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Aquella noche decidió no hacer mucho caso del teléfono. Odiaba las felicitaciones de Navidad, esos mensajes de falsa felicidad que sus amigos y conocidos compartían en las redes sociales y esos supuestos buenos deseos de gente que no le prestaba la más mínima atención durante el resto del año. Él, por su parte, jamás felicitaba las fiestas más allá de lo estrictamente necesario: mantener el papel con sus fans era primordial, así que siempre sacaba a relucir un espíritu navideño del que, en realidad, carecía. Le bastaba con que sus seguidores lo creyeran.

Así, ignoró un Whatsapp tras otro, cientos de mensajes directos en Twitter y otros tantos en Messenger y una llamada de casa que no contestó, y se dedicó a cocinar algo sencillo para cenar. En ello estaba cuando, entre tanta notificación molesta, llegó a ver algo que sí logró captar su atención.

«¡Feliz Navidad!», rezaba el Whatsapp de Darío. «Espero que la pases súper. ¿Qué hay? ¿Estás solo esta noche? ¿Quieres salir por ahí?».

Una perspectiva de lo más interesante, pensó Néstor.

Darío era un antiguo compañero de facultad. Néstor había dejado la carrera a medias mientras que Darío logró terminarla y encontrar un trabajo relacionado en la misma Madrid, lo cual lo mantenía allí anclado a pesar de haber sido su intención regresar a México una vez obtenido el título. Néstor se alegraba en secreto por ello, pues era una de las pocas amistades que conservaba desde entonces.

Y su propuesta era tentativa por varias razones. La principal era que, por muy anti-Navidad que fuera, la idea de quedarse en casa mientras la gran mayoría estaba de juerga no le gustaba un pelo. Luego estaba ese otro asunto..., el del tira y afloja que él y Darío se llevaban desde el primer día. A esas alturas, Néstor todavía se negaba a sí mismo lo que era tan cierto como que el sol se pone por el este: que se gustaban. Por parte de Darío estaba claro, dado que ya se le declaró una vez. Por parte de Néstor, ya no tanto. Y es que el youtuber, con su perpetua aversión a todo lo que implicara un mínimo de responsabilidad y compromiso, no quería ni oír hablar de relaciones que duraran más de una noche. Y menos con él.

Pero aquella Nochebuena, quizás porque todavía tenía en el subconsciente la conmoción causada por la última pesadilla, quizás porque había algo sin nombre en el fondo de su pecho que empezaba a pesar, la idea de sucumbir de una vez por todas a la atracción mutua no se le hacía tan descabellada. Ni siquiera le dio demasiadas vueltas antes de responder con un mensaje afirmativo.

Horas más tarde, ya cenado y bien vestido, Néstor caminaba desde el aparcamiento público hasta el pub de ambiente donde Darío lo había citado. Solía frecuentarlo a menudo: un garito amplio donde no servían mierda de garrafón, con un cuarto de baño cerrado en el que darse un revolcón si la ocasión lo permitía y camareros de buen ver que servían muy ligeritos de ropa en invierno y en verano.

Darío lo saludó con dos besos. Sus rasgos delataban su procedencia, algo que a Néstor le parecía tremendamente atractivo aunque se esforzara por ocultarlo. Tenía la piel tostada, ojos ligeramente almendrados y una rebelde mata de pelo negro que no se esmeraba en peinar. Su altura era ligeramente inferior a la de Néstor, no así la musculatura que, en el caso del mexicano, estaba más trabajada.

Hechos los saludos, se dispusieron a perderse entre la vorágine de hombres que, ya achispados y ataviados con gorritos de Papá Noel o espumillones, bailaban al ritmo de la música.

Ya que era asiduo allí, vio más de una cara conocida durante la velada. Bailó con unos y con otros, compartió vasos y vasos de bebida con su acompañante y, según pasaron las horas, el desenfreno se fue haciendo un hueco en ambos amigos que, sin cortarse un pelo, acabaron celebrando por todo lo alto. Darío sí tenía espíritu navideño y se encontraba muy lejos de casa. Allí, en España, tenía buenos amigos, pero echaba de menos a su familia y, sobre todo, una pareja inexistente. Néstor, por su parte, no tenía nada que celebrar. Simplemente se lo pasaba bien y, por unas horas, olvidaba que, en el fondo, también se sentía solo.

Los extraños visitantes de un vecino gruñón (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now