. Llevaba más de doce horas dormido.

Masculló un par de improperios. No entendía cómo había dormido tantísimo aun teniendo en cuenta la borrachera de por la noche. Y ni siquiera sentía la típica pesadez de quien se despierta tras un sueño largo provocado por el agotamiento.

Lo primero que hizo fue darse una ducha, más por hábito que por necesidad. Luego fue a la cocina a por algo de comer. No tenía mucha hambre, aunque la hora del almuerzo ya quedaba atrás, por lo que se conformó con un bol de cereales y un par de mandarinas. Y prefirió no hacer ejercicio, como solía cada mañana, pues tenía mucho que hacer y ya había perdido más de la mitad del día.

Con esas necesidades básicas cubiertas, se sentó ante el ordenador a revisar tanto sus redes sociales como la agenda para ese día. Era extraño: la pantalla de su teléfono móvil no mostraba ningún tipo de notificación, por lo que imaginaba que el vídeo no se había llegado a subir. De lo contrario, llevarían horas sin parar de aparecer. Y mientras el PC arrancaba, decidió investigar el asunto desde el mismo teléfono.

—Espera, ¿qué cojones pasa? —masculló, al ir a acceder a su cuenta de YouTube y obtener la advertencia de que la clave no era la correcta.

Lo intentó de nuevo con igual resultado y, al tercer fallo, solicitó una clave nueva vía e-mail.

Fue al tratar de acceder a dicha aplicación cuando vio que se había esfumado. Sin más. No había ningún cliente de correo en su móvil recién estrenado, lo cual era absolutamente imposible ya que él mismo lo había configurado y lo revisaba varias veces cada día.

—Putos chinos —murmuró esta vez, en referencia al país de fabricación del aparato, que ni siquiera había sido barato.

Supo lo que tenía que hacer. El smartphone aún estaba en garantía, él era cuidadoso y, aun así, le había entrado un virus. Lo iban a oír en la tienda.

Sin pararse a comprobar que todo estuviera en orden en su PC, prácticamente saltó de la silla y fue a prepararse para salir. Diez minutos fueron suficientes para vestirse, peinarse, abrigarse y buscar el ticket de compra del aparato que pensaba devolver de inmediato.

Con ello en la mano y sin mirar hacia delante, abrió la puerta de su vivienda y casi chocó con el tipo que lo esperaba.

—Hola, Néstor.

El aludido se quedó algunos segundos en shock. Frente a él, un hombre de unos cuarenta años le sonreía con cierta amabilidad forzada. Vestía extraño, como pasado de moda. Sus vaqueros, de tono uniforme y sin roturas, le llegaban a la altura del tobillo y subían hasta más arriba de lo que la cazadora de poliéster negro dejaba ver. Y lo peor de su especto eran, sin duda, las gafas. Se parecían bastante a las que él había elegido para grabar la presentación del vídeo que supuestamente se había subido hacía una hora, pero el color marrón con efecto marmóreo les daba un aire, más que vintage, cutre.

Los extraños visitantes de un vecino gruñón (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now