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El aparcamiento del hipermercado estaba a reventar de vehículos. Era sábado y apenas quedaban veinte minutos para el horario de cierre. Además, la proximidad de las fiestas navideñas hacía inevitable la concurrencia a última hora y eso era, justamente, lo que le interesaba a Néstor.

Agitó el brazo en cuanto vio a su cámara a lo lejos. El chico, que había llegado allí andando, no fue muy efusivo en su saludo al igual que Néstor; al fin y al cabo, su relación, trabajo aparte, no era del todo cordial.

—Tío, ¿hoy no tocaba lo del Mega (1)?

Nah, he preferido cambiarlo de día.

Era cierto: en su agenda, la cual compartía con el chaval a través de sus teléfonos móviles, figuraba para ese día otra broma pesada que haría en dicho restaurante de comida rápida. Algo muy similar a lo que hiciera en la cafetería un año atrás y que, dada la pesadilla de la noche anterior, Néstor decidió postergar. O no hacer en absoluto.

Ni siquiera quería pensar demasiado en ello.

—Pues tú mandas —concedió el cámara con un encogimiento de hombros.

Sin más preámbulos, ambos comenzaron a trabajar.

—¡Hola, vecinos! ¿Cómo estáis? Yo soy Peter, el Vecino del Quinto, y hoy vamos a echarnos unas risas.

Tras la introducción de siempre, Néstor, que esta vez se había envejecido con una peluca y maquillaje y hasta portaba un bastón para caminar, señaló a su espalda.

—Pues leíel otro día en Twitter que aquí hubo turrón porque había un pavo que queríaentrar dos minutos antes del cierre y no le dejaron. Menuda jeta. Oye, que el horario de cierre es a las diez, ¿no? Pues nosotros les vamos a dar en los morros. ¿A que sí, primo?

—A saco —rio el cámara.

—La cosa es que nos vamos a pasar por el forro de los cojones lo del horario de cierre, pero como sabemos que aquí se toman muy en serio lo de mantener al cliente contento, vamos a entrar con tiempo de sobra. Lo que no saben los pringaos de aquí es que nos lo vamos a tomar con mucha mucha..., mucha calma. Venga, vamos pa dentro.

Ambos echaron a andar. Como siempre, Néstor encabezaba mientras su cámara lo seguía de cerca sin perder detalle. Nada más atravesar las puertas del hipermercado, el youtuber se encorvó y apoyó parte de su peso en el bastón. Sus andares a partir de ese momento se hicieron lentos y renqueantes.

—No te creas, ser viejo cansa —se burlaba mientras arrastraba los pies enfundados en zapatillas de fieltro.

A ese ritmo tortuoso, ambos chavales recorrieron buena parte de los pasillos y fueron llenando un carro con cosas diferentes. Nada digno de mención: ya que grababa el vídeo, Néstor estaba aprovechando para hacer la compra semanal. Como mucho, lo que más llamaba la atención dada la extraña pareja que aquellos dos conformaban a ojos de otros, era la caja de preservativos y el bote de lubricante que fue a caer al carro junto con un par de cartones de leche y una malla de patatas.

—Vecinos, apuntaos el consejo del abuelo Peter de hoy: ¿este lubricante? Canelita en rama. Con esto os entra hasta la lección de historia if you know what I mean (2). Y si no sois de los míos, pues también: lo bueno, si resbala, dos veces bueno. ¡Ea! Vamos a pagar esta mierda.

Y al mismo paso renqueante se dirigió hacia la línea de caja. Para entonces ya pasaban más de diez minutos de la hora del cierre y apenas quedaban clientes rezagados. El cajero que lo atendió no ocultó sus prisas en cuanto vio a aquel viejo extraño dirigirse a su puesto con toda la calma del mundo.

—Buenas noches, joven —saludó Néstor con voz forzadamente cascada.

El cajero le devolvió desganado el saludo y comenzó a pasar artículos por el escáner. Ni siquiera miró bien aquellos susceptibles de captar su atención y, al terminar, expuso el precio mecánicamente.

—Voy, voy.

Por supuesto, Néstor no tenía la más mínima intención de ir, al menos en los minutos siguientes, porque se dedicó a embolsarlo todo con la misma parsimonia con que se había comportado desde que adoptara el papel. Incluso despreció la ayuda del empleado que, con tal de acabar rápido, guardó algunos artículos sin orden ni concierto que, luego, Néstor se encargó de redistribuir a su particular ritmo.

Una vez terminada dicha tarea, el reloj ya marcaba más de las diez y veinte. Y todavía quedaba lo mejor.

—¿Cuánto era? —preguntó, a lo que el cajero, resignado, repitió el precio sin ocultar su exasperación.

Fue entonces cuando Néstor, en un exagerado ademán, se buscó dentro de los pantalones y sacó una abultada bolsa de plástico semitransparente llena de monedas.

—¿Pero me va a pagar con eso, hombre?

—Sí, es que lo tenía guardado. Seguro que te viene bien el cambio, ¿no?

—Pero abuelo, estás chalao —dijo el cámara, también muy metido en su papel, antes de dirigirse al cajero—. Lo siento, si lo llego a saber... Yo es que no llevo nada. Ay, qué palo. Cógeselo, tío, por favor.

El empleado, lejos de mostrarse amable, bufó con fastidio y le arrebató la bolsa de las manos al supuesto anciano. A partir de ahí, el cámara se aseguró de captar, sin que el empleado se diera cuenta, el momento en que contaba los más de cuarenta euros de la cuenta con toda la prisa que podía. Incluso, y sin haberlo pretendido, el momento se alargó todavía más cuando, una vez hubo terminado, el cajero se dio cuenta de que no alcanzaba y se vio obligado a descontar algunos artículos hasta poder cerrar la cuenta.

Solo entonces, cargados con un par de bolsas cada uno, se alejaron una distancia prudencial de la caja y Néstor destapó el engaño:

—¡Y una vez más, el Vecino del Quinto la ha liado!

Lo dijo a voz en grito y, sin hacer ni caso a los insultos del empleado que acababa de atenderlos, ambos echaron a correr en dirección a la salida.

Una vez grabada la despedida y pagada su parte al cámara vía Paypal, Néstor cargó las bolsas en el maletero y emprendió el regreso a casa.


(1) Mega: Cadena de restaurantes de comida rápida que aparece en mi novela «Fast Food», publicada por Ediciones El Antro.

(2) If you know what I mean: En inglés, si sabéis lo que quiero decir.

Los extraños visitantes de un vecino gruñón (#LatinoAwards2020)Where stories live. Discover now