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Un grito lo despertó de golpe. El suyo propio. Se incorporó desorientado. Estaba desnudo y una pátina de sudor le cubría la piel. Le golpeó una intensa desazón que lo hizo echarse a llorar de inmediato.

—¿Ay, qué pasó? ¿Tuviste una pesadilla?

A su lado, Darío se había incorporado y trataba de reconfortarlo con suaves frotes en la espalda. Néstor lo observó como si fuera otra de aquellas apariciones.

El sonido de una vibración les llegaba desde algún punto del suelo. Néstor lo ignoró, perdido como estaba en los brazos que, sin pensarlo, dejó que lo rodearan.

—Ya, ya. Tranquilo.

La voz de Darío era un bálsamo. Le susurraba al oído y lograba, poco a poco, calmar el llanto incontrolable.

—Lo siento, lo siento —gimió Néstor en cuanto fue capaz de articular palabra.

Darío lo balanceaba en su abrazo, paciente y sin comprender por qué le pedía perdón por algo que no había sucedido. Por algo que iba a suceder.

Que Néstor no quería que sucediera.

No; no quería. No quería lo que había visto en sus pesadillas, ese terrible desenlace para una vida demasiado corta y desaprovechada. No quería el dolor para sus seres queridos, ni que su madre le llorara en su tumba. No quería el rencor de Darío.

—Lo siento tanto —volvió a repetir.

—Ya pasó, bebé. Tuviste un mal sueño, pero aquí estoy, contigo.

Néstor asintió y se dejó acunar un poco más. La sensación era nueva y extraña. Había dejado caer todas sus protecciones y no se había sentido tan vulnerable en la vida. Pero no le molestaba. Quería poder ser el débil por una vez, poder refugiarse entre los brazos de alguien que no le juzgaría.

El móvil volvió a vibrar desde sus pantalones.

—Es mi madre —sollozó.

—¿Vas a contestar?

Néstor dudó un segundo antes de asentir, y fue Darío quien se levantó esta vez para buscar el aparato, que tendió al otro nada más encontrarlo. Contestó aún con lágrimas en los ojos.

—Mamá...

—¡Feliz Navidad! —replicó el coro que Néstor ya esperaba.

—... Feliz Navidad.

—¡Uy, te he pillado durmiendo! —dedujo Carla, al notar la voz aún compungida de su hijo. Néstor trató de disimular lo máximo posible.

—No, es solo... Sí, estaba durmiendo.

—Pero si son las dos, vaya horas. —Esta vez, fue Agustín quien habló.

—Deja al chiquillo que se levante a la hora que quiera —replicó Carla—. Cariño, ¿vas a venir a comer?

Néstor se mordió el labio.

Había vivido ese momento. Ya no sabía si fue un sueño o si fue real, pero no le importó, porque sabía cuál había sido su respuesta y sabía cuáles iban a ser las consecuencias. La relación con su familia ya estaba muy deteriorada, pero él iba a empeorarla todavía más. Su antiguo él.

Néstor ya no se identificaba con esa persona.

—No lo sé, mamá, ya es muy tarde y... —miró a Darío de soslayo, que intentaba no prestar atención para no invadir su intimidad—, estoy acompañado.

—¡Ay! ¿No me digas? ¿Quién es? ¿Tu novio?

La misma pregunta otra vez. Una pregunta que Néstor quería responder de forma distinta. Miró a Darío, que le regaló una sonrisa.

Los extraños visitantes de un vecino gruñón (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now